Estado y capital

El plan de rescate del gobierno norteamericano otorga facultades absolutas al secretario del Tesoro, Paulson, para comprar cualquier tipo de activo financiero invendible que le ofrezcan las empresas capitalistas. La compra se haría por medio de la emisión de títulos del Tesoro de los Estados Unidos. La deuda pública norteamericana es, según como se la estime, de entre cinco y ocho billones de dólares. A ella habría que agregar, sin embargo, la reciente nacionalización de las dos entidades semipúblicas de crédito hipotecario, que tienen deudas conjuntas de cerca de seis billones de dólares.

El plan prevé una compra de activos por 700.000 millones de dólares, pero es claro para todo el mundo que podría superar incluso los tres billones. Tomando una cifra media entre las señaladas, la deuda pública norteamericana podría superar, en el marco de la crisis actual, los catorce billones de dólares, o sea el ciento por ciento del PBI de los Estados Unidos. Este es un aspecto del problema, porque por otro lado la deuda agregada de los Estados Unidos, o sea tanto la pública como la privada, la de las empresas como de las familias, se encuentra cerca del 400% del PBI, o sea casi 60 billones de dólares. Obviamente, todo esto es impagable. El capital ha buscado estirar el mercado por todos los medios posibles del crédito y la especulación, pero no puede evitar, en definitiva, que el valor de la riqueza social esté determinado por el tiempo de trabajo social para su producción. La crisis es el mecanismo para hacer el ajuste.

En semejantes condiciones, un plan de rescate público del capital, que llevaría la deuda del Estado a niveles extraordinarios, deberá producir un crecimiento también extraordinario de la tasa de interés y, con ello, de la actividad especulativa con la deuda pública. El plan de rescate simplemente aumentaría la porción financiera o ficticia del capital. Pero, por otro lado, el aumento de las tasas de interés debería provocar una depresión de la actividad económica y, con ello, de la capacidad de recaudación fiscal; o sea, una crisis de la capacidad del Estado para financiar el pago de su deuda. Es por eso que numerosos economistas ven con recelo el plan de salvataje y que, al mismo tiempo, este fracaso obligaría a recurrir a la emisión de moneda y a la devaluación del dólar.

Lo que se presenta como una salida es caracterizado, incluso mayoritariamente, como una trampa mortal. No es cierto que el Estado sea incondicionalmente capaz de rescatar al capital de la bancarrota; cuando la crisis adquiere un carácter realmente universal, el Estado es arrastrado por el capital a la vorágine de la desintegración política.