El triunfo de la derecha en Grecia

Kyriakos Mitsotakis, primer ministro griego

Las elecciones parlamentarias griegas le dieron el triunfo a Nueva Democracia, la fuerza de derecha que lidera el primer ministro Kyriakos Mitsotakis. Con un 41% y 146 diputados (cifras que están ligeramente por debajo de lo que había logrado en 2019), supera ampliamente a Syriza, que obtiene un 20% y 71 escaños. La formación del ex primer ministro Alexis Tsipras retrocedió más de diez puntos con respecto a la última elección, siendo la gran derrotada de los comicios.

A pesar de su victoria, el oficialismo no consiguió la mayoría absoluta de escaños (151), por lo que se abren dos variantes: un gobierno de coalición, o nuevas elecciones (fines de junio o principios de julio), en las que regiría un “premio” que otorga un bonus de diputados (hasta 50) a la fuerza más votada, con el propósito de facilitar la formación de un gobierno. Entusiasmado por los resultados de la primera vuelta, Mitsotakis quiere las nuevas elecciones, con la seguridad de poder lograr un gobierno monocolor de Nueva Democracia.

Además de Syriza, otra fuerza que sale golpeada es Mera25 (de Yannis Varoufakis, un exministro de Tsipras), que sacó menos del 3% y se quedó fuera del parlamento, incluso a pesar de haber sellado una alianza con Unidad Popular –otro desprendimiento de Syriza. El Pasok (partido socialista) saltó del 8 al 12% y también creció el Partido Comunista (KKE), que con el 7,5% se hizo de 26 escaños. En la extrema derecha, Solución Griega sacó un 4,5%, un poco más arriba que en 2019. Antarsya, un frente de izquierda anticapitalista conformado por el NAR y otras organizaciones, obtuvo un 0,54% (contra un 0,41% en 2019). De allí para abajo, otras formaciones de izquierda (maoístas y las dos fracciones del SU) obtuvieron resultados marginales. La abstención fue muy alta (casi 40%), pero estuvo por detrás de las dos elecciones previas.

La Troika no se fue

El triunfo holgado de Nueva Democracia sorprende no solo por las medidas de ajuste aplicadas por el gobierno de Mitsotakis, sino también por las grandes huelgas y movilizaciones que desató la catástrofe ferroviaria de Tempe, en la que murieron 57 personas, a fines de febrero: las mayores protestas desde las que repudiaron a la Troika (Comisión Europea-Banco Mundial-FMI) en 2015. El primer ministro atribuyó el desastre a un “error humano”, pero el pueblo griego en las calles apuntó al vaciamiento y privatización del sistema ferroviario, que involucra tanto al gobierno de Nueva Democracia como a sus predecesores de Syriza y el Pasok. El gobierno de Mitsotakis se había visto afectado también por un escándalo de espionaje ilegal sobre dirigentes de la oposición y sobre sus propios ministros.

Para contrarrestar estos golpes políticos, Mitsotakis hizo campaña señalando que lo peor de la crisis griega ya terminó, debido al final (en agosto de 2022) de las políticas de “vigilancia reforzada” de la Troika, que desde 2010 monitoreaba la economía local. Este discurso es falso, porque Atenas sigue sometida a una supervisión que le exige un superávit fiscal (léase ajuste) durante décadas. En cuanto a los números, la deuda es aún más elevada que la que el país tenía en 2010. Alcanza el 170% del PBI, una de las más altas del mundo (El País, 21/5). El desastre de la intervención de la Troika se resume en que el PBI es un 25% inferior al de 2010, los sueldos cayeron un 30% y se produjo una desindustrialización masiva (Jacobin Lat, 20/5). Grecia tampoco escapó este último año a una disparada inflacionaria y un encarecimiento de la vivienda del orden del 40% (La Nación, 22/5).

En estas condiciones, el triunfo de Nueva Democracia se explica no tanto por méritos propios como por el impacto que aún tiene en la población la experiencia frustrada de Syriza (2015-2019). El gobierno de Tsipras, que se entregó al capital financiero y reforzó la influencia de la Otan en el país, provocó una fuerte desmoralización en las masas griegas, e incluso llevó a una recomposición de los dos partidos tradicionales griegos (Nueva Democracia y Pasok), que estaban en caída libre.

Las huelgas y movilizaciones que estallaron en febrero marcan un reanimamiento popular, pero que no se tradujo en un apoyo masivo a la izquierda. Es el gran desafío que se le presenta a la izquierda revolucionaria en la nueva etapa.

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