Internacionales
25/7/1995|457
Entre el acuerdo con los genocidas y la guerra general
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Después de una corta ofensiva, las milicias serbio-bosnias entraron al enclave bosnio-musulmán de Zepa, que se encontraba bajo la “protección” de las Naciones Unidas. Apenas dos semanas antes, Srebrenica, otro enclave bosnio-musulmán “protegido”, había caído en manos de los serbio-bosnios. Tanto Zepa y Srebrenica como Gorazde –aún en manos de los musulmanes-bosnios– son pequeños enclaves en el este de Bosnia, de población mayoritariamente musulmana, que se encuentran rodeados por territorios dominados por las milicias serbias.
Como ha ocurrido a lo largo de toda la guerra, con la conquista de las ciudades ha comenzado una nueva y brutal “limpieza étnica”: las milicias serbias deportaron a decenas de miles de mujeres, niños y ancianos y encerraron en campos de concentración a todos los hombres “en edad de combatir” donde se teme que sean torturados y fusilados. Las denuncias de asesinatos, violaciones y otras atrocidades se cuentan por miles.
Lógica militar
Según un analista militar norteamericano (The New York Times, 13/7), la ofensiva sobre los enclaves intenta resolver “el problema fundamental” de las milicias serbio-bosnias: “la falta de hombres (disponen de 80.000 contra 130.000 del gobierno de Sarajevo)”. Los serbio-bosnios, señala este especialista, “no disponen de tropas suficientes cuando son atacados en varios frentes”. “La caída de Srebrenica –concluye– puede ayudar a disminuir esta presión”.
Nada de esto era desconocido para las potencias occidentales; ninguno de los que ahora derraman “lágrimas de cocodrilo” puede declararse “sorprendido” por esta ofensiva. Carl Bild, negociador de la Unión Europea, acaba de declarar que “Srebrenica nunca fue desmilitarizada como se acordó entre las dos partes. Tampoco fue defendida en la forma requerida por la gloriosa resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Y sin ser desmilitarizada ni defendida, estaba cantado que sería vulnerable con la reanudación de la lucha en toda Bosnia después del colapso del acuerdo de cese de hostilidades esta primavera” (Financial Times, 21/7). Tan “cantada”, que hace ya dos meses, un informe interno de la ONU del mes de mayo “recomendaba un abandono de los enclaves musulmanes en la línea de batalla como Srebrenica y Gorazde” por considerarlas “indefendibles” (Financial Times, 30/5).
Lógica política
Cuando comenzó la ofensiva contra los enclaves, estaba entablada una negociación entre las potencias occidentales y el presidente serbio Milosevic. Ya a fines de mayo pasado, el ex canciller británico, Douglas Hurd, anunció “Milosevic está muy cerca de reconocer a Bosnia-Herzegovina” (Financial Times, 30/5).
Aclaremos: reconocimiento de su división en una federación croata-musulmana y una república serbia
En agosto pasado, Milosevic “rompió” con el gobierno serbio-bosnio, prohibió la entrada de sus miembros a Serbia (con la notable excepción del general Mladic, jefe de las milicias serbio-bosnias y acusado de crímenes de guerra) y cerró las fronteras. La ONU “retribuyó” estos “esfuerzos” permitiendo los vuelos comerciales a Belgrado, su participación en competencias deportivas y eventos culturales internacionales y el ingreso de mercancías consideradas “humanitarias”. Poco a poco, las cancillerías occidentales comenzaron a descubrir la “eficacia” del bloqueo de Milosevic a las milicias serbio-bosnias y alabaron su “utilidad” en la resolución de las “crisis de los rehenes” de mayo. La voluntad política de las potencias occidentales de llegar a un acuerdo con Milosevic —tanto Estados Unidos como Francia lo consideran “la pieza clave” de los Balcanes (Le Monde, 20/7)— los llevó a cerrar los ojos ante los informes de sus propias agencias de inteligencia sobre la existencia de “una colaboración militar en marcha entre el ejército serbio y las milicias serbio-bosnias” (Time, 17/7) y hasta lo “justificaron” aduciendo que, por las características del terreno, “es imposible cerrar cualquier frontera en los Balcanes” (ídem).
Después de la toma de Zepa y Srebrenica, “el recurso a la vía diplomática tiene todavía los favores de la administración (norteamericana), lo que significa, una vez más, reclamar los buenos oficios del presidente serbio Slobodan Milosevic” (Le Monde, 15/7). Al mismo tiempo, el alemán Carl Bild aconseja a las potencias occidentales “estar dispuestos a persistir en la búsqueda de un acuerdo negociado, aún cuando signifique negociar con líderes políticos a los que normalmente no invitaríamos a cenar” (Financial Times, 21/7). En la misma dirección, Le Monde (13/7) arriesga que el ataque a los enclaves no significa que Milosevic no tenga interés en un “acuerdo de paz” sino que se prepara a participar en él “desde una posición de fuerza”. No es de extrañar entonces que un vocero del Departamento de Estado norteamericano indique que en las últimas semanas se han registrado “progresos sustanciales” en las negociaciones con Milosevic (Clarín, 22/7).
El imperialismo es responsable
Varios analistas internacionales, sin embargo, advierten que “la guerra de Bosnia puede poner fin a la Nato y a las relaciones de seguridad transatlánticas de los últimos cincuenta años” (International Herald Tribune, 6/7)..
Gran Bretaña, pero por sobre todo Francia, han fracasado en su intento de dar una “salida europea” a la guerra en Bosnia. El imperialismo norteamericano –con el apoyo de Alemania– se negó a enviar tropas de tierra para la misión de la ONU, al tiempo que armaba secretamente a los musulmanes y negociaba con Milosevic las condiciones del levantamiento de las sanciones económicas a Serbia, lo que fue denunciado por los franceses como un intento deliberado de alargar la guerra. Pero precisamente, el alargamiento de la guerra sirvió para poner en evidencia la impotencia de Francia y de Europa “ante una crisis de seguridad aguda en su propia región”. El fracaso de Francia da por tierra con sus sueños de convertirse, junto con Alemania, en la “potencia rectora” de Europa. Si los acuerdos con Milosevic progresan, Estados Unidos y Alemania quedarán como los tutores de la “paz balcánica” y Francia deberá contentarse con un papel de tercer orden, y no sólo en los asuntos de los Balcanes: “si nada cambia en la política Europea —escribe uno de los más prestigiosos analistas norteamericanos— Europa habrá perdido su derecho a tener un voto decisivo en lo que lo que hace Occidente” (William Plaff, en International Herald Tribune, 6/7).
En las últimas semanas, Croacia ha desplazado grandes cantidades de tropas y armamento pesado hacia la frontera con Krajina —la región de Croacia dominada por los serbios-croatas, que reclaman su independencia, en lo que parece la preparación de una ofensiva en gran escala. Alemania —que ejerce un virtual “protectorado” sobre Croacia— ha vetado el ataque porque podría escalar la guerra a todos los Balcanes y pudrir la posibilidad de una “salida negociada” en Bosnia. Pero el gobierno de Tudjman se encuentra bajo una enorme presión de las fracciones guerreristas de su propia camarilla porque la dominación serbia sobre Krajina corta el país en dos y le impide utilizar las rutas, los oleoductos y las redes de energía que unen la costa del Mar Adriático con Zagreb (la capital croata) y el resto del país. Croacia, caracteriza Le Monde (20/7) “se balancea entre la guerra y la paz”.
Mientras tanto, en Macedonia, crecen violentamente las tensiones entre los macedonios (eslavos) y los albaneses, que se encuentran “en el mismo estancamiento político que los musulmanes, los serbios y los croatas de Bosnia en 1991 (poco antes de que comenzara la guerra)” (London Review of Books, 9/3). Macedonia es una pieza codiciada para todas las potencias balcánicas porque domina todo el tránsito terrestre de la región (Macedonia es el único lugar por donde se pueden atravesar los montañas de los Balcanes de sur a norte y de este a oeste). Una guerra por Macedonia envolvería, directamente, tanto a Grecia como Bulgaria. Por este motivo, el imperialismo norteamericano, mientras se negaba a desplazar tropas a Bosnia, emplazó una “fuerza expedicionaria” en Macedonia y amenazó con utilizar sus bombarderos pesados contra quien intente extender hacia allí la guerra (Financial Times, 21/7).
A la luz de esta situación de conjunto, está claro que sólo la expulsión del imperialismo y de las burocracias restauracionistas y la unidad socialista de los pueblos puede ponerle fin a la tragedia que se abate sobre los pueblos de los Balcanes.