Enterremos al imperialismo en el suelo latinoamericano

El llamado ‘Plan Colombia’ representa la mayor intervención política y militar del imperialismo norteamericano en América Latina en la última década. Su objetivo oficial es erradicar los cultivos de hoja de coca y amapola (materias primas básicas de la cocaína y la heroína) en el sur del país, en la zona dominada por las guerrillas de las Farc. Su objetivo real es acabar con la guerrilla y reestructurar al quebrado Estado colombiano. Estados Unidos entregará a las Fuerzas Armadas de Colombia material bélico sofisticado (helicópteros de combate y radares) y entrenará batallones especiales por un costo inicial de 1.300 millones de dólares.


Entre los explotadores europeos, latinoamericanos y en los propios Estados Unidos existe un extendido temor a que la intervención norteamericana en Colombia termine creando “un nuevo Vietnam”, es decir una intervención militar directa de Estados Unidos. Clinton lo ha negado enfáticamente y ha ofrecido como prueba las restricciones establecidas al uso de la fuerza militar norteamericana: los asesores militares yanquis no intervendrán directamente en los combates y las operaciones en que se utilicen materiales donados por los Estados Unidos deberán ser directamente aprobadas por funcionarios norteamericanos.


Pero esas ‘garantías’ no garantizan nada. Después de todo, como señala un corresponsal, “Kennedy tampoco creía que Vietnam iba a ser Vietnam” (La Nación, 31/8).


El ‘plan’ agravará violentamente las condiciones de vida de los campesinos. La fumigación masiva destruirá sus cultivos, matará a sus animales y envenenará el agua; decenas de miles de familias serán obligadas a abandonar sus tierras. El imperialismo es incapaz de darle una salida a esos campesinos abriendo su mercado al ingreso de ‘cultivos alternativos’. Los helicópteros ya están calentando sus motores y Pastrana todavía no ha conseguido que Estados Unidos apruebe una rebaja arancelaria para facilitar las exportaciones colombianas. La Iglesia ya ha advertido que la fumigación masiva y el desplazamiento forzado desatará una vasta insurgencia campesina (“una nueva revolución cubana”, según la gráfica expresión de un obispo colombiano). El ‘Plan Colombia’ pretende encontrar la cuadratura del círculo: resolver la crisis política colombiana agravando hasta límites intolerables la situación en el campo, cuya agudización en los últimos años ha convertido a las Farc en una guerrilla de masas.


Clinton también ha declarado que “la crisis colombiana no tiene una solución militar” y que apoya las “negociaciones de paz” entre el gobierno de Pastrana y los grupos guerrilleros. Los diplomáticos norteamericanos afirman que el ‘plan’ servirá para forzar a la guerrilla a “negociar seriamente” Pero, hasta el momento, el principal escollo a las negociaciones ha sido la incapacidad del gobierno, y no de la guerrilla, para garantizar un “cese del fuego”. El gobierno de Pastrana está condicionado por los paramilitares, entrelazados con el ejército, los narcos y los latifundistas, y por la sistemática campaña de provocaciones de las Fuerzas Armadas. El ‘Plan Colombia’ les da nuevas alas a los grupos paramilitares, en manos de los cuales se encuentra gran parte del negocio del narcotráfico. Mientras pretende erradicar la producción de coca y amapola en el sur de Colombia, el ‘plan’ deja abierta la ventana para su producción en el norte, en las zonas dominadas por los paramilitares.


La presión de los pulpos armamentistas, “que proveyeron el mayor empuje (para la aprobación del) paquete” (Clarín, 24/8), es un factor autónomo de agravamiento de la intervención, en particular si, como esperan la mayoría de los observadores, el ‘plan’ fracasa en obtener rápidamente ‘resultados satisfactorios’.


Todos estos factores, que empujan a una intervención creciente del imperialismo, chocan con el cuadro de la crisis política latinoamericana (en el mismo momento en que Clinton llegaba a Colombia, los indígenas ecuatorianos convocaban a un nuevo “levantamiento nacional”) y con el temor de los explotadores norteamericanos a la reacción de su propia juventud y de su clase obrera (el llamado ‘síndrome de Vietnam’).


Las enormes contradicciones que debe enfrentar (y que está obligado a agudizar) y las limitaciones políticas del imperialismo explican la andanada de críticas que ha recibido el ‘Plan Colombia’ en los propios Estados Unidos: “Los expertos son escépticos sobre la ayuda”, a la que comparan con el ‘paquete’ de 2.200 millones donado por Bush hace una década sin ningún resultado a la vista (La Nación, 30/8). “Incluso entre los simpatizantes del paquete de ayuda existe el consenso de que no bastará” (ídem). The New York Times (30/8) califica al ‘plan’ como “una descarriada expansión del respaldo a las fuerzas de seguridad de Colombia”. Los estados imperialistas europeos, por su parte, han criticado el “excesivo énfasis militar” del plan norteamericano.


 


Rehenes políticos


La intervención norteamericana ha dejado en el aire a la cumbre de presidentes de América del Sur que comenzó al día siguiente de la partida de Clinton de Cartagena. Ha demostrado que las burguesías nacionales son incapaces de ofrecer una ‘salida diplomática latinoamericana’ a la crisis colombiana, independiente del imperialismo.


El papel de los regímenes latinoamericanos ha quedado reducido al de espectadores de una crisis que se desarrolla a sus propias puertas; se limitan a rogar que la intervención militar norteamericana no llegue hasta sus propias fronteras (y no desestabilice sus débiles estructuras estatales). Nuevamente, las burguesías latinoamericanas han demostrado que son rehenes políticos y financieros del imperialismo.