Internacionales
5/4/1989|263
Elecciones en la URSS: La burocracia en estado deliberativo
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Las elecciones en la URSS constituyeron una gigantesca derrota para muchos candidatos oficiales, digitados por el aparato partidario que hoy controla de punta a punta Gorbachov. El caso más resonante se produjo en Moscú, donde un burócrata desplazado, pero con amplias relaciones con la burocracia, Boris Yeltsin derrotó por más de 5 millones de votos contra menos de 400 mil a su oponente Yevgeny Brakov, el candidato nombrado por la organización partidaria moscovita. Yeltsin no sólo recibió un masivo apoyo de los trabajadores sino también hizo una gran votación en los barrios habitados por los altos funcionarios del partido y por militares. En Moscú, también fue derrotado el segundo secretario local, en tanto que el alcalde, Valery Saikin, no alcanzó el 50% de los votos y deberá competir en una segunda vuelta.
“En Leningrado, aún dominada por un aparato partidario conservador, el secretario local, Anatoli Gerasimov, logró sólo el 15% de los votos y fue derrotado por el ingeniero naval, Yuri Boldyrev, que obtuvo el 74%" (International Herald Tribune, 28/3/89). Tampoco alcanzaron su postulación en Leningrado ni el alcalde, ni su adjunto ni un miembro suplente del todo poderoso buró político nacional, al no lograr el 50% de los votos a pesar de presentarse como candidatos únicos (!).
Esto pone en evidencia no sólo el repudio de los trabajadores a los burócratas puestos a dedo por Gorbachov sino la fractura de la propia burocracia, que va más allá del aparato partidario, en relación con la situación y la política oficial.
El mismo fenómeno se repitió en la segunda república de la URSS, Ucrania, en cuya capital, Kiev, fueron derrotados el alcalde y el secretario local del PC. En las repúblicas del Báltico se impuso ampliamente una alianza entre los movimientos nacionalistas locales y las fracciones del PC de Gorbachov. Así resultaron elegidos los secretarios generales del PC de Estonia y Lituania, Vaino Vialas y Alguirdas Brazauskas, "con muy buenas relaciones con el Frente Popular” (Clarín, 28/3/89), pero fueron derrotados el segundo secretario del PC lituano, así como el jefe de Estado, el primer ministro y el ministro de justicia. “La lista de perdedores es asombrosa. Incluye al comandante en Jefe de la región militar de Moscú, al alcalde de la ciudad, al primer ministro de Lituania, al jefe de la KGB de Estonia, al almirante de la flota del norte, al comandante de las fuerzas en Alemania del Este y muchos otros” (IHT, Ídem).
El repudio popular a los candidatos nombrados oficialmente fue tan grande que donde se presentaban como candidatos únicos no lograron el 50% de los votos. En Armenia, por su parte, donde los líderes que encabezaron la movilización popular antiburocrática del último año fueron proscriptos, la abstención fue calculada por la corresponsal de la agencia oficial Novosty en “la mitad del electorado mientras que la madre del dirigente local Martin Martorosian, la estimaba en un 70%” (La Nación, 28/3).
¿Estructura alternativa?
La reforma electoral, que permitió la presentación de varios candidatos por distrito, pretendió encauzar en forma “ordenada" una “democratización" que, lejos de cuestionar la dominación de la burocracia, anclará aún más su legitimidad en el establecimiento de un “estado de derecho”. Tuvo lugar así un enfrentamiento electoral entre camarillas de la burocracia, salvo excepciones. El 85% de los candidatos eran miembros del PC, una cifra incluso mayor que en las anteriores elecciones que se realizaba con el sistema de candidato único. En 380 sobre 1.500 circunscripciones (un cuarto del total) este viejo sistema del candidato único siguió en pie. De las 2.250 bancas que forman el Congreso de Diputados del Pueblo sólo estaban en disputa 1.500, porque los otros 750 diputados fueron “designados” por las llamadas “organizaciones intermedias”, todas ellas controladas por la burocracia.
Sin embargo, la disputa dentro de la burocracia está lejos de “ordenarse". A caballo de la impasse económica y social han florecido los choques entre las burocracias “ministeriales" y las “regionales" o las económicas y las políticas por la redistribución de privilegios y de poder que plantea la reestructuración encarada por Gorbachov. Una pequeña punta de este gigantesco témpano quedó al descubierto en el juicio a la llamada “maffia uzbeka", con fuertes ramificaciones en toda la URSS, a la cual se le imputó una defraudación por unos 6.400 millones de dólares.
Para algunos analistas, los resultados de las elecciones deben entenderse en el sentido de que “Gorbachov está creando una estructura paralela aparte del partido con la cual embestirlo y hasta eventualmente reemplazarlo” (The Washington Post, 29/3/89). A su manera y con distintos objetivos sociales, Gorbachov estaría repitiendo la experiencia maoísta de la Revolución Cultural china de la década del 60, algo que ya señalamos desde estas páginas. De todos modos, las reformas políticas del año pasado entronizaron la figura de un todopoderoso Presidente de la Nación, a cuyo cargo quedan la segundad, la defensa y las relaciones exteriores y que Gorbachov espera asumir con un mandato irrevocable de 5 años y reelegible. El líder soviético pretende erigirse así en un árbitro omnipotente entre el PC y las masas, a la vez que mantiene su cargo de secretario general del PC. Esta concentración de poderes en el marco de un Estado totalitario ha sido calificada por el disidente pro Gorbachov. Andrei Sajarov, como “una locura” (ídem)
La amplitud de la derrota de los candidatos oficiales y el repudio a aquellos que se presentaban como únicos candidatos “sembró un tal desconcierto en los medios políticos soviéticos que la prensa moscovita se abstuvo de comentar ese escrutinio marcado por numerosas sorpresas” (La República. Montevideo, 29/ 3/89). El comentario tardío de Pravda fue que los resultados de las elecciones requerían “un profundo y muy serio análisis por parte de las organizaciones del partido” (El Cronista Comercial, 28/3/89). Esto es un signo de próximas purgas que pondrán de relieve los profundos desgarramientos que sacuden a la capa burocrática que monopoliza el poder.
Un terreno de disputa inminente será seguramente las elecciones del futuro Soviet Supremo, que según la reforma política del año pasado estará compuesto por dos cámaras de 271 diputados cada una, renovables en un quinto cada año y que deberá ser elegido por los 2250 diputados del Congreso del Pueblo recientemente electos. Boris Yeltsin ya denunció que “los mecanismos de elección (para el Soviet Supremo) nadie los conoce hasta ahora”, añadiendo “su temor de que los miembros del Congreso se vean obligados a ‘sólo aprobar' una lista de 542 nombres designados previamente” (Clarín, 28/3/89). Este Soviet Supremo, pese a la similitud de nombres nada tiene que ver con el poder de los soviets, pues tiene un período limitado de actuación anual; sus miembros no rinden cuenta ante nadie ni son revocables. Su elección indirecta les quita representatividad popular y está sometido a un todopoderoso poder ejecutivo.
Movilización popular
Aun cuando la disputa electoral se dio básicamente entre sectores de la propia burocracia, ella fue el marco de una creciente movilización popular, que tomó la forma de un repudio a los privilegios y un reclamo de igualdad social, exactamente lo contrario de lo que plantea Gorbachov con su perestroika. La decisión de lanzar una huelga general en Moscú en caso de un fraude electoral es un síntoma de movilización potencial.
Los reveses electorales han sido tomados como una advertencia por Gorbachov y por la burocracia del PC. Se teme que la crisis política lleve a las masas a plantear con audacia la supresión de los derechos políticos de la burocracia; reelección en los soviets; legalidad a todos los partidos obreros; libertad e independencia de los sindicatos; comités de fábrica y control obrero de la producción; abolición de los privilegios de los funcionarios y un salario que no sea superior al de los obreros mejor remunerados.