Elecciones en España: Colapso de los partidos tradicionales y giro a la izquierda


Las elecciones municipales y autonómicas del fin de semana en España han cambiado el panorama político de forma radical. Dos candidaturas colectivas, que son un frente de partidos con presencia de organizaciones sociales han ganado las alcaldías de Barcelona y prácticamente la de Madrid, las dos principales ciudades de España. En Madrid, la posibilidad de una alcaldesa del frente Ahora Madrid ha quedado sujeta a un apoyo o acuerdo con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). En Barcelona, la dirigente Ada Colau del frente Barcelona en Comú ha quedado en condiciones de ser electa alcaldesa como candidata más votada. Convergencia i Unió (CIU), coalición nacionalista y fuerza mayoritaria del parlamento autonómico de Cataluña, sufrió un importante retroceso.


 


El Partido Popular (PP) en el gobierno, a su turno, ha perdido además su mayoría en otras ciudades importantes del país como Valencia, o Sevilla y Cádiz en Andalucía, en las que tenían el control desde hace años.


 


El PP ha recibido el castigo de sus propios electores tras la avalancha de la corrupción que consume al partido hasta la médula y como consecuencia de su política de ataque a todas las conquistas sociales de la transición. También la irrupción de Podemos en las comunidades autónomas ha dejado al PSOE en muchas de ellas en condiciones de establecer gobierno mediante pactos con esta fuerza política emergente, que tras su aparición como fenómeno de la izquierda ha ido virando hacia el centro de forma explícita y confesa.


 


Lo cierto es que los partidos emergentes, Podemos a la izquierda y Ciudadanos por la derecha han erosionado de forma significativa el caudal de votos del PP, el PSOE e Izquierda Unida. El PSOE ha recogido menos votos que en las elecciones autonómicas y locales de 2011. La pérdida de votos del PP y la aparición de Podemos es lo que le permitiría mejorar sus posiciones municipales y autonómicas.


 


Por qué Podemos


 


Estas elecciones se inscriben en una transición política caracterizada por un desplazamiento hacia la izquierda de las masas.


 


La cuestión de fondo en este proceso es la cristalización de una alternativa electoral que ha sido capaz de atraer el voto de los activistas de las organizaciones sociales, de los afectados por la política de recortes sociales del gobierno del PP, además de los descontentos con la corrupción que campea en los partidos tradicionales españoles. La burguesía misma ha tomado nota de este fenómeno. La irrupción de Ciudadanos en el espectro político forma parte de un operativo montado por la derecha para neutralizar el desplazamiento popular hacia la izquierda creando su propia movimiento político, explotando, a su modo, el odio existente contra los partidos históricos de la transición española, que es la bandera central de Podemos y de otros nucleamientos afines.


 


El avance de las nuevas formaciones, tanto de los frentes electorales en diversas ciudades como de Podemos en regiones, está directamente vinculado a las luchas y gigantescas movilizaciones contra la privatización de la sanidad, contra el ataque a la educación pública, contra el desahucio de los inquilinos y propietarios de viviendas tras la crisis económica internacional, en defensa de los locales ocupados por activistas en toda España, y a las huelgas y conflictos sindicales como los de Coca-Cola y Movistar o de Panrico por mencionar solo los más recientes. Hay una peculiaridad en la canalización del voto hacia estas nuevas organizaciones y frentes electorales directamente vinculado al inmenso descrédito de las iniciativas para la tribuna emprendidas por los sindicatos tradicionales en torno, por ejemplo, a la defensa de la educación y sanidad públicas, cuyo control burocrático las llevó a un callejón sin salida. La guinda de este pastel ha sido la firma de un acuerdo entre los dos sindicatos que se dicen mayoritarios, Comisiones Obreras (CCOO) y Unión General de Trabajadores (UGT), para un aumento salarial del 1%, lo que ha despertado la ira del movimiento obrero en su conjunto.


 


Crisis de régimen


 


Los comentaristas periodísticos fijan sus ojos en el deterioro del bipartidismo y afirman que en el tablero ahora hay dos nuevas fuerzas a considerar, lo que cambia las reglas del juego. Nadie parece dispuesto a reparar en el hecho que el voto perdido por el PSOE e Izquierda Unida (IU) que virtualmente ha desaparecido del mapa con alguna excepción, es un trasvase hacia las organizaciones, partidos y frentes, que han hablado el lenguaje de los “indignados” del movimiento 15M y han sido capaces de atraer el voto de los sectores de la sociedad que se identificaron con ese movimiento de masas de corta vida pero hondas cicatrices. Hace cuatro años el 15M agrupó a las luchas sociales no sólo en Madrid sino a escala nacional. Sus residuos testimoniales, como asambleas de barrio casi sin vida, revivieron y dieron su apoyo a Podemos y a Ahora Madrid en Madrid sin excepción. Algo similar ha ocurrido en Barcelona, donde la combativa y respetada ex dirigente de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH), Ada Colau, superó al nacionalismo católico y conservador de CIU en una ciudad que el 11 de septiembre pasado se movilizaba masivamente por la independencia de Cataluña. Forma parte de este cuadro la precipitada abdicación del ex rey Juan Carlos I en favor de su hijo Felipe VI en medio de una inmensa presión social por el encubrimiento de las corruptelas en el seno de la familia real.


 


No cabe la menor duda de que además del voto de la juventud combativa y los militantes de las organizaciones sociales los frentes electorales, organizados como agrupaciones de electores según la ley electoral española y denominadas candidaturas de unidad popular por los partidos que se dicen de izquierda, ha arrastrado el voto de un sector de los trabajadores españoles. El movimiento ha despertado ilusiones democráticas en una amplia capa de la sociedad. Pero una cosa es despertar esas ilusiones y otra muy distinta satisfacerlas. La estrategia de Podemos es la concertación de un pacto con el PSOE y los restos de IU. Es probable que el avance de esta izquierda genérica abra un curso de movilización y refuerce las expectativas de luchas futuras y sea un factor de revitalización de la clase obrera. La irrupción del movimiento obrero a un lugar más protagónico podría ser un elemento clave en la nueva transición que entramos, porque permitiría acelerar la creación de una alternativa política de poder, transformadora. Ingresamos en una nueva etapa política en la que se pondrá al rojo vivo quién paga la crisis: el capital o, como viene ocurriendo hasta ahora, la población trabajadora.