Estalla en Rusia una huelga política de masas

La semana pasada se desarrolló un movimiento de huelgas en Rusia, cuyo alcance supera la atención que se vio obligada a prestarle la prensa mundial. La paralización de las principales cuencas mineras, así como las huelgas en varios sectores de la industria y de los trabajadores de la salud y de la educación, plantearon por primera vez la posibilidad de una huelga general nacional en todo el inmenso territorio ruso. El bloqueo por parte de los mineros de las principales vías ferroviarias fue desabasteciendo progresivamente a industrias estratégicas como el acero y el aluminio. En la mayor parte de los centros huelguísticos se eligieron comités de huelga, pasando de este modo por encima de la burocracia de los sindicatos que apoya la política oficial. También en una forma mayoritaria la huelga alcanzó un carácter político en lo que hace a sus reivindicaciones, pues de inmediato fue planteada la dimisión del gobierno de Yeltsin. Los trabajadores reivindicaban el pago de salarios que se encuentran atrasados en diez a veinte meses y la reorganización de la industria minera, que el gobierno ha decidido achicar drásticamente o cerrar.


Las huelgas estallaron, cuando en el plano de la crisis política, también se había puesto en evidencia la bancarrota nacional que ha provocado la restauración capitalista. Hace pocas semanas había concluido, en forma más aparente que real, una crisis de gobierno cuya superación demandó más de cuatro semanas. Es que el Estado ruso se encuentra ante una crisis fiscal insondable, ya que, por un lado, no logra recaudarle impuestos a los capitalistas, por el otro, no paga los salarios a sus funcionarios, y por último, ve consumir sus reducidos ingresos en el pago de los intereses usurarios de una deuda externa que fue contraída para financiar la salida de dinero y capitales del país. Se estima que en menos de cinco años, el pago de los intereses de la deuda externa consumirá el 70 % de los ingresos presupuestarios (El Cronista, 22/5). Se calcula que la salida de capitales de Rusia, en la última década, fue de 200.000 millones de dólares.


Como la línea general que se ha impuesto es resolver esta crisis mediante el despido masivo de trabajadores y el cierre de minas, transportes y empresas, es fácil pronosticar que en el curso de los actuales meses de primavera-verano-otoño, la lucha popular habrá de adquirir características más profundas todavía y que lo mismo ocurrirá con la crisis política. Como en los últimos días se ha puesto de moda calificar al ‘Mayo francés’ y a todos los acontecimientos revolucionarios de 1968, de ‘espejismo’ y ‘utopía’, se podría decir que, a partir de lo que ocurre en Indonesia, Corea y Rusia, 1998 podría convertirse en una reedición en mayor escala de aquella ‘ilusión’ revolucionaria.


Ocurre que para echar más leña al fuego, el ‘mercado’ ruso ingresó también rápidamente en la ‘onda’ de una nueva fuga de capitales como la que continúa afectando a toda Asia, con el peligro de una nueva devaluación de la moneda y de la hiperinflación. Antes de subir la tasa de interés al descomunal 50% para evitar la salida del capital colocado en títulos de la deuda pública y de fondos en negro, el Banco Central ruso había perdido por lo menos 500 millones de dólares en el intento infructuoso de contener la sangría.


La restauración capitalista ha provocado una enorme catástrofe social, como lo prueba incluso el hecho de que la población rusa es la única en el mundo que tiene expectativas de vida decrecientes o la reciente noticia de que, al igual que Africa, corre el riesgo de ser diezmada por el sida. Después de una década de experimentos contrarrevolucionarios, los restauradores del capitalismo, y en especial el capitalismo internacional, no han podido crear siquiera el sucedáneo de una economía monetaria. En Rusia los intercambios en la industria se basan en el trueque, lo que explica por qué el Estado no puede recaudar fondos para su Tesoro. Desde el punto de vista del mercado, la economía rusa se encuentra en una etapa de regresión respecto a cuando estaba vigente el rublo ‘soviético’. Esta ‘moneda de cuenta’ burocrática aún no ha sido reemplazada por ningún valor mercantil, de modo que el lugar del desabastecimiento ‘soviético’ de bienes de consumo ha sido sustituido por un ‘desabastecimiento capitalista’ de salarios, los que los trabajadores no cobran en algunos casos desde hace dos años.


Toda la ‘transición’ se encuentra, entonces, en cuestión; un columnista de The Washington Post (22/5) llega a decir que “la economía rusa ha llegado a un callejón sin salida y necesita dramáticamente un nuevo punto de partida”.


Pero ‘este nuevo punto de partida’ no es otro que los despidos masivos de trabajadores y el cierre masivo de industrias; unos y otros están dictados por la crisis mundial de sobreproducción y la consiguiente exigencia del capital financiero internacional de que sean eliminados los competidores marginales. A esto apunta el nuevo gabinete de Yeltsin y la ‘segunda generación de reformas’, que debe afectar ahora a la gran industria vinculada al mercado interno. Pero en este caso no sólo habría que eliminar empresas sino industrias e incluso regiones, de modo “que Rusia podría terminar desmembrada como la URSS en 1989” (Clarín, 23/5). No es casual que frente a semejante (des)propósito, el diario Le Monde (2/5) afirme que el actual gabinete ruso es “el último fusible”.