Europa entre dos virus

Bajo el fuego cruzado de la pandemia y la bancarrota capitalista 

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La mayoría de los países europeos han comenzado a flexibilizar la cuarentena. Los niveles de propagación del virus han comenzado a ceder, no así la economía, que continúa su curva descendente. La zona euro se contrajo un 3,8 por ciento en el primer trimestre en comparación con los últimos tres meses de 2019, una caída anualizada del 14,4 por ciento, superando en forma marcada la propia caída de Estados Unidos.


Los mayores descensos se produjeron en Francia y en España. En el caso de Alemania, la economía más solida de la eurozona, se espera una contracción de 6,3 por ciento para el año, con datos que muestran que las ventas minoristas cayeron a la tasa más rápida en más de una década, a pesar del aumento en las ventas en línea y el aumento de las compras de alimentos.


Para el segundo trimestre se pronostica un retroceso superior, ya que la cuarentena entró en vigor desde las primeras semanas de marzo. Frente al optimismo que han comenzado a proclamar algunos círculos sobre una pronta recuperación de la economía europea a partir del levantamiento del confinamiento, la titular del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, se ha encargado de poner paños fríos al advertir que “la economía de la zona euro podría contraerse hasta un 12 por ciento este año y la forma de cualquier recuperación es muy incierta. La zona del euro se enfrenta a una contracción económica de una magnitud y velocidad sin precedentes en tiempos de paz” (Sin Permiso, 25/4). No hay que excluir una segunda ola de de contagios masivos, con lo cual la situación podría agravarse.


Choques y disputas


Se habla de un ambicioso plan de estímulo de la Unión Europea para mayo, pero lo cierto es que la política de rescate comunitario hasta ahora está lejos de las demandas de los países más afectados. Las voces críticas plantean que el BCE no expandió su Programa de Compra de Emergencia Pandémica (PEPP) de 750 mil millones de euros, a través del cual compra deuda gubernamental y bonos corporativos. La reticencia del BCE para mejorar el PEPP ha introducido dudas en los inversores sobre el compromiso de la UE de oficiar de garante de la deuda en la coyuntura actual.


Hasta ahora, no se ha logrado destrabar la controversia en torno del alcance y la naturaleza de dicha ayuda. Pese a que Lagarde se mostró más flexible para arribar a un arreglo, Alemania, Austria, Países Bajos y Finlandia, países con economías más sólidas, rechazan cargar sobre sus hombros el costo del rescate de las naciones más débiles. Esto ha hecho naufragar la emisión de los llamados eurobonos o coronabonos, que deberían contar con el respaldo de la UE en su conjunto. Los líderes de la UE ya habían acordado un paquete de medidas de emergencia de 540 mil millones de euros bajo la forma de préstamos del Mecanismo Europeo de Estabilidad -organismo intergubernamental para la gestión de crisis como garantía para la estabilidad financiera de la eurozona-, con condiciones estrictas de gasto y reembolso por parte de los Estados miembros que solicitan los préstamos. Sólo se han ofrecido 38 mil millones sin condiciones para el apoyo al sistema sanitario en toda la zona euro. La ayuda comunitaria ha consistido hasta ahora solamente en créditos, pero esto es una bomba de tiempo. Guy Verhofstadt, ex primer ministro belga, ha señalado que la acumulación de más préstamos por parte de los países en peligro podría causar una “nueva crisis de deuda soberana”: “Las transferencias son como agua en la lucha contra los incendios, mientras que los préstamos son como gasolina”. En lugar de eso se reclaman transferencias directas en efectivo. 


Los líderes alemanes circunscriben el plan de recuperación a través de préstamos y más garantías, a cambio de una mayor inversión de las empresas del sector privado. Pero esto plantea límites insalvables a cualquier perspectiva de una reactivación, pues las empresas son reticentes a invertir en medio de tanta incertidumbre.


Desintegración


Mientras tanto, las tendencias depresivas empiezan a hacerse sentir. Un ejemplo ilustrativo es el de Italia. Los coronabonos podrían ayudar a mantener a flote las finanzas del país durante el período inmediato, pero no sirven para restaurar la economía, el empleo y la inversión. El FMI espera que el superávit primario anual de las finanzas públicas se transforme en un déficit del 5% del PBI, mientras que la deuda aumente hasta el 155% del mismo. Por eso, el interés exigido por quienes están dispuestos a comprar bonos del gobierno italiano ha aumentado, especialmente en relación con Alemania, donde el interés es, en la práctica, negativo. En esta sintonía, la consultora Ficht acaba de bajarle la calificación a la deuda soberana italiana. 


Italia ha puesto de relieve los límites insalvables del proceso de integración capitalista. Bajo el paraguas común de la Unión Europea, lejos de atenuarse los desequilibrios y desigualdades entre sus miembros, se han acentuado. La eurozona se ha ido convirtiendo en un protectorado alemán a expensas de los países más vulnerables. El capital alemán ha aprovechado la libre circulación de capitales, mercancías y mano de obra consagrada por la UE para reforzar su penetración en la región. La integración bajo el capitalismo se hace con los métodos que le son propios. No anula sino que exacerba las rivalidades nacionales y la competencia capitalista.


Aquí se verifica muy claramente las leyes de intercambio desigual, inspirado, a su turno, en la ley del valor. Alemania tiene una composición orgánica de capital (COC) más alta que Italia, porque es tecnológicamente más avanzada. Por lo tanto, en cualquier comercio entre los dos, el valor se transferirá de Italia a Alemania. “Esto explica porqué los países centrales de la UME [Unión Monetaria Europea] se han distanciado de la periferia desde la formación de la Eurozona. Con una moneda única, se han hecho patentes los diferenciales de valor entre los Estados más débiles (con una COC más baja) y los más fuertes (COC más alta), sin la opción de compensarlo con la devaluación de la moneda nacional o aumentando la producción en general. Por lo tanto, las economías capitalistas más débiles (en el sur de Europa) dentro de la zona euro perdieron terreno frente a las más fuertes” (Michael Roberts, 25/4).

En este contexto, mientras que la economía alemana creció un promedio del 2,0% en términos reales y la zona euro, un 1,4% anual durante 2010-2019, el crecimiento del PBI real en Italia fue sólo del 0,2% en el mismo período. Esto ha puesto en jaque el sistema bancario, que tiene muchos préstamos incobrables. 


Los intereses de la deuda se han ido convirtiendo en una carga cada vez más insostenible. Contra lo que se suele señalar, Italia viene aplicando una austeridad permanente, con superávit anuales primarios (ingresos fiscales superiores al gasto) en las últimas décadas, que pasan a ser deficitarios cuando se incorpora el pago de los servicios de la deuda. Ese ajuste ha afectado a todos los servicios públicos, en particular el sistema sanitario que en los últimos cuatro años sufrió un recorte de 37.000 millones de euros y es el que explica su deterioro actual y las dificultades que enfrenta Italia para hacer frente a la pandemia. De un modo general, este es el derrotero que han seguido todos los países de Europa luego de la crisis financiera de 2008. A los paquetes de estímulos iniciales, aplicados en 2008 y 2009, siguieron severos planes de ajuste, en el que ni siquiera escapó la poderosa economía alemana. En la actualidad, sin esperar la salida de la pandemia, el peso de la crisis ya se está descargando sobre los trabajadores, a través de recortes salariales, despidos, la falta de ingresos de los sectores más precarizados y el riesgo que corre la salud y vida de la población. Los recursos mayoritariamente han ido al salvataje del capital y apenas en forma residual a hacer frente la crisis social y sanitaria. Pero, a diferencia de 2008, este rescate del capital no podría evitar quiebras y cesantías masivas. 


Las alternativas en danza 


El coronavirus tiene el potencial para acelerar la desintegración de la Unión Europea. El espejo donde deber mirarse Italia, España y las naciones más débiles del continente es en Grecia. El PBI real todavía es un 25% inferior al de 2010. Los bancos griegos tienen el nivel más alto de préstamos morosos en Europa.


Sin embargo, las tendencias nacionalistas están lejos de ofrecer una salida. El gobierno conservador británico, que encarna la transición abierta con el Brexit, no se diferencia en su libreto de sus ex socios de la Unión Europea, privilegiando el rescate del gran capital. Y resta por ver cuáles serán los efectos económicos que surjan una vez que se consume el divorcio con la UE, que recién ha empezado a implementarse. La salida puede ser aún más traumática para los países que integran la zona euro. El abandono de la moneda común y el retorno a una divisa propia, por lo pronto, implicaría una desvalorización de los salarios de los trabajadores, que pasarían a estar establecidos en la nueva moneda, mientras las deudas con los acreedores seguirían nominadas en euros. Una ruptura podría ser un salto al vacío, al privar al país que la transite de su acceso libre al mercado europeo, sin que eso pueda ser contrarrestado por la ventaja competitiva que ofrece contar con una moneda devaluada respecto al euro, con más razón cuando marchamos a una nueva depresión mundial. Esto es lo que explica las reservas de la burguesía local para dar ese paso. De todos modos, no hay que descartar un escenario en que se abra paso una escisión entre el norte y el sur. A las opciones capitalistas en danza, tanto europeístas como de corte nacionalista, es necesario oponerle la reconstrucción de Europa sobre nuevas bases sociales, a partir de gobiernos de trabajadores en el continente. Y concentrar el ahorro nacional y los recursos en manos del Estado, tomando el control de los bancos y los grandes resortes de la economía y la industria para ponerlos al servicio de las necesidades sociales y librar una batalla en regla para enfrentar como corresponde la crisis sanitaria, social y económica potenciada por la pandemia.