Economía mundial

Entre la recesión, la inflación y la conflictividad laboral

Reino Unido, a la cabeza del proceso de huelgas

El anuncio de Jay Powell, presidente de la Reserva Federal, de que va a continuar con aumentos agresivos de la tasa de interés fue suficiente para que se consolidara un desplome nuevamente de las bolsas, que arrancó unas semanas antes anticipando la decisión de la FED. Los mercados tenían expectativas de que hubiera un giro en la FED apoyándose en el hecho de que el ritmo de la inflación estadounidense había dado indicios de retraerse.

En el sendero adoptado de la FED no influyó el hecho de que la economía estadounidense está entrando en recesión. Powell anticipó “problemas” para los hogares y las empresas (en lenguaje menos elegante: pérdidas de puestos de trabajo, reducciones salariales y recortes y redimensionamiento corporativo). Esto era el precio que habría que pagar para reducir la inflación que es exhibido como la amenaza mayor.

Inflación

Pero el aumento de la tasa de interés no asegura que se comprima la inflación. La experiencia recorrida en las décadas recientes demuestra los límites insalvables de la política monetaria y fiscal. Recordemos que la tasas de interés en cero, la expansión de la oferta monetaria y la compra de bonos públicos y corporativos a través de la llamada “flexibilización cuantitativa” (QE) fueron impotentes no solo para sacar a la economía de su anemia sino para revertir las tendencias deflacionarias. La enorme emisión monetaria no sirvió para lograr un repunte de los precios pero sí para crear un enorme espiral especulativo en el mercado bursátil e inmobiliario.

Los bancos centrales pueden afectar la demanda pero tienen escaso o nulo efecto sobre la oferta. La disparada actual de los precios proviene, precisamente, de una restricción de la oferta, particularmente en energía, alimentos y otros productos básicos, así como un freno en la cadena de suministro global que ha vuelto a potenciarse con la guerra. El conflicto bélico ha provocado una catástrofe energética, alimentaria y, por supuesto, humanitaria. Pero más allá de estos factores, asistimos como telón de fondo a una huelga de inversiones y a una declinación de la productividad laboral en las principales metrópolis, que tiene como base una caída de la tasa de beneficio que se registra en la economía mundial.

La perspectiva que se abre, por lo tanto, es que se eche más leña al fuego a la recesión, sin revertir la disparada de los precios. O sea, la consolidación de un escenario de recesión con inflación. Lejos de un declive sereno estamos frente a una transición turbulenta, que augura un derrumbe económico y sacrificios y privaciones a la población trabajadora. Estamos lejos de un aterrizaje suave como vaticinan las autoridades monetarias.

Es cierto que los niveles de empleo están en sus mínimos históricos, aunque esto es engañoso pues la población económicamente activa (la gente que busca empleo) ha descendido. El impacto del Covid se refleja en los datos de empleo y mercado laboral. La proporción de la población mayor de 16 años que trabaja o busca trabajo fue del 62,1 por ciento en julio, contra 63,4 por ciento antes del comienzo de la pandemia. Agreguemos que la desocupación es un fenómeno retardado, que recién se empieza a concretar una vez que la recesión se prolonga en el tiempo y se termina de consolidar. Por lo tanto, los primeros síntomas empiezan a asomar: las solicitudes por desempleo están en aumento.

La economía estadounidense está entrando en recesión porque la rentabilidad está cayendo y la inversión productiva se está estancando. Por supuesto, la economía no se ve favorecida por el aumento de las tasas de la Reserva Federal al mismo tiempo, pero si las ganancias y la inversión fueran auspiciosas, un repunte de las tasas de interés podría ser absorbido sin provocar un parate en el proceso de acumulación capitalista y un freno de la actividad económica. La declinación de la inversión ha ido de la mano con una caída de la propia productividad laboral que “se ha estado desacelerando hacia cero en las principales economías durante más de dos décadas y, en particular, en la Larga Depresión desde 2010. La productividad laboral de EE.UU. está disminuyendo actualmente y en su punto más débil en 40 años” (Michael Roberts, Sin Permiso, 6/8).

Otros bancos centrales de las principales economías siguen el mismo derrotero. El banco noruego subió los tipos de interés en 50 puntos básicos por segunda vez este año e indicó que cabe esperar una nueva subida de la misma magnitud el mes que viene. El Banco de Inglaterra ha dejado claro que continuará con sus subidas de tipos. La previsión de inflación del banco central está en el extremo inferior de las estimaciones, ya que informes de distintas consultoras prevén que la inflación alcanzará el 18,6 por ciento el próximo mes de enero. El Banco Central Europeo (BCE), aunque llega más tarde a las subidas de tipos, va por el mismo camino. Después de subir los tipos en 50 puntos básicos el mes pasado, está previsto que repita la subida en su próxima reunión. En algunos círculos se ha especulado con la posibilidad de que el banco se retraiga debido al desarrollo de la recesión en Alemania y en todo el continente. Sin embargo, Isabel Schnabel, miembro ejecutivo del BCE, ha desechado esa alternativa.

A los bancos centrales de todo el mundo no se les escapa que las subidas de los tipos de interés no están en condiciones de normalizar las cadenas de suministro o bajar el precio de la energía. Existe una incertidumbre sobre su eficacia para revertir la inflación pero, pese a ellos, la clase capitalista no se priva de agitar el fantasma de la inflación como un medio para atacar el salario y, por sobre todo, los reclamos salariales.

Recesión y conflictividad laboral

A la par del crecimiento de la inflación las principales economías del mundo, además de EE.UU., están mostrando tendencias recesivas.

China está experimentando una desaceleración significativa. La economía creció solo un 0,4 por ciento en el segundo trimestre, apenas escapando de una contracción total, y las perspectivas parecen estar empeorando. El freno no proviene solo de los efectos del Covid en la cadena de suministro. China sufre con especial virulencia la crisis de sobreacumulación y sobreproducción presente en el conjunto de la economía mundial. Uno de los epicentros de esta crisis es el colapso del sector inmobiliario, responsable de un cuarto del PBI del gigante asiático, aunque no se circunscribe a ese único sector. A diferencia de lo ocurrido en las grandes economías capitalistas, el gobierno chino ha optado por reducir las tasas de interés a mediano plazo para tratar de estimular la economía. Las finanzas de los gobiernos locales se están viendo gravemente afectadas, ya que los ingresos por la venta de terrenos en lo que va del año han bajado un 31 por ciento, en comparación con los primeros seis meses del año pasado. El gasto de consumo es solo marginalmente superior al de la primera mitad del año pasado en términos reales y está un 10 por ciento por debajo de la tendencia anterior a la pandemia.

En Alemania las ventas minoristas cayeron a la tasa anual más rápida desde que comenzaron a recopilarse registros en 1994, un 8,8 por ciento menos que hace un año. La economía alemana está siendo golpeada por los efectos de la guerra a medida que los precios del gas se disparan y se reducen los suministros. El Banco de Inglaterra ya ha pronosticado que la economía del Reino Unido entrará en recesión con una contracción de al menos un 2 por ciento desde el máximo hasta el mínimo. La excepción es Japón. Su economía creció a una tasa anualizada del 2,2 por ciento en el segundo trimestre, impulsada por un aumento en el gasto de consumo a medida que el gobierno levantó las restricciones del Covid. Pero es probable que el aumento sea pasajero y Japón termine siguiendo la misma longitud de onda que las otras metrópolis.

De las tendencias recesivas no salen inmunes ni siquiera las industrias de punta. “Intel, TSMC, Samsung o SMIC son algunos de los grandes fabricantes de semiconductores que ya están construyendo nuevas instalaciones, y, aunque siguen siendo necesarias, cabe la posibilidad, contra todo pronóstico, de que a corto y medio plazo no lo sean tanto como vaticinaban hasta ahora las previsiones de los analistas de este mercado. Este inesperado volantazo solo puede tener un detonante: la demanda de chips está cayendo en picado en algunos sectores” (Xataca, 12/8).

De hecho, Intel y NVIDIA han reconocido haber identificado ya con claridad un descenso de la demanda de los chips que entregan a los armadores de computadoras personales y servidores. Micron Technology, que es uno de los mayores fabricantes de memorias, también ha confirmado que está recibiendo menos pedidos de los centros de datos, que, al parecer, representan una de sus mayores fuentes de ingresos. Y el fabricante chino de circuitos integrados SMIC prevé que sus ventas de algunos chips se desplomen como resultado de la importante contracción que está experimentando el mercado de los smartphones. Tsmcfab Empresas de chips de Corea del Sur, Samsung y SK Hynix han señalado planes para reducir la inversión, mientras que Taiwan Semiconductor Manufacturing Company, el mayor productor del mundo, va en la misma dirección.

Esta contracción empieza a tener una traducción en despidos. Ford anunció la cesantía de 2.000 trabajadores permanentes y 1.000 empleados por contrato. Los recortes se producirán en Estados Unidos, Canadá e India, incluyendo un “gran porcentaje” de ellos en Michigan, según un vocero de la empresa. Ford planea hasta 8.000 despidos este año, poniendo principalmente en la mira a los trabajadores de cuello blanco y los puestos en su departamento de motores de combustión interna. “Las gigantes automotrices están avanzando en una agresiva campaña para dominar el mercado de los vehículos eléctricos y otras nuevas tecnologías y están reestructurando sus operaciones internacionalmente, recortando costos Stellantis (una fusión de Fiat-Chrysler y PSA Group) ya llevó a cabo una cantidad no definida de despidos este año en su planta de ensamble de Belvidere en Illinois y sus plantas de Warren y Sterling Stamping en Michigan, y planea eliminar el segundo turno de su planta en Windsor, Ontario, para fines de 2022” (WSWS, 17/8).

La crisis en la industria tecnológica ha empezado a traducirse en despidos, incluidas las líderes estadounidenses —Apple, Microsoft, Meta (la empresa matriz de Facebook) y Twitter. Hay señales de que los recortes de empleos se están expandiendo más allá del sector tecnológico a importantes firmas de ventas minoristas dado que se están deteniendo los gastos del consumidor. Walmart reportó que despedirá a 200 empleados gerenciales a inicios de agosto, mientras que Best Buy ha estado recortando cientos de puestos en sus tiendas tras reducir su pronóstico de ventas (WSWS, ídem).

La caída de los salarios que se viene operando (el salario por hora promedio había caído 3 por ciento en términos reales en EE.UU., comparado al año anterior, según la Oficina de Estadísticas Laborales) no fue un freno para que crezcan los despidos.

La inflación a la que ahora se suma la recesión está estremeciendo los cimientos de las principales economías del mundo y disparando una enorme catástrofe social y, en simultáneo, ha empezado a crecer la inquietud y la efervescencia entre los trabajadores, que se instala también en el movimiento sindical y las organizaciones gremiales. La conflictividad laboral viene en ascenso y empieza a expresarse en una reacción huelguística y de movimientos de lucha presididos por los reclamos de aumento salarial frente a los estragos que provoca una carestía imparable. A la cabeza de este proceso se encuentra Gran Bretaña, donde asistimos a una ola de huelgas, que abre, después de 4 décadas, la perspectiva de una huelga general. Pero esta tendencia empieza a replicarse en otros países de Europa, en primer lugar Alemania, donde están en conflicto varios sindicatos. Tampoco escapa a este cuadro EE.UU. Los trabajadores están entrando en acción y en la medida que eso ocurra y se generalice, el tablero político puede alterarse y catapultar a la clase obrera como un factor independiente frente a grandes crisis y conmociones sociales que vienen sacudiendo al planeta.