El “triunfo popular” es la máscara de la contrarrevolución

El Mst ha dedicado un suplemento especial de su periódico a la revolución boliviana (Alternativa, 23/10). Su eje es caracterizar la caída del gobierno de Sánchez de Lozada como “un gran triunfo popular” e, incluso, como “un triunfo revolucionario”. Esto no debería sorprender, porque lo mismo había hecho con la victoria electoral del ecuatoriano Gutiérrez (rápidamente convertido en un agente del FMI y de los petroleros norteamericanos y en un cómplice del derechista Uribe en la guerra civil colombiana) y con la “victoria” del frente encabezado por Lula y el empresario y evangelista Alencar en Brasil, respaldado por el 99% de la burguesía brasileña y buena parte del imperialismo mundial.


Los gobiernos surgidos de las “victorias populares” del Mst se convierten con toda regularidad en los agentes de los opresores y los explotadores. El Mst nos ofrece el eterno círculo vicioso de la “traición” de los protagonistas de estas “victorias” y de unas masas que se enfrentan a los frutos de sus “victorias”.


¿”Triunfo popular”?


¿Cómo llegó Mesa al gobierno? Responde el Mst: “El vacío de poder abierto no fue llenado, sin embargo, por el poder de la calle (porque) sus dirigentes más importantes se negaron a tomar esta tarea (…) se opusieron a que gobernaran la COB, los campesinos y cocaleros y entregaron ese espectacular triunfo al vicepresidente”. Es decir, que los “dirigentes más importantes” actuaron como traidores y “entregaron el triunfo”. ¿Cómo se explica que los obreros y campesinos hayan “triunfado” a pesar de que sus direcciones “entregaron el triunfo” a los explotadores?


Continúa el Mst: “El nuevo gobierno es producto de un acuerdo entre los partidos tradicionales y los dirigentes de las organizaciones del movimiento obrero y popular”. Hay que agregar, además, a la Iglesia, las cámaras patronales, la diplomacia argentino-brasileña, las fuerzas armadas y policiales y hasta el propio imperialismo. Para llamar las cosas por su nombre, hay que decir que un acuerdo de esta naturaleza, que tiene como objetivo desplazar un gobierno legalmente constituido, es un golpe de Estado. Y que el objetivo de este golpe era reaccionario: impedir que la caída de Sánchez de Lozada llevara a los explotados al poder político. El nuevo gobierno es el producto de un golpe de Estado, de naturaleza democratizante. ¿Cómo puede calificarse esto como una “victoria popular”?


El Mst lo resuelve fácilmente: declara que el ascenso de Mesa es “una limitación del triunfo revolucionario”. Dice que “las conducciones mayoritarias del pueblo boliviano tienen una clara responsabilidad en haber limitado el triunfo revolucionario”. En otras palabras, la “entrega del triunfo” no es una traición histórica. Pero el nuevo gobierno no es “una limitación” sino que representa el realineamiento de la contrarrevolución.


“Revolución democrática”


Para el Mst, lo fundamental, es que se habría derrotado al “neoliberalismo”. Pero caracterizar los sucesos bolivianos como una “victoria popular” oscurece las tareas políticas de la clase obrera y los explotados en el período político abierto por la asunción de Mesa. La lógica indica que un gobierno surgido de una “victoria popular” debe ser defendido. Pero la tarea revolucionaria central en Bolivia es exactamente la contraria: organizar el derrocamiento del usurpador Mesa. El primer paso para esto es explicar que en la competencia por darle una salida a la crisis política abierta por el hundimiento del gobierno de Sánchez de Lozada, la burguesía prevaleció sobre el proletariado.


Para el Mst, lo ocurrido en Bolivia sería una “revolución democrática”, es decir la misma caracterización que los mencheviques y stalinistas hacen de la revolución de febrero de 1917, en Rusia, y de noviembre de 1918, en Alemania. En sus célebres “Tesis de Abril”, no es posible encontrar un simple párrafo en el que Lenin califique la caída del zarismo como “una victoria popular” (y eso que había caído una monarquía de mil años y no un simple presidente). Lo que el Mst define como “revolución democrática” no es más que el aborto de la revolución proletaria en el cuadro del régimen democrático burgués. Cae una dictadura y sube un demócrata, el Mst dice “revolución democrática”; cae un “neoliberal” y sube un “anti-neoliberal”, el Mst repite “revolución democrática”. Pero en la lucha de clases concreta, el ascenso del “demócrata” (o el “antineoliberal”) es un realineamiento de la contrarrevolución, que cambia de figurones y métodos, dadas las nuevas circunstancias.


Como el Argentinazo, la rebelión de las masas del Altiplano abrió una nueva etapa política; en eso radica su importancia. Pero las masas no han vencido. Para ello serán necesarias nuevas batallas y una nueva dirección revolucionaria, cuya primera obligación es llamar a las cosas por su nombre.