El imperialismo no le teme a una victoria ‘comunista’

A mediados de junio tendrán lugar las elecciones presidenciales rusas. Todas las encuestas señalan que, si las elecciones fueran hoy, la derrota de Yeltsin a manos de Gennadi Zyuganov, el candidato del Partido Comunista, sería inevitable. Yeltsin es unánimemente considerado como “uno de los hombres más despreciados de Rusia” (The Washington Post, 1/3). Las causas fundamentales para esto son la guerra de Chechenia (ver aparte) y la descomposición económica y social provocada por la restauración capitalista (ver aparte); en efecto, “más del 50% de la población reclama su renuncia y más del 75% lo responsabiliza por la crisis económica” (Financial Times, 16/4).


A pesar de las encuestas, Yeltsin, sin embargo, no está vencido. Es que, además de manejar el aparato estatal, cuenta con el respaldo de dos fuerzas sociales poderosísimas: los clanes burocráticos que se apropiaron de la parte del león de las privatizaciones y, principalmente, el imperialismo mundial.


Los jefes políticos de las principales potencias imperialistas expresaron de mil maneras su apoyo a Yeltsin. El alemán Kohl —a quien Le Monde (22/2) define como “yeltsiniano por convicción”— viajó a Moscú para calificar a Yeltsin como un “socio absolutamente confiable y garante de la continuidad de las reformas”. Le siguió Clinton, quien justificó en Rusia la guerra contra el pueblo checheno y declaró que “gracias al liderazgo de Yeltsin, mucho de la economía rusa está privatizada” (The Washington Post, 22/4). Finalmente, los primeros mandatarios del G7 (las principales potencias imperialistas) peregrinaron a Moscú a una reunión sobre temas nucleares, cuyo verdadero objetivo era apoyar las chances electorales de Yeltsin (Financial Times, 23/4).


La “contribución más importante y quizás decisiva para la reelección de Yeltsin” (The Washington Post, 27/2) provino, sin embargo, del FMI, que le otorgó a Yeltsin un préstamo de un monto excepcional —10.200 millones de dólares— para pagar los salarios atrasados, sostener a los bancos en quiebra y hasta mantener las operaciones militares en Chechenia sin provocar un estallido inflacionario antes de las elecciones. El préstamo del FMI –que es el segundo mayor de su historia, sólo superado por el que recibió México en medio del ‘tequilazo’– no es ‘gratuito’, claro. Como ‘contraprestación’, Yeltsin se comprometió a reducir los aranceles a la importación de productos extranjeros y a eliminar los impuestos a la exportación de gas y petróleo, esto último para ‘rentabilizar’ las inversiones extranjeras, las cuales se concentran en este sector.


El PC ruso


De cara a ‘Occidente’, el partido ‘comunista’ se presenta como “el campeón de la propiedad privada” y del ‘mercado’ (The Economist, 16/3). En el Foro Económico de Davos —donde comparecen anualmente los principales banqueros mundiales—, Zyuganov, su principal dirigente, aseguró la adhesión de los ‘comunistas’ a las ‘reformas’; luego se reunió con Clinton durante la visita del norteamericano a Moscú, y finalmente recibió a decenas de grandes inversores extranjeros en una reunión que le organizó especialmente en Moscú el CS First Boston. “Por el momento —comenta The Economist— los mercados financieros de Rusia, la mayoría de los comentaristas y una parte importante del electorado presumen (que el PC) mantendrá el curso de las reformas, tendrá contento al FMI y tomará los préstamos de éste”.


¿Qué representa en la escena política rusa este partido ‘comunista’ ? De acuerdo a Le Monde Diplomatique (febrero de 1996), sus dirigentes son directores de empresas y banqueros que “ya sintieron el gustito de la propiedad privada”. Para el Financial Times (14/1), “el partido comunista es tan sólo el vehículo político para los miembros menos dinámicos de la vieja nomenklatura, que han quedado atrás en la transición económica de Rusia y ahora reclaman su parte de la torta”. Por lo tanto, “la oposición del PC al régimen actual… traduce la competencia entre dos clanes de la misma nomenklatura” (Le Monde Diplomatique). Por eso plantea una política de salvataje de las empresas en quiebra, lo que implicaría “alguna forma de control de precios y del comercio exterior” (The Economist, 16/3), además del subsidio del precio interno del petróleo y una fuerte emisión monetaria. No hay en esto nada de comunismo.


El PC ruso presenta diferencias, sin embargo, con los que ganaron las últimas elecciones en la mayoría de los países de Europa del Este. Los partidos ‘ex comunistas’ de Europa Oriental fueron reconstruidos por sus alas ‘reformistas’, que levantaron cabeza con la perestroika; en Rusia, esta fracción llegó al poder de la mano de Gorbachov primero y de Yeltsin después. El PC ruso, en cambio, fue reconstruido por los ‘conservadores’, que consideran a Gorbachov un “traidor” y que se alinearon con los golpistas en agosto de 1991, y con los parlamentarios que se rebelaron contra Yeltsin en setiembre de 1993. Los burócratas que manejan los partidos europeo-orientales provienen de su ala ‘democratizante’ y ‘europeizante’; los del PC ruso provienen de su ala ‘nacionalista’  y ‘antioccidental’. El ‘modelo’ de los ‘comunistas’ reconvertidos de Europa Oriental son las ‘democracias occidentales’; el de los ‘comunistas’ rusos, China y Vietnam. Estas diferencias sirven para destacar el carácter restauracionista común de los democratizantes y los ‘autoritarios’.


Si para los estados mayores imperialistas, una victoria del PC “todavía es peligrosa” (The Economist, 16/3), ello se debe a la posibilidad de que una derrota de Yeltsin movilice una fuerte indignación popular y suscite, en consecuencia, una descomunal crisis política. Combinada con la crisis internacional del gobierno ruso, esto podría restablecer la situación revolucionaria que antecedió a la caída de Gorbachov.


Las elecciones rusas —que se desenvuelven en un cuadro de catástrofe social y política abiertas— ponen cada vez más en claro el agotamiento de las ilusiones de los explotados en las posibilidades de la restauración capitalista.