Internacionales
19/11/1998|608
Estados Unidos, la dictadura jurídico-policial
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Un reciente y documentado informe de Amnistía Internacional sobre las violaciones de los derechos humanos en los Estados Unidos puso al descubierto la envergadura y la impunidad del aparato represivo norteamericano. Por su crudeza, este informe conmovió a la propia prensa norteamericana.
Según el documento, las torturas, las detenciones arbitrarias, el uso desmedido de fuerza contra civiles desarmados (al punto de provocar la muerte de los ‘sospechosos’) son la “norma” del comportamiento policial. “Los inmigrantes son tratados como delincuentes”. En las cárceles, es regular la tortura de los prisioneros mediante electroshocks. “Uno de los hechos más dramáticos -informa William Schulz, secretario ejecutivo de la rama norteamericana de Amnistía Internacional- es el tratamiento de las presas, el acoso sistemático a que someten a las mujeres en algunas cárceles, lo que incluye su venta a guardias o presos varones como esclavas sexuales. En ocho estados, por lo menos, el contacto sexual entre guardia cárceles y presas no se considera un delito. Por otra parte, la costumbre de encadenar a las internas parturientas es más común de lo que supone la mayoría” (The Washington Post, 13/10). El carácter racista de este régimen político es evidente. “La raza del sospechoso parece ser, muchas veces, el primer indicador de peligrosidad” (Folha de Sao Paulo, 6/10).
El encarcelamiento de pobres, negros y latinos es masivo. En los últimos años, la población carcelaria norteamericana pasó de 750.000 a 1.700.000 personas, la inmensa mayoría por ‘pequeños crímenes’ contra la propiedad. Estados Unidos encarcela seis veces más ciudadanos que los países europeos. Según un diario británico, los pobres norteamericanos “enfrentan la disyuntiva de encontrar un empleo o pasar a engrosar la mayor población carcelaria del mundo” (Financial Times, 28/11/97). Aunque los negros representan el 12% del total de la población norteamericana, la mitad de los presos son negros.
El ritmo de encarcelamiento viene creciendo sistemáticamente, junto con la polarización social. “En 1997, la tasa nacional de encarcelamiento — 645 por cada 100.000 personas-fue más del doble que la de 1985 y el número de presos creció en 9,4%, casi el doble que el promedio anual de crecimiento desde 1990” (The Economist, 3/10).
Paralelamente, creció el número de condenados a muerte y el número de crímenes sujetos a la pena capital. Aquí también, “la raza del acusado y de la víctima parecen ser los factores esenciales para decidir una condena a muerte... la probabilidad de que un negro sea condenado a muerte es cuatro veces mayor que la de un blanco” (Folha de Sao Paulo, 6/10). En Pennsilvanya, por ejemplo, de los actuales 120 condenados a muerte, sólo 13 no son negros (TheNew York Times, 16/10).
Otro de los ‘blancos’ preferidos de la brutalidad policíaco- judicial es la juventud, contra la que rige el Hoque de queda’ en las principales ciudades. Estados Unidos es el único país que no ha ratificado la Convención de la ONU sobre los Derechos del Niño y que ratificó con reservas el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de la ONU: en ambos casos, porque “objeta que se proscriba la aplicación de la pena de muerte a delincuentes juveniles” (The Washington Post, 13/10).
“Los derechos humanos en los Estados Unidos, dice Amnistía, nos hablan de dos naciones (diferentes): ricos y pobres; blancos y negros; hombres y mujeres” (The Guardian Weekly, 11/10).
La integración de policías y jueces en este sistema represivo clasista y racista es perfecta, porque “rara vez los policías son procesados y, menos todavía, castigados”. Peor aún, “los programas de reformas de los principales departamentos de policía y la legislación disponible no evitan la impunidad de los policías inculpados en abusos” (Folha de Sao Paulo, 6/10). Los jueces, por su parte, son ‘intocables’. A la cabeza de todo este aparato represivo se encuentra la Corte Suprema.
En esta represión estatal, se apoya una vasta represión ilegal, a cargo de bandas derechistas con vastos lazos con las policías, que -como ha ocurrido en las últimas semanas- asesinan homosexuales, inmigrantes y médicos abortistas. Rara vez los responsables de estos asesinatos van a la cárcel.
El gigantesco aparato represivo norteamericano que apunta a la masa de los desposeídos ilustra mejor que nada, por eso, la naturaleza concreta del régimen político.