Entre la “democracia” y la masacre

En Chiapas ha terminado la primera etapa del “diálogo” entre el EZLN y el gobierno mexicano con una serie de “acuerdos tentativos” . La Bolsa reaccionó ante los acuerdos con una suba excepcional (The Financial Times, 4/3/94) a pesar de la creciente crisis económica. El mediador eclesiástico Samuel Ruiz, el representante gubernamental Manuel Camacho y el propio imperialismo manifestaron su “optimismo” ante el hecho, pero otro de los signatarios, el subcomandante Marcos, lo calificó  como “un montón de papel” (Página 12, 1/3). “La paz está lejos”, dijo.


Como consecuencia de la línea contemporizadora del EZLN, el centro de gravedad política de la crisis mexicana se ha desplazado del levantamiento campesino a la expectativa en las elecciones presidenciales de agosto y la reforma del sistema electoral. La  política democratizante del EZLN —”… el cambio democrático en México necesita otras fuerzas políticas”— empuja en esta dirección.


Pero la crisis del régimen político no puede ser emparchada tan superficialmente. La rebelión de Chiapas  puso en evidencia la fractura del Estado y la necesidad de una política de reconstrucción del Estado. “Aterrorizó al régimen” (Newsweek, 7/3) y planteó la “urgencia” (The Washington Post, 1/3) de una “reforma política”.


En esta dirección, el “politólogo” mexicano Jorge Castañeda y The New York Times (28/2) coinciden en que las “negociaciones decisivas” para dar lugar a “elecciones más limpias y creíbles” no tendrán lugar con los zapatistas sino con el PRD y el PAN, la oposición derechista. El primer fruto de esas negociaciones ha sido el “acuerdo informal” (The New York Times, 28/2) firmado entre los candidatos presidenciales del PRI, del PRD y del PAN. El segundo, más firme, sería el paquete de leyes que, según The Washington Post (1/3), se aprestaría a lanzar Salinas: autorización de la presencia de observadores extranjeros, reparto igualitario de la TV entre todos los partidos y nombramiento de una dirección independiente en el organismo encargado de supervisar las elecciones. El imperialismo le ha asignado a Cárdenas la función de darle “credibilidad” a una victoria electoral del PRI.


Las razones que expone para apoyar la búsqueda de un “acuerdo nacional” The Wall Street Journal (18/2) son reveladoras por su crudeza: “Lo que está claro es que la apertura económica de México no podrá ser sostenida durante mucho tiempo si no se adelantan las garantías de apertura política y el respeto incondicional por la voluntad política de los mexicanos. Sin semejantes garantías, no se podrá asegurar por mucho tiempo la estabilidad política. Y sin estabilidad política, no pueden asegurarse las inversiones en México”. Por estos mismos motivos, precisamente, The New York Times (28/2) “aconseja” a Clinton “poner en claro la preferencia de Washington por una campaña libre de intimidaciones y un recuento electoral libre de fraudes”.


Las “elecciones limpias” pueden entrañar, con todo, algún “peligro”. Para contornearlo, el candidato oficialista debe convertirse en el abanderado de la “democracia y la reforma”. Pero para ese “papel”, Luis Colosio —el candidato designado y miembro destacado de la camarilla de Salinas— no parecería el hombre adecuado. “El final más atractivo (para Salinas, y sobre todo, para la propia crisis) —dice The Wall Street Journal (18/2)— es que Salinas se convierta en el primer presidente en el México moderno en ceder el poder ejecutivo a un miembro de la oposición, mientras la mayoría de sus revolucionarias reformas económicas permanecen intactas. Este escenario descalifica… a Colosio… La elección más apropiada para esta idea final sería el hombre que Salinas eligió como comisionado de paz en Chiapas, Manuel Camacho”. La presentación de Camacho como candidato —y la consiguiente ruptura del PRI— no es, apenas, una especulación periodística, sino “la elección más apropiada” nada menos que para el diario de los financistas norteamericanos.


Mientras se “diseñan” todas estas “negociaciones”, los latifundistas se preparan para enfrentar la rebelión con las armas en la mano. Están reclutando aceleradamente “guardias blancas” para lanzar una “guerra sucia” de secuestros y asesinatos contra los campesinos. Las “guardias blancas”  desalojaron a palos las alcaldías ocupadas por los campesinos en Chiapas y  desfilaron en Altamirano —uno de los pueblos ocupados por el EZLN durante la insurrección de Año Nuevo— al grito de “muerte a los zapatistas, muerte a los indios”.


Pero la rebelión que comenzó en Chiapas no cede y se extiende por el país. Después de las decenas de ocupaciones de alcaldías en Chiapas a comienzos de febrero, acaba de estallar otra rebelión en el otro extremo del país. En Chihuahua, en la propia frontera con Estados Unidos, miles de campesinos han declarado la “desobediencia civil” y ocuparon los edificios de dos grandes bancos privados —echando a los clientes y reteniendo a los gerentes— en protesta contra las ejecuciones de hipotecas y el corte de créditos. Sin ocultar su temor, The Wall Street Journal (25/2) constata que la rebelión de Chihuahua “muestra qué lejos se ha extendido el espíritu de rebelión”.


Entre las maquinaciones “democráticas” y la masacre “blanca”, la rebelión campesina sigue.