Internacionales
3/7/2024
El laberinto electoral francés y sus falsas salidas
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El balotaje será el domingo 7
Las elecciones legislativas francesas adelantadas del domingo pasado –a definir en el balotaje del fin de semana próximo- son parte de los rápidos movimientos que atraviesan el país. Cambios bruscos en el espacio de semanas, crisis de régimen a cielo abierto y fuertes realineamientos hacia la derecha y, para sorpresa de muchos, también hacia la izquierda.
Los resultados señalan la victoria de la fuerza ultraderchista de Marine Le Pen y su delfín Jordan Bardella. Obtienen arriba del 33%, consolidando el resultado de las elecciones europeas del mes pasado y lo obtenido en la segunda vuelta presidencial hace dos años. Su partido ha logrado nuclear en torno suyo tanto a competidores de ultraderecha como a sectores de la derecha tradicional. En segundo lugar queda el Nuevo Frente Popular con 28 puntos (La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon –LFI-, Partido Socialista –PS-, Partido Comunista –PC-, Verdes, etc.). El frente del actual presidente Emmanuel Macron, en caída, alcanza 20% de los votos –un resultado menos malo de lo esperado.
La cantidad de bancas es relevante para consagrar primer ministro. Este cargo ejecutivo es el segundo en importancia del país, solo detrás del presidente, y tiene poder sobre los asuntos de gestión cotidiana y la designación del gabinete. Debe ser propuesto por el presidente y aprobado –o rechazado- por la cámara baja (Asamblea Nacional) con mayoría simple (la mitad más uno).
La elección del domingo registró la tasa más alta de participación en décadas. Pero la división en tercios también evitó un ganador claro en cada una de las circunscripciones. Allí se unge un solo representante, sin espacio para las minorías. En una situación inédita, solo 76 de los 577 diputados pudieron asegurar su puesto. El resto irá a una segunda vuelta el domingo 7 con final abierto.
Las fuerzas en pugna
Con una campaña muy agresiva contra los migrantes y las minorías, la fuerza de Le Pen fue quien mejor logró canalizar el hartazgo hacia Macron. Es la lista más votada en la inmensa mayoría de los distritos. Mantiene sus bastiones en el sur y noreste, arrasa en el campo y pone un pie en las periferias de las grandes ciudades, que todavía le son mayormente esquivas.
Le Pen plantea medidas proteccionistas dentro del marco europeo, exenciones fiscales para pequeños empresarios y una serie de anuncios sociales demagógicos. Si Milei, en Argentina, prometió que “el ajuste lo paga la casta”, Le Pen hace lo suyo al explotar los prejuicios y las visiones oscurantistas arraigadas en un marco de descomposición capitalista. Así, afirma que la causa de todos los males es la inmigración y que, al quitarles sus derechos a los trabajadores extranjeros, los franceses recuperarán el paraíso perdido.
La propuesta de cercenamiento de derechos sociales para los trabajadores migrantes –incluso aquellos residentes- es brutal. Además de quitar cualquier acceso a salud, educación, servicios sociales, vivienda, se plantea una reforma que legaliza el “gatillo fácil” y la represión policial, estipulando que en todos los casos se presuma “legítima defensa” en el accionar policial contra un migrante.
Esta perspectiva puede escalar hacia el cercenamiento de los derechos políticos. La legislación que se busca introducir está destinada a tornar prácticamente imposible la obtención de la ciudadanía y de la residencia para los sectores de origen humilde, y revocar algunas de las ya existentes. Constituiría una ofensiva brutal contra una porción muy grande –y tal vez la más vulnerable- de la clase obrera, que pasaría a tener una categoría de segunda. Cifras recientes arrojan que arriba del 12% de la población total es migrante, y el doble es de padres migrantes.
Es cierto que Marine Le Pen ha renunciado a su eje estratégico de ruptura con la Unión Europea y tomado distancia del presidente ruso Vladimir Putin. Pero eso no quita la posibilidad de choques en el marco europeo, de competencia directa entre burguesías rivales, ni de desconocimiento de los dictados de la Comisión Europea. Le Pen pertenece al bloque europeo de la ultraderecha “Identidad y Democracia”, con posturas más extremas y vínculos con Rusia. Sobre este último punto, mantuvo una posición ambivalente, acatando la continuidad de la guerra en Ucrania, pero rechazando el envío de tropas al frente propuesto por Macron –en un guiño de equidistancia favorable a Rusia.
Es el fracaso de Macron el que le ha abierto paso a la ultraderecha. El hastío incluye una situación económica con salarios que pierden contra la inflación, la introducción de medidas de austeridad fiscal, las aventuras guerreristas en Ucrania y África, y hasta una actitud “arrogante” de quien vive en una torre de marfil mientras el país sucumbe. Le Pen ha sabido explotar en su beneficio, con cinismo, fake news y ataques en redes sociales, esta situación. Un ejemplo es la reforma jubilatoria. Aunque formalmente a favor de subir la edad de retiro, la ultraderecha propuso la convocatoria a un plebiscito, dejando en fuera de juego al presidente.
El nivel de división en la burguesía francesa sobre el camino a seguir puede ser medido por el abanico de recursos que está dispuesta a habilitar. Una novedad de la elección fue la constitución del Nuevo Frente Popular. El mismo fue alentado como una variante de contención y de rescate del gobierno Macron desde medios centrales de la gran burguesía. Su presentación constituyó tanto un vehículo de la gran burguesía europeísta para sostener sus ejes centrales, como la posibilidad de encapsular a los elementos que juzga menos confiables, como la fuerza de Mélenchon.
El Nuevo Frente Popular adoptó un ropaje digerible para el votante desencantado por izquierda, aunque es necesario destacar que no surge como consecuencia de una deliberación de la vanguardia ni de sus organizaciones de lucha, sino que es un armado por arriba, digitado por sectores de la burguesía. Su función política es el rescate del gobierno de Macron, un gobierno acabado. El Nuevo Frente Popular, aunque recibe la simpatía de muchos activistas honestos, bloquea la evolución de los trabajadores hacia perspectivas revolucionarias. Su lema es “cambiarlo todo”, pero se pronuncia por la defensa de una “democracia” que tiene al odiado Macron en la cabeza presidencial.
El programa del Nuevo Frente Popular avala la totalidad de la política imperialista de Francia, incluyendo la continuidad de la guerra en Ucrania y del envío de tropas al frente. Bien que lo hace en forma vergonzante. Algunos de sus adherentes afirman que, a diferencia de Macron, no optarían por el ejército regular, sino por los cascos azules. ¿Los mismos que masacraron a los pueblos de los Balcanes, del Congo, de Haití? También reafirma la soberanía francesa imperialista sobre Nueva Caledonia y rechazan cualquier aspiración de la población local, colocándose en la vereda de enfrente de la reciente rebelión. No hay ninguna propuesta de medida de ataque decisivo al capital, aunque sí una largo inventario con las fórmulas genéricas de la centroizquierda. Plantean el rechazo a la reforma jubilatoria y a los “superpoderes” de Macron.
Perspectivas
La llamada Quinta República francesa tiene incontables laberintos electorales para sostener el régimen. Uno de sus centros es el balotaje legislativo. La elección de un único representante por circunscripción, favoreciendo un bipartidismo ya caduco, fuerza a que todo el espectro político tienda a renunciar a las terceras candidaturas en favor de uno de los dos candidatos más votados. El sistema electoral francés constituye un chantaje permanente contra los trabajadores. La extorsión del “voto útil” y del “mal menor” es estructural. Esto no es combatido sino alentado por la izquierda institucional con su “defensa de la democracia”.
Ahora, el Nuevo Frente Popular ha dada un paso más. Ha decidido bajar sus candidaturas no expectables y llamar a votar, donde se enfrenten contra Le Pen, a los representantes de Macron. Algo muy distinto al camino elegido muchas veces por la izquierda que se reclama revolucionaria de apoyar las candidaturas obreras allí donde existiesen. Sin ningún velo, llaman a conformar un gobierno de unidad nacional “contra la derecha”, que se plasmaría cuando la conformación definitiva del parlamento permita dar lugar a un gabinete común. En consonancia con esto, han mutado del Nuevo Frente Popular al Frente Democrático –denominación con la que convocan a sus actos públicos. Esta perspectiva marca que es el viejo Partido Socialista, a pesar de no encabezar la mayoría de las listas, quien encabeza políticamente el frente, como correlato a su rol de alfil de la burguesía. Mélenchon ha aceptado esta perspectiva subordinada, lo cual también equivale a enterrar sus pretensiones previas con el Nupes, su frente de la izquierda institucional que, según las variantes, excluía al PS, o bien lo admitía solo en una posición de segundo orden.
Pero el convite no es del todo recíproco. Si bien Macron bajaría sus listas donde encabece el PS u otros partidos de su agrado, ha mantenido cierta ambigüedad con las que le corresponden a La Francia Insumisa de Mélenchon. Por un lado, tira de la cuerda para forzar mejores acuerdos. Por el otro, responde a las presiones y debates en la burguesía. Los Republicanos, la vieja fuerza de los ex presidentes Jacques Chirac y de Nicolas Sarkozy, que garantiza la gobernabilidad de Macron, retuvo su 10% y, aunque evitó pronunciarse por el voto en segunda vuelta, le hizo un gesto a Le Pen al declarar que votan “contra la extrema izquierda”. Palabras más, palabras menos, “no votamos” a los candidatos de Mélenchon. Hasta el momento, sólo 210 candidatos han bajado sus candidaturas en el acuerdo de unidad nacional europeísta “contra la derecha” (con la derecha de Macron), la mayoría del Frente Popular. Veremos la evolución en los días finales de esta corta semana. Con guarismos no abultados, sin embargo, la iniciativa política es de Le Pen, que plantea una salida de poder contra Macron forzando elecciones adelantadas si obtiene mayoría parlamentaria.
La situación está abierta y la diferencia previa es muy ajustada. Está en danza un gobierno con un primer ministro formalmente “opositor”, del sector del PS-LFI, lo que se conoce en Francia como el mecanismo de cohabitación. En el caso actual esto sería un gobierno de unidad nacional “europeísta” con Macron a la cabeza. Si esta primera opción no puede ser alcanzada, una variable intermedia podría ser la formación de un gabinete técnico, como durante muchos años ocurrió en Italia, con el agravante de que involucra al segundo país de la Unión Europea. Pero también es posible, como algunos anticipan, que Le Pen y Bardella den el batacazo y logren una mayoría en diputados. Aquí se desprende tanto la posibilidad de un acuerdo de la derecha tradicional (Los Republicanos) con Le Pen como una negativa a aceptar primer ministro. Esta situación podría forzar a elecciones presidenciales anticipadas, con pronóstico reservado. En cualquier caso, el marasmo político es brutal. La burguesía mayoritaria está poniendo todo su empeño en enderezar una situación de desbande, pero las grietas son cada vez más profundas.
La izquierda que se reclama revolucionaria participó de la elección en forma independiente en la primera vuelta, bajo circunstancias muy adversas. Lutte Ouvrière –LO- se presentó en 550 circunscripciones y obtuvo 350 mil votos. Sobre la segunda vuelta, rechazan el voto a la ultraderecha y a Macron. Manifiestan que aquellos votantes de LO que quieran votar al Nuevo Frente Popular contra Le Pen “pueden hacerlo sin vergüenza”, mientras que quienes quieran abstenerse de votar lo hagan “sin remordimientos”. El NPA-R, la escisión de la izquierda comandada por L’Etincelle y A&R, obtuvo unos 20 mil votos. Su lema es “¡ni un voto por Macron ni por Bardella!”, ninguna confianza en la “izquierda institucional”. En los casos donde encabece, contra Le Pen, LFI, el PC, o sectores de izquierda que lo justifiquen, llama a apoyarlos.
Francia se incorpora definitivamente al terremoto político de la guerra y de la crisis mundial. Las victorias decisivas para la clase obrera serán fruto de su propia intervención política. Abajo los gobiernos de la guerra y del hambre. Abajo la Unión Europea imperialista. Por un gobierno de trabajadores. Por una federación socialista de Europa incluyendo Rusia.