El sábado pasado en el Club Q de Colorado Springs, Anderson Lee Aldrich, de 22 años, disparó y asesinó a cinco personas, y dejó 25 heridos. El asesino acudió con el claro objetivo de matar a miembros del colectivo LGBTI. El detenido irrumpió con un rifle AR-15 semiautomático, con varios cargadores adicionales, y una pistola; y tenía antecedentes. En 2020 había sido detenido y no se le incautaron las armas que poseía.

El tiroteo reavivó los recuerdos de la masacre de 2016 en el club LGBTI Pulse en Orlando, Florida, en la que murieron 49 personas. Colorado ha experimentado varios asesinatos en masa, incluso en Columbine High School en 1999, un cine en los suburbios de Denver en 2012 y en un supermercado de Boulder el año pasado (Levante EVM, 20/11).

La discriminación y persecución del colectivo LGBTI, que proviene del propio Estado, es el caldo de cultivo de hechos atroces como el que que ocurrió este fin de semana en Colorado. Basta señalar leyes como “No digas gay” en Florida, promovida por el gobernador recientemente reelecto RonDeSantis, que prohíbe hablar de diversidad sexual en las escuelas. Asimismo, tras la derogación del fallo Roe vs. Wade que legalizó el aborto a nivel federal, el matrimonio igualitario está en la mira del ala más conservadora de la Corte Suprema.

En Estados Unidos, informó la CNN, se registraron más de 7.700 ataques de odio en 2020 (contra latinos, asiáticos, diversidades sexuales, etc.), la cifra más elevada desde el 2008, en una tendencia que todavía ha ido al alza. Estas agresiones empiezan y son alentadas desde el propio aparato estatal, como lo demuestran crímenes contra la juventud negra a manos de las fuerzas policiales.

Todo este entramado plantea la necesidad de una organización independiente de la comunidad LGBTI, en alianza con las mujeres, migrantes y la clase trabajadora, en una lucha común contra el Estado capitalista, garante de todas las formas de opresión y explotación.