El impeachment es un golpe de Estado

Una amplia mayoría de la Cámara de Diputados aprobó el juicio político (impeachment) contra Dilma Rousseff, que requiere ahora para avanzar de una mayoría simple en el Senado. En tal caso, asumirá la presidencia -mientras se sustancia el proceso- el vicepresidente Michel Temer, del PMDB


Una amplia mayoría de la Cámara de Diputados aprobó el juicio político (impeachment) contra Dilma Rousseff, que requiere ahora para avanzar de una mayoría simple en el Senado. En tal caso, asumirá la presidencia -mientras se sustancia el proceso- el vicepresidente Michel Temer, del PMDB.


 


El Congreso que avanza en el golpe contra la presidenta brasileña, bajo el pretexto de las ‘pedaleadas fiscales’, no tiene ninguna autoridad política. De acuerdo con la organización no gubernamental Transparencia Brasil, media Cámara de Diputados y media Cámara de Senadores tiene causas abiertas en la Justicia por corrupción. Muchos de los legisladores no sólo están involucrados en el Petrolão, sino también en los Panamá Papers, como el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, uno de los inspiradores del golpe ‘blanco’.


 


Es importante señalar que el PT cogobernó durante años con las formaciones que ahora denuncia como derechistas. Entregó toda la línea de sucesión presidencial al PMDB, que hoy desenvuelve el golpe parlamentario.


 


Hasta último momento, el gobierno de Rousseff buscó un acuerdo con los golpistas, por medio de llamados a un ‘pacto nacional’. Previamente, intentó encarar él mismo las tareas de ajuste con la designación en el Ministerio de Economía del ‘chicago boy’ Joaquim Levy. Pero la envergadura de la crisis económica aceleró el impeachment: el PBI de 2015 se contrajo casi un 4%, la deuda pública asciende a un 80% del PBI y la deuda privada bordea los 300 mil millones de dólares. Petrobras también acumula una deuda sideral. A esto se añade un cuadro de alta inflación, desempleo del 10% (un millón y medio de despidos en el último año) y un crecimiento de la pobreza.


 


La crisis capitalista es el trasfondo de una aguda crisis política. La caída de los precios del petróleo, la desaceleración china y la huida de capitales golpearon a la economía brasileña. El andamiaje que el lulismo quiso poner en pie a partir de Petrobras y las constructoras, como pivot de una supuesta industrialización del país se ha venido abajo.


 


En las últimas semanas fueron cayendo las últimas fichas del dominó. Obama avaló implícitamente el golpe, la Corte Suprema denegó el recurso oficial para detener el proceso y una cantidad de formaciones políticas siguieron el camino del PMDB y rompieron con el PT. Las cámaras patronales, como la Fiesp, se alinearon con el golpe.


 


Detrás del golpe se esconde una puja por una mayor privatización del petróleo y por el control de la obra pública, que tiene al “lava jato” como su reflejo político y judicial. La burguesía industrial paulista se pasa al golpismo cuando está siendo arrasada por la competencia china y converge en el frente destituyente con el capital extranjero, que reclama una entrega completa del petróleo y superar los límites de las concesiones tardías que ha hecho en este punto Rousseff.


 


Régimen político


 


El régimen político montado por el lulismo, de contención de los trabajadores, trajo beneficios fabulosos al sector financiero, las contratistas, mineras y petroleras, pero resulta ahora anacrónico. La burguesía necesita pasar a un gobierno de franca ofensiva que redoble el ajuste (los empresarios reclaman una flexibilización de las relaciones laborales, negociaciones salariales por empresa, ajuste severo del gasto público y ajuste en los gastos sociales, según Ambito -19/4).


 


El gran problema consiste en que el impeachment no cierra la crisis política sino que es apenas un capítulo de ella. El vicepresidente Michel Temer está llamado a ejercer un ajuste más violento, pero con menos legitimidad que su predecesora. Una encuesta de Datafolha (11/4) le otorga apenas un 2 por ciento de intención de voto, lo que revela su impopularidad.


 


Las serias dudas sobre la capacidad de Temer de forjar un gobierno sólido despiertan temores de un vacío de poder y plantean la posibilidad de elecciones adelantadas. Es el reclamo que desarrolló en un editorial la Folha de San Pablo (“Ni Dilma ni Temer”). En definitiva, el personal político actual carece de los recursos necesarios para acometer un salto en el ajuste, que presenta la amenaza de fuertes convulsiones sociales. Un gobierno de Temer podría ser simplemente un gobierno de transición.


 


Congreso de Trabajadores


 


El alcance de la crisis -que involucra a los desprestigiados juzgadores del gobierno- demuestra que no estamos ante un mero “fin de ciclo” del petismo, sino a una crisis general del régimen político y económico, que tiene como telón de fondo a la crisis mundial capitalista. Un gobierno débil tendrá que afrontar un choque en regla con las masas.


 


La izquierda brasileña no ha jugado un rol político independiente en la crisis, oscilando entre una disolución en el PT y el planteo de nuevas elecciones (PSTU, Luciana Genro) levantado por sectores de la oposición. Este planteo, inclusive, podría ser recogido -bajo la expectativa de una victoria de Lula- por el PT. No implica ningún avance en la conciencia de los explotados. La tarea de la hora es la lucha para que la clase obrera emerja como factor político independiente en la crisis. Para ello, planteamos un Congreso de Trabajadores electos en lugares de trabajo y en asambleas, que discuta una salida para el país en términos de los intereses obreros y populares.