Internacionales
10/4/2003|796
El terror reina en Irak
Por mas solidaridad con el pueblo que sigue luchando
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Las fuerzas invasoras norteamericano-británicas se han abierto camino en Bagdad y Basora mediante el recurso de una destrucción masiva e indiscriminada. Esto explica que los asesinatos de civiles sean realmente incontables. La crisis suscitada hace diez días en el alto mando norteamericano acerca de la lentitud del avance de los invasores, así como de la insuficiencia de tropas y de recursos puestos en juego, se ha zanjado con la autorización para emprender un bombardeo de extermino de todas las posiciones que podría estar ocupando la resistencia iraquí, incluidas las milicias y los ciudadanos armados.
Este gigantesco bombardeo de exterminio también sirvió para poner entre paréntesis la crisis provocada a la invasión, por la falta de un ataque a partir del norte debido a los obstáculos puestos por Turquía. Existen numerosas evidencias de que los norteamericanos bloquearon un rápido avance de las milicias kurdas, para evitar que se apoderaran de las regiones petroleras de Kirkurk y Mosul, el cual sustituyeron por medio del bombardeo masivo a esas ciudades. Para acometer esta empresa los yanquis procedieron, incluso, al uso del llamado “fuego amigo”, y de este modo aniquilaron varias columnas kurdas so pretexto de errores en los ataques. Lo mismo ocurrió con el asesinato de los periodistas alojados en el hotel Palestine, el cual fue atacado por tanques para eliminar cualquier vestigio de información independiente. Solamente la campaña de terror y asesinatos indiscriminados en Bagdad puede explicar la necesidad de aniquilar de este modo criminal los vestigios de una información independiente.
El precio que ha decidido pagar el imperialismo por esta gigantesca acción criminal es el de aceptar una gran derrota política. Con este “método” de ingreso a Bagdad, el único que le quedaba por otra parte debido a la gran resistencia iraquí, el ejército de invasión y el propio imperialismo se han convertido en una fuerza bajo asedio. La ocupación será cualquier cosa menos pacífica; la resistencia militar dejará su lugar a la guerrillera, a la urbana y no urbana. Esta resistencia se extenderá a todo el Medio Oriente. El imperialismo yanqui conocerá lo que es una Intifada a sus propias expensas. Ocurrirá de ahora en más lo que Saddam Hussein evitó con todos sus medios: el armamento de las masas, del pueblo.
Pero la ocupación precaria y de solamente una parte de Irak ya está provocando enfrentamientos políticos que, aunque no por sí solos, podrían barrer con el dominio de los invasores. Las operaciones militares en el nor te anuncian claramente que los yanquis incluyen en la “pacificación” de Irak un nuevo freno al pueblo kurdo. Se les ha vedado a los kurdos cualquier forma de ocupación de las ciudades petroleras para ahogar en la raíz cualquier intento autonomista. Esto podría llevar a que el imperialismo suprima incluso la relativa autonomía tutelada que los kurdos gozan en la actualidad en una zona del norte de Irak. Los kurdos volverán a pagar de este modo su capitulación ante el Pentágono y Bush; sus pretendidos liberadores volverán a convertirse en sus verdugos. Alternativamente, si por las necesidades militares de la ocupación los yanquis contemporizan con los kurdos, la crisis estallará por el lado de Turquía, un país que está sentado debajo de un verdadero volcán social y político.
Otro efecto de la ocupación militar, que de cualquier modo aún es precaria y lo seguirá siendo a mediano y largo plazo, es que ha vuelto a poner en la superficie el enfrentamiento interimperialista. Bush se reunió con Blair en Belfast para organizar el reparto de Irak, el Medio Oriente y el mundo, pero el próximo fin de semana tendrán una réplica en la reunión que organizarán en Moscú el alemán Schröeder y el francés Chirac con Putin. La extorsión de estos últimos es que si no se les da participación en Irak tomarían medidas de represalias comerciales a nivel internacional; la guerra comercial latente durante varios años podría estallar ahora en medio de una crisis política mundial. Esto ocurre, además, cuando en Francia, España e Inglaterra estallan grandes huelgas, en especial debido al intento de mutilar la previsión social y las jubilaciones. Es que los fondos de pensiones se encuentran en bancarrota. Los estados que decían oponerse a la guerra se felicitan ahora por su desenlace y piden una porción en el saqueo de Irak. La máscara de los Chirac se ha caído miserablemente.
Incluso el Estado sionista no se salva de estas experiencias: para la semana que viene está anunciada una huelga general en Israel contra el “plan de ajuste” que ha impuesto el FMI. La internacionalizadísima economía sionista no será eximida de la crisis mundial.
Es incuestionable que un objetivo primerísimo de la invasión a Irak ha sido el de liquidar la “cuestión palestina”. Los miembros del gabinete de Norteamérica nunca escondieron este propósito. La llamada reforma política en los territorios ocupados apunta a crear una autoridad adicta a colaborar con este plan, a cambio de una miserable existencia nominal, como ocurriera, salvadas las distancias, con la zona de ocupación nazi en Francia. Los sionistas ya tienen en marcha un plan de separación por medio de un gigantesco muro electrónico y de cemento. Quien haya dicho que el imperialismo derriba los muros tendrá que tragarse ahora esas palabras.
Ya en los congresos de la II Internacional fue presentada una resolución por parte de Rosa Luxemburgo y Lenin, que decía más o menos que los internacionalistas debían luchar con todos los medios contra la guerra y en caso de que ésta igual tuviera lugar, aprovechar las crisis que inevitablemente desataría para acelerar la caída del régimen capitalista. Esto está hoy más vigente que nunca. La globalización se ha revelado como una pura ficción ideológica que pretendía que el imperialismo no necesitaba más de las guerras de conquista y de las guerras para el reparto de los mercados entre las distintas potencias. Ahora es claro, de nuevo, que el imperialismo es la reacción en toda la línea y que preside una época de guerras y revoluciones. La guerra imperialista es la prueba de la vigencia histórica de la revolución. La época de la revolución socialista no terminó con la disolución de la URSS, ni el siglo de la revolución se acortó a los decenios que van del ‘17 al ‘90. Al contrario se ha extendido al nuevo siglo.
La guerra imperialista no ha terminado en Irak ni en el Medio Oriente, por la simple razón de que los pueblos iraquí y árabe siguen luchando y porque la ocupación yanqui deberá crear nuevas crisis, nuevos enfrentamientos y nuevas guerras.
Ninguna de las tareas en marcha contra la guerra ha quedado superada. Más que nunca debemos movilizarnos en Argentina contra el imperialismo anglo-yanqui y mundial, para que se vayan todos y para aprovechar esta crisis para acabar con el régimen que causa tanto infortunio.