Estados Unidos: los portuarios van a un paro activo para confluir con la rebelión

Se extenderá por toda la costa oeste este viernes, sumándose a un ascenso de luchas obreras

Este viernes 19 de junio, día en que se celebra el fin de la esclavitud en los Estados Unidos, los 29 puertos marítimos de la costa oeste irán al paro. Tras la cita de la International Longshore and Warehouse Union (ILWU), los trabajadores portuarios nucleados en ella abandonarán sus tareas en simultáneo. Los radicados en los locales 10, 34, 75 y 91 del Estado de California convocan a movilizar desde el puerto de Oakland con destino a la plaza Oscar Grant. A su vez, llaman entonces al conjunto de los trabajadores y organizaciones sindicales, no sólo estadounidenses, sino internacionales, a plegarse a esta enorme acción de lucha.


La naturaleza misma de esta jornada combina lecciones históricas, desafíos y perspectivas futuras. La abolición de la esclavitud en el Estado de Texas el 19 de junio de 1865 implicó el eslabón final de emancipación para millones de afroamericanos esclavos. Sin embargo, lo que la rebelión estadounidense ha puesto de relieve tras el asesinato de George Floyd, que se replicó rápidamente con Rayshard Brooks, es que la opresión racial que hoy sufren afroamericanos y afrodescendientes explotados está montada sobre las relaciones sociales de un capitalismo decadente, que atraviesa en los días que corren una de las peores crisis de su historia. En consecuencia, la manifestación portará entre sus principales reivindicaciones el fin del racismo sistémico, del terror y los abusos policiales, así como también el detenimiento de la privatización del ya susodicho puerto de Oakland.



Este cese de actividades que tendrá lugar el viernes se suma entonces a la jornada del pasado martes 9, donde la División Costera de la ILWU, la International Longshoremen’s Association, la International Brotherhood of Teamsters (local 808) (camioneros) y el Farm Labor Organizing Committee (peones rurales) confluyeron en un abandono de tareas y vigilia silenciosa por George Floyd, en el día de su funeral. La misma constó de un detenimiento de la actividad productiva de 8 minutos y 46 segundos, el tiempo durante el que el afroamericano asesinado suplicó por su vida ante la indiferencia del policía asesino Derek Chauvin.


Sin embargo, el asesinato de George Floyd fue el detonante de un enorme proceso de huelgas y conflictos obreros que venían aflorando progresivamente en Estados Unidos, al calor del desarrollo de la crisis y del manejo por parte de Trump de la pandemia buscando por todas las vías posibles no detener la producción. Durante el 2019, al menos 25 paros laborales y huelgas tuvieron lugar en el país, de los cuales participaron alrededor de medio millón de trabajadores. En el presente año, cabe recordar las huelgas de los trabajadores de la salud, de Amazon, General Electric, las plantas de Fiat Chrysler de Michigan y Ohio, o por qué no también los ceses de tareas de los transportistas de Birmingham, los constructores de barcos de Bath Iron Works, y decenas de trabajadores avícolas de Perdue en Kathleen, Georgia.


El recrudecimiento de la violencia policial ha echado más leña al fuego, por lo que los conflictos se han multiplicado exponencialmente en las últimas semanas. Mientras la recesión y sus tendencias a la depresión mundial se exacerban, y hasta la propia Reserva Federal alerta que la desocupación puede trepar en 2020 hasta un 9% —equiparable a las cifras que sembró la crisis de 2008-2009, todas las contradicciones que operan en el trasfondo de la rebelión se acentúan. Las patronales preparan un verdadero plan de guerra signado por los despidos, las suspensiones y reducciones productivas que prometen ser resistidas por enormes capas de la clase obrera.


Grandes cantidades de trabajadores de la salud se han adherido a las movilizaciones por justicia para George Floyd, bajo el lema #WhiteCoatsForBlackLives, asistiendo incluso a los manifestantes reprimidos por las fuerzas policiales. Pero detrás de esta muestra de fraternidad de clase, se ubican el desabastecimiento de EPP y los más de un millón y medio de despidos y suspensiones en el área de la salud, aún cuando las cadenas hospitalarias privadas han recibido rescates millonarios. A la vez, en Philadelphia las aguas se agitaron por las movilizaciones de trabajadores públicos, principalmente de la docencia escolar y de saneamiento. Por parte de los maestros, una movilización hacia el distrito escolar levantó entre sus principales consignas la frase “no puedo respirar”, el grito de auxilio de George Floyd antes de perder la vida. Sin embargo, aquí puede trazarse una analogía: también reclamaron, por ejemplo, por la enorme acumulación de asbesto en polvo en las escuelas de las zonas más precarias de la ciudad, a razón de 10 veces más que los límites ‘saludables’. Denunciaron como parte de estos mismos hechos el fuerte recorte presupuestario en educación, que es su punto de partida fundamental y se traduce también en un ataque a los salarios. Los trabajadores de saneamiento colocaron esta demanda en la primera línea: el alcalde demócrata Jim Kenney intentó reducir el presupuesto del Departamento de Calles en US$ 18.5 millones, lo que se traduce en el faltante de EPP y la ausencia de un plus por el riesgo al que están expuestos los trabajadores de uno de los gremios más peligrosos e insalubres del país.


Por otro lado, han tenido un lugar destacado los trabajadores de la industria de procesamiento de la carne, que se han movilizado en Utah reclamando el cierre de la planta de JBS en Hyrum tras cientos de casos de Covid-19, o que se han ausentado masivamente al retorno de tareas como en el caso de Smithfield Foods en Dakota. Esto se produce con la complicidad criminal de la burocracia del sindicato de alimentación United Food and Commercial Workers (UFCW), que no ha opuesto ninguna acción concreta al retorno forzoso por parte de las patronales incluso a riesgo de la vida de enormes cantidades de trabajadores. No obstante, fue el propio sindicato que tuvo que informar que alrededor del 80% de la masa laboral del rubro no se presentó a trabajar por su propia cuenta la semana del asesinato de George Floyd, a pesar del encorsetamiento de la misma burocracia.


Sumar a todo el movimiento obrero a la rebelión en curso


La burocracia sindical se está ganando un descrédito generalizado en el transcurso de los conflictos. Su rol de contención frente a los mismos no ha logrado constituir un obstáculo para el movimiento, que acabó sorteandola y coordinando acciones de manera independiente, sacando conclusiones clarificadoras respecto a este papel cómplice. Es el caso,  de los trabajadores del almacén Seward, que denuncian abiertamente al nombrado UFCW, local 663. Recientemente, casi toda su planta laboral realizó un cese de actividades por 9 minutos (los 9 minutos que tardó en perder la vida George Floyd), exigiendo además el desmantelamiento de la policía de Minneapolis y la renuncia del presidente del sindicato de policías. Para este cometido, solicitaron el apoyo al gremio, que desde el comienzo se resistió con mil argumentos posibles al paro y a cualquier acción de lucha. De esto surgió rápidamente la conclusión de que a su vez, es el mismo sindicato que permanece pasivo mientras los trabajadores afroamericanos del almacén perciben salarios menores y desempeñan tareas más precarias.


Este hecho retrata todo un clima de época: los trabajadores estadounidenses comienzan a presionar, y en muchos casos, la burocracia debe ceder. Es el caso del Consejo Laboral del Condado de King, Seattle, que tuvo que firmar la expulsión del sindicato de policías, dos años después de hacer campaña para ratificar la oficialización del mismo. O la Amalgamated Transit Union (ATU) (colectiveros), forzada a respaldar a los conductores de buses que se niegan a ser conductores ‘de arresto’, obligados por la policía a trasladar manifestantes detenidos; incluso a respaldar a aquellos que se niegan directamente a trasladar policías.


La tarea estratégica que los trabajadores estadounidenses deben plantearse por delante, entonces, es barrer a esta burocracia cómplice de las organizaciones obreras y sindicales. Aún cuando los niveles de sindicalización son de los más bajos en la historia del país norteamericano, los hechos demuestran que, por ejemplo, los trabajadores esenciales que están sindicalizados son mayormente quienes reciben tests de Covid-19 y otros elementos necesarios. Siguiendo el ejemplo de sindicatos combativos e independientes como la ILWU de la costa oeste, la clase obrera estadounidense debe recuperar el control de sus organizaciones gremiales para coordinar y unificar las acciones de lucha. Esta jornada de paro y movilizaciones de los portuarios se inscribe en el curso de la rebelión popular que atraviesa Estados Unidos. Ahora más que nunca: Fuera Trump, por la independencia política de los trabajadores y por un verdadero programa de salida a esta crisis, que parta del conjunto de sus reivindicaciones y allane el camino a un gobierno de su propia clase.