Europa: la clase obrera en una nueva etapa

Una hojeada a los diarios de los últimos días permitiría comprobar que se les ha pasado completamente por alto el comienzo de un verdadero ascenso obrero en los principales países de Europa y en los Estados Unidos.


A fines de febrero, en Alemania, los metalúrgicos abandonaron sus herramientas y más de 10.000 manifestaron contra los planes de despidos en la industria siderúrgica alemana. En la ciudad de Buisburg, los obreros paralizaron las fábricas de los dos mayores pulpos siderúrgicos alemanes, la Thysen y la Krupp, realizando un acto de protesta en las puertas de la fábrica antes de marchar “hacia un puente sobre el Rhin que es conocido como ‘el puente de la solidaridad’, nombre inspirado en la lucha victoriosa emprendida por los metalúrgicos hace cinco años para impedir que la Krupp paralizara sus operaciones en la ciudad” (Folha de Sao Paulo, 25/2). Simultáneamente, muchos bancos y comercios cerraron sus puertas en solidaridad con los metalúrgicos.


Apenas unas horas después, el 27 de febrero, 200.000 trabajadores se “autoconvocaron” en la plaza de San Giovanni en Roma, al margen de la burocracia de las tres centrales sindicales, para plantear: “huelga general” y “abajo el gobierno de Amato” (consignas que provocaron la “indignación” del corresponsal del Cronista Comercial, 1/3).


En Gran Bretaña, mientras se siguen desarrollando manifestaciones contra el cierre de las minas de carbón, los obreros de la filial de la Peugeot han salido a la huelga por tiempo indeterminado en lo que el Financial Times (14/2) califica como “uno de los mayores conflictos salariales de los últimos años”.


En los Estados Unidos, mientras tanto, están en huelga los 7.000 mineros de carbón de la Peabody, la mayor empresa carbonífera norteamericana. La huelga —lanzada en reclamo de condiciones de seguridad en las minas y contra la política de las patronales de contratar mineros no sindicalizados— amenaza con extenderse a las restantes grandes compañías carboníferas.


“Guerra social” en Alemania


El vigor que están adquiriendo las luchas obreras en las principales metrópolis imperialistas está determinado por la envergadura de la crisis  capitalista. Después de haber reducido en un 50% el número de obreros ocupados y en un 15% su capacidad productiva en la última década, la Comunidad  Económica Europea se apresta a lanzar un “nuevo” plan de “racionalización siderúrgica” que reducirá la producción en 30 millones  de toneladas anuales. El “plan” prevé el cierre de decenas de grandes plantas en todo el continente y el despido de 40.000 metalúrgicos en Alemania y otros miles en toda Europa. Las patronales alemanas temen, con razón, que si no pudieron derrotar a sus trabajadores hace cinco años tampoco puedan hacerlo ahora.


Han pasado sólo nueve meses desde las grandes huelgas de empleados públicos que paralizaron el país en mayo del año pasado, y Alemania enfrenta la perspectiva de una nueva oleada de huelgas; los metalúrgicos, los empleados públicos, los obreros de la construcción y los de la industria química en el “este” y en el “oeste” levantan reclamos salariales que las patronales rechazan de plano; al contrario, exigen “reducir el costo laboral”. Al mismo tiempo, el gobierno ha lanzado un paquete de “drásticos cortes en la asistencia social … que afectarán a los desocupados, las familias con muchos hijos, personas que reciben subsidios para pagar el alquiler, las mujeres solas con hijos, los que piden asilo, los enfermos y los estudiantes” (Clarín, 5/3). La burguesía alemana se ha lanzado a una guerra abierta  contra las conquistas sociales del proletariado más fuerte de Europa.


El clima de “guerra social” que reina en Alemania ha hecho fracasar, hasta ahora, el “pacto de solidaridad” que el gobierno de Kohl pretendía armar con la socialdemocracia y la burocracia sindical parar lograr la “contención salarial”. Esta impasse en el plano político explica que ya se hable abiertamente de la caída de Kohl. Se perciben ahora los alcances revolucionarios generales o estratégicos de la caída del Muro de Berlín, al plantear a la clase obrera el camino de una lucha común, en tanto que la burguesía alemana se demuestra impotente para resolver los problemas planteados por la “unificación”.


El terremoto político del proletariado italiano


La lucha del proletariado italiano se desarrolla con características relativamente diferentes. La autoconvocatoria de 200.000 manifestantes da cuenta de una situación excepcional, que ya se había expresado en las grandes manifestaciones de setiembre del año pasado contra el “paquetazo” de Amato (liquidación de la escala móvil, aumento de la edad jubilatoria, reducción de los gastos sociales, aumento de los impuestos al consumo). Todo indica que la masa obrera italiana ha roto con la burocracia que dominó durante medio siglo los sindicatos. Desde setiembre se asiste a una rebelión y radicalización en masa de los cuadros medios de los sindicatos, en particular de la mayoritaria CGIL (Confederazione General Italiana dil Lavoro), que responde al rebautizado “partido democrático de izquierda” (PDS, ex PC) y a un proceso generalizado de elección de delegados y formación de comités de fábrica. Estos delegados y “comités de base” convocan huelgas al margen de la burocracia de las centrales sindicales, como las realizadas en Lombardía y Nápoles a mediados de febrero (Ambito Financiero, 17/2) y a manifestaciones de masas como la de la plaza San Giovanni.


La “rebelión de la base sindical”  ha sacudido el cuadro político del país, mucho más incluso que el escándalo de la corrupción oficial. El hundimiento de la burocracia sindical marca el colapso del Partido Socialista y también del “poscomunista” PDS.


La “Refundación Comunista”, una escisión del PDS que reivindica el “marxismo-leninismo” del PCUS de Stalin y del PCI de Togliatti, y los llamados “autónomos”, se encuentran formalmente a la cabeza de este movimiento, pero no se encuentran en condiciones de darle una perspectiva política. El carácter explosivo de la situación italiana y sus posibilidades revolucionarias están sintomáticamente reflejadas en el planteo de Luigi Malarba, dirigente del Comité de Base de la Alfa Romeo de Arese, de “construir una asamblea nacional de Consejos de fábrica” (Bandiera Rossa, 28/10/92). Una asamblea de consejos de fábrica se convertiría inmediatamente en un punto de concentración de todas las fuerzas obreras, como clase, frente al Estado, es decir en un organismo de tipo soviético. Para los “autónomos” el objetivo de esta lucha debería ser “el nacimiento de un sindicato nuevo, apoyado en los consejos, reglamentado por ley… un sindicato único, democrático, con derecho de tendencia proporcional al consenso obtenido en la base” (ídem). Los problemas que la crisis le plantea a la clase obrera, sin embargo, no son sindicales, y menos legislativos, sino eminentemente políticos y revolucionarios. En Italia, el problema de la dirección política de la clase obrera, el partido revolucionario, está planteado al rojo vivo.


Gran Bretaña y Estados Unidos


En Gran Bretaña, el movimiento atraviesa una fase de luchas por las que ya pasaron los alemanes y los italianos. Después de las grandes manifestaciones mineras del año pasado, que hicieron recular a Major de su anuncio del cierre de 31 minas, las huelgas parciales, como la de la Peugeot, y las manifestaciones, como las que siguen llevando adelante los mineros; van marcando el camino  hacia un enfrentamiento más general entre las clases. Un síntoma inapelable de esta tendencia es el paro “salvaje” de 24 horas en la planta de la Ford de Dagenham, al este de Londres, impulsado por la simple “filtración” de documentos internos de la patronal que prevén 3.000 despidos en sus plantas de Alemania y Gran Bretaña (Financial Times, 4/3). El solo rumor provocó la huelga “no oficial” (es decir, no declarada por el sindicato).


 


Estas tendencias a la lucha están presentes también en los Estados Unidos, donde asistimos a un ascenso gradual de las luchas obreras como no se veía desde fines de los años ’60. Después de las huelgas de la GM, de la Caterpillar y de los docentes de varias ciudades el año pasado, 1993 debuta con la huelga de los mineros del carbón de la Peabody —que puede extenderse a las restantes empresas— y luchas en empresas mecánicas, aeronáuticas (los ingenieros de la Boeing pararon el 19 de enero pasado, por primera vez en 47 años) y de comestibles (The Militant, 26/2). Sube la marea en los Estados Unidos, algo que se refleja en una “simple” cifra: se ha duplicado la sindicalización de las mujeres (The Wall Street Journal, 12/2), precisamente uno de los sectores de la clase obrera normalmente más alejados de la vida sindical.


Mientras la prensa mundial se pregunta acerca de la capacidad de los jefes de Estado para hacer frente a las “amenazas exteriores” —la guerra de los Balcanes, la crisis económica mundial y la agudización de la guerra comercial, el hundimiento de la burocracia soviética—, la verdadera “prueba de fuego” de los “estadistas” está en sus propias casas.