Internacionales
29/11/1989|288
El turno de Checoslovaquia
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Hace solamente dos semanas la prensa internacional destacaba que las movilizaciones populares en Checoslovaquia no superaban las diez mil personas y que no se percibía un profundo impulso de lucha. Para “compensar” el retraso los checoslovacos se superaron a sí mismos. En pocos días llenaron con medio millón de personas diariamente las calles de la capital y concretaron un paro nacional, algo que todavía no había ocurrido en las revoluciones del Este. Cayó la dirección del PC, cayó el gobierno y el único burócrata aceptable por la oposición tuvo que pelear su camino para abrir una negociación que evite la victoria completa de la revolución.
La súbita radicalización checoslovaca está históricamente ligada a la “primavera de Praga”, de hace veinte años atrás, cuando el país y los militantes obreros del PC se declararon dispuestos a resistir por las armas la intervención rusa, sólo para ser traicionados por la dirección “renovadora” en la que confiaban y que fue a su turno “purgada” cuando dejó de servir como factor de contención política de las masas. Lo que en 1968 demoró seis meses en gestarse y tuvo por iniciador al propio aparato de la burocracia, ahora solo llevó diez días y ha llevado rápidamente a la huelga general.
La voz cantante del movimiento, pero de ningún modo su dirección real, está constituida por los militantes del movimiento Carta 77, que abnegada y heroicamente lucharon todos estos años contra los “normalizadores” stalinistas. Al igual que en los otros países del Este reclaman elecciones libres concertadas con el aparato de la burocracia. No plantean el derrocamiento de ésta ni la disolución del aparato represivo; creen viable y postulan una democracia “occidental”, lo que en la práctica significa preservar el poder social adquirido por la burocracia y la posibilidad de que se convierta en clase propietaria a través de acuerdos con el imperialismo.
Los obreros checoslovacos tienen una larga escuela de socialismo y su vanguardia es perfectamente capaz de distinguir al socialismo de su criminal caricatura burocrática. Con estos elementos se puede luchar desde ya para formar una vanguardia proletaria que pueda consumar la revolución política.