Internacionales
7/11/1995|472
El P.O. lo previó
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El asesinato de Rabin fue una de las hipótesis que planteamos en Prensa Obrera, hace menos de un año, como parte del procesos de agitación política de la derecha sionista. Caracterizamos la agitación de esa derecha como tendiente a provocar un “golpe de estado”, que podría tomar la forma de un atentado personal contra el primer ministro sionista como consecuencia del “inconfundible carácter criminal contra los propios miembros del gabinete israelí” de las consignas de los ultraderechistas.
“Los colonos ultraderechistas agitan abiertamente a favor de un golpe de Estado … tienen células clandestinas armadas en los asentamientos con el objeto de resistir por la fuerza cualquier intento del ejército por desalojarlos. Estas células, de las cuales formaba parte Baruch Goldstein, el autor de la masacre de la mezquita de Hebrón, tienen como objetivos ‘por ahora (sic) atacar con bombas propiedades judías y atacar con piedras a los colonos para promover sentimientos anti-palestinos’ y ‘atacar a los judíos que defienden las negociaciones con la OLP’” (Prensa Obrera, nº 435, 29/12/94).
Antes de esto, Prensa Obrera ya había señalado que “durante el reciente regreso de Arafat a la región de Gaza, tuvieron lugar en Jerusalem manifestaciones derechistas que esgrimían consignas de inconfundible carácter criminal contra los propios miembros del gabinete israelí. ‘Las pancartas de los manifestantes –cuenta Le Monde (2/7/84)– eran particularmente reveladoras del clima que reina en la derecha: Arafat es Hitler, Muerte a Rabin’” (Prensa Obrera, nº 424, 27/7/94). Según el mismo Le Monde (reproducido por Prensa Obrera), “Isaac Rabin tomó con mucha seriedad estas amenazas”. El estudiante sionista sólo ejecutó la amenaza que Prensa Obrera señaló hace ya 15 meses.
A Prensa Obrera no se le escapó que en los últimos meses la ultraderecha sionista y las bandas armadas de los ‘colonos’ —a los que caracterizamos como “el fascismo judío”— lanzaron una “ola indiscriminada de ataques y atentados contra la población palestina de la Cisjordania”, sostuvieron choques con la propia policía israelí y que “acaudillados por la ultraderecha religiosa, los colonos han realizado numerosas manifestaciones contra la traición de los dirigentes del Estado de Israel. Las consignas más escuchadas en estas manifestaciones son ‘Muerte a Rabin’ y ‘Rabin traidor’. Es el lenguaje de la rebelión” (Prensa Obrera, nº 466, 26/9/95). Señalamos entonces que en el curso de estas manifestaciones de masas de la ultraderecha, se dieron a conocer “organizaciones terroristas clandestinas –como ‘La Espada de David’ o la ‘Eyal’– que reivindicaron los ataques contra los palestinos” (ídem) y que ahora reivindican el asesinato de Rabin. La pregunta con que se cerraba este artículo —“¿Es la guerra civil en el campo sionista?”— indicaba toda una caracterización política.
La base de este sistemático —y acertado— seguimiento de la política de la ultraderecha sionista es la adecuada caracterización de las consecuencias de los ‘acuerdos Rabin-Arafat’: “es un hecho fuera de cualquier duda que, de todos los protagonistas políticos del Medio Oriente, el más sacudido —incluso sicológicamente— es el de los colonos sionistas que se encuentran usurpando las tierras ocupadas por Israel en las últimas dos guerras y de las cuales podrían ser parcialmente desalojados como consecuencia de los acuerdos en curso.” (Prensa Obrera, nº 424, 27/7/94).
A la luz del asesinato de Rabin, cobra importancia otra hipótesis que hicimos en ocasión del atentado contra la Amia: “muy pocos medios de prensa atendieron a la posibilidad de que el atentado a la Amia hubiese sido responsabilidad de la llamada derecha sionista que se opone violentamente a los acuerdos palestino-israelíes” (Prensa Obrera, nº 424, 27/7/94). Nuestro compañero Pablo Rieznik, incluso, fue insultado en una carta de lectores de la revista Nueva Sión por haber sugerido esta posibilidad en una mesa redonda. La “respuesta” de todos los ‘bienpensantes’ fue entonces recurrir al remanido “un judío no mata a otro judío” … Sin proponérselo, el judío y sionista Igal Amir —el asesino del también judío y sionista Rabin— ha revelado, una vez más, la superioridad del análisis marxista.