Este jueves se produjo la tercera jornada consecutiva de movilizaciones y choques con la policía en Francia tras el crimen de Nahel, un joven de 17 años de una familia franco-argelina que fue ejecutado por un agente durante un control vehicular en Nanterre.

La mamá de Nahel encabezó la manifestación en esa ciudad. “El era mi vida, mi mejor amigo, mi hijo. El era todo para mí”, declaró. Nahel formaba parte de la juventud precarizada: era repartidor. En 2021 había realizado un curso de electricista. Jugaba al rugby en el club Pirates de su localidad natal.

Las manifestaciones no solo abarcan las afueras de la capital francesa sino también a Toulouse, Marsella y otras ciudades.

La versión policial de un acto de autodefensa se desmoronó con el correr de las horas. “Las condiciones legales de la utilización del arma no estaban reunidas”, admitió el procurador de Nanterre.

La muerte de Nahel, un nuevo caso de gatillo fácil de connotaciones racistas en Francia, y la posterior reacción juvenil y popular, recuerda el levantamiento de 2005 en los suburbios de Paris tras la muerte de Bouna Traore y Zyed Benna, que se extendió por tres semanas.

No estamos en presencia de un exabrupto individual sino de un patrón de comportamiento de las fuerzas de seguridad. Como se canta en Argentina, “no es un policía, es toda la institución”.

El gobierno francés intensificó el despliegue represivo. El jueves hubo 40 mil policías y gendarmes en las calles y casi 900 detenidos. En algunas localidades se decretó el toque de queda y la primera ministro, Elisabet Borne, dijo que no se descarta ninguna medida, en referencia a un posible estado de emergencia. El presidente Emmanuel Macron cuestionó las manifestaciones.

Francia se ve envuelta en una nueva ola de movilizaciones, tras la enorme lucha obrera contra la elevación de la edad jubilatoria.

Justicia para Nahel. Basta de represión.