Internacionales
3/4/2003|795
El imperialismo ante una gran crisis política
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El tema de esta semana de guerra ha sido la “sorpresa” que le ha causado al gobierno y al alto mando militar norteamericanos la resistencia del pueblo y del ejército de Irak. No solamente han presentado batalla las unidades militares oficiales sino que han aparecido formaciones guerrilleras que han actuado con coraje y eficacia contra el invasor. La quiebra del control de mando de las fuerzas armadas y del Estado iraquí no se ha producido; existe la impresión de que ocurre todo lo contrario. Las insurrecciones esperadas contra el régimen, sea de chiitas, organizaciones tribales u otras, no se han producido; todo lo contrario, hay una carrera para tomar las armas. Los invasores no han logrado, como consecuencia, ocupar ninguna ciudad; el resultado es que están desplegados a lo largo de muchos kilómetros de desierto con los consiguientes problemas de abastecimientos. Los soldados norteamericanos consumen anfetaminas para paliar el hambre o el cansancio cuando escasean los alimentos o los relevos. Existe asimismo el peligro de que algunas unidades invasores se encuentren excesivamente expuestas debido a que carecen del respaldo de blindados.
Bush procuró disimular la dificultad asegurando que la victoria no estaba en duda, sólo el tiempo que podría demandar. Pero el tema tiempo ya ha enterrado a otros antes que a él; en un cuadro de crisis mundial y la posibilidad del estallido de crisis políticas en naciones importantes, desde Gran Bretaña y España hasta Pakistán y Turquía, el “tiempo” podría hacer zozobrar incluso intentos militares más poderosos.
Pero el alto mando norteamericano hizo trascender en distintas publicaciones que el empantanamiento de la guerra obedecía a las fallas estructurales del plan diseñado por Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa. Si es así el problema es grave, porque si hay que cambiar en horas un plan probado durante meses, la desorganización podría ser mayúscula. Los críticos dicen que no hay suficientes tropas en el terreno; otra razón que se da para esto es la crisis política con Turquía que habría impedido abrir un segundo frente por el norte. Descubrir la crisis turca en medio del combate no deja de ser un grave problema político-militar.
En los días siguientes a esta controversia, Bush mandó más tropas a Irak; despachó a Powell a hablar con los turcos; y por sobre todo incrementó enormemente los bombardeos a Irak, dando lugar a un crecimiento exponencial de la masacre de civiles. Pero mientras ocurría esto la crisis internacional no se detenía, en especial en España e Italia, en Pakistán y en el choque diplomático con Siria.
¿Cómo caracterizar esta crisis y cuáles serían sus alternativas?
Parece claro que la operación “conmoción y terror” contra Irak fue diseñada con una confianza enorme en los resultados destructivos, tanto políticos como militares, de los misiles y los bombardeos. La política de no comprometer demasiados efectivos en tierra viene del temor de los gobernantes yanquis a una repetición de los efectos de Vietnam sobre el pueblo norteamericano. No tiene que ver con un error de planeamiento sino con un condicionamiento político; la resistencia iraquí y las movilizaciones y crisis internacionales dejaron al desnudo las limitaciones de esta política, que suponía un bombardeo de aniquilamiento contra Basora y Bagdad. Pero esto mismo se oponía a un exterminio desde el aire que era la premisa de la guerra rápida. Un teórico del grupo oficial de Bush se ha quejado de “la extrema selectividad de los bombardeos”, a la cual hace responsable “del coste que esto tendrá para las tropas que pronto entrarán en Bagdad” (Edward Lutwark, El País, 27/3). Protesta por qué no se ha cortado el suministro eléctrico a Bagdad y se mofa de que se habría evitado el ataque a comisarías, radios, la televisión y hasta los hoteles. Es decir que el plan de Bush suponía la destrucción física de las ciudades como preludio de su ocupación sin mayores “costos”. Exactamente lo contrario opinaba el Financial Times en un editorial (20/3), cuando reclamaba “evitar lo peor en el campo de batalla” y saludaba que “Estados Unidos dispensara de su vieja tradición (sic) de usar el bombardeo masivo para abrir el camino a las fuerzas de tierra”.
El fracaso de la victoria rápida replantea los grandes objetivos políticos de la guerra, porque la rapidez debía servir a una ocupación militar de Irak exclusivamente norteamericana. Una prolongación de la guerra hace entrar inevitablemente en el juego a las otras potencias imperialistas, que están reclamando un protectorado compartido de Irak. Una u otra alternativa plantean una grave crisis política en los Estados Unidos.
En otro editorial del Financial Times (29/3), los financistas de Londres plantean claramente su opinión y sus exigencias. El título del comentario, “sobrextendidos y disminuídos”, alude claramente a la situación militar de los yanquis en Irak y es una crítica a los extremos a que ha llegado Bush en su unilateralismo. En este punto el diario le reclama a Blair que le ponga un freno a Bush, que le exija un reparto equilibrado en la explotación de Irak después de la guerra; que sume a otros países; que no se lance contra nuevas naciones, como Siria o Irán. Dice textualmente que “es necesaria la autorización de la Onu para los arreglos de posguerra y Blair debe insistir en que esto no es negociable. Esta vez debe prepararse para romper antes que capitular”.
Es decir que el conjunto de la crisis que afecta la campaña militar norteamericana está obligando a sustituir la guerra relámpago por una guerra de asedio y al golpe fulminante por un conflicto prolongado. Es necesario aprovechar esta evolución, no para albergar ilusiones en intermedios pacíficos y gestiones de tregua, sino para acentuar la movilización internacional que convierta a Irak en la tumba política de los gobiernos que impulsaron la guerra imperialista y asimismo de todos los que la apañaron.