Francia: primeras consecuencias de la lucha contra la reforma jubilatoria

Las encuestas marcan una gran caída de la popularidad de Macron

La escena social de Francia está dominada por una profunda crisis política, que terminó de cristalizarse tras meses de lucha contra la reforma jubilatoria del gobierno Emmanuel Macron. La imagen que ilustra el estado de situación fue tomada el 8 de mayo. Esta es la fecha elegida en Occidente para conmemorar la rendición alemana en la Segunda Guerra Mundial –en contrapunto con el 9 de mayo soviético, el Día de la Victoria del ejército rojo en Berlín. Se trata, por lo tanto, de una celebración de Estado. Pero, durante el tradicional desfile, el primer mandatario recorrió los Campos Elíseos de París en completa soledad. O, peor, custodiado por una nutrida escolta militar. Las muestras de apoyo patriótico fueron prohibidas por el oficialismo ante el temor de que fuera repudiado por la multitud.

Al abordar el tema en su discusión editorial, el periódico de la burguesía tradicional Le Figaro señala su disconformidad ante la saga del fracaso presidencial. La promesa liberal de reducir el gasto fiscal fue reemplazada con el “compromiso” de no aumentarlo, y la reforma tributaria por condonaciones impositivas. Macron, insiste el diario, quien decía tener los apoyos para aprobar los cambios estructurales (como la reforma jubilatoria) en forma indolora, no pasó la prueba. El único marco para sostener su gobierno -insisten- es su vocación “europeísta”, es decir, la defensa de los intereses de la gran burguesía francesa en el reparto del viejo continente.

La procesión solitaria de Macron el 8 de mayo es una señal de debilidad, tanto interna como externa. Las encuestas indican una caída estrepitosa de su popularidad: la aprobación de su gestión no superaría el 26%. La contrapartida es la encendida represión a las manifestaciones populares, que tuvieron un punto vergonzante al disolver los actos centrales por el 1 de mayo, incluso cuando en ellos la burocracia sindical se disponía a ofrecerle una tregua. La brutalidad policial se plasma en denuncias a lo largo y ancho del país, con detenciones arbitrarias, golpizas, hostigamiento sexual y humillaciones de todo tipo.

 

La represión también se incrementó contra los migrantes, tanto en el continente como en los enclaves coloniales. En el archipiélago africano Mayotte un despliegue militar a gran escala –apoyado por la izquierda parlamentaria- plantea expulsar a 24 mil “migrantes”, la mayoría de ellos población originaria –no europea- de las islas. En contraste, el ministerio del Interior procedió con tolerancia ante las manifestaciones de grupos fascistas, que recorrieron la última semana París reivindicando el colaboracionismo con los nazis del régimen de Vichy en la Francia ocupada.

Son todos indicios de que el gobierno busca mostrarse gestionando con eficacia la agenda reaccionaria. Este proceder tiene como meta forzar una polarización con Marine Le Pen, que viene capitalizando por derecha una porción significativa del descontento. Sin embargo, la campaña “europeísta” del presidente ya lleva más de un traspié. La cancillería francesa tuvo que emitir una disculpa oficial a Italia tras las críticas subidas de tono en torno a su política migratoria. Los roces diplomáticos se vienen incrementando como reflejo de choques económicos. Ante la opinión pública, Macron busca desprestigiar a su contrincante local Marine Le Pen asimilándola a su rival continental, la premier italiana de filiación fascistoide Giorgia Meloni. En el teatro europeo, tanto Italia como Francia sostienen a la Otan en la guerra en Ucrania.

En este cuadro es necesario balancear el rol de la cúpula de la Intersindical –nucleamiento de las federaciones. El rechazo a convocar a una verdadera huelga general y un plan de lucha para tirar la reforma jubilatoria le perdonó la vida a un gobierno capitalista que no hubiese resistido un embate obrero de contundencia. En su lugar, experimentamos jornadas masivas, pero deliberadamente aisladas. Ahora, tras sacar las organizaciones obreras de las calles, la burocracia propone “continuar” peregrinando tras proyectos en el parlamento burgués o en sus instituciones, los cuales serán cajoneados sistemáticamente. De esto se trata el encuentro de la próxima semana con el presidente y la marcha del 6 de junio.

Contradictoriamente, los paros señalaron el despertar de amplias capas de trabajadores a la lucha sindical, lo cual se está reflejando en un notorio incremento de las afiliaciones y de la avidez política, extendiéndose también al movimiento juvenil y a las masas urbanas. El movimiento obrero ha sido contenido por su dirección burocrática, no aplastado. Junto al reclamo por las jubilaciones, siguen las luchas por salarios, los paros sectoriales, los cacerolazos. Pero este reverdecer -mayormente- aún deposita expectativas en la burocracia sindical “combativa”, sin cuestionar su papel de sostén del Estado burgués. Es necesario superar este cuadro y avanzar en la constitución y coordinación de direcciones alternativas.

Una salida revolucionaria no puede eludir el correlato político de la acción sindical. De otro modo, aquellos obreros que coligen la relación entre las luchas y el cuestionamiento al régimen están en riesgo de volcarse a las expresiones de la izquierda parlamentaria, como el Nupes de Jean-LucMélenchon, cuyo señalamiento sobre la crisis gubernamental de la llamada V° República no culmina con el derrocamiento del capitalismo, sino con la invitación a “votar bien” en las próximas elecciones.

La lucha contra la reforma jubilatoria, en Francia y en Europa, es solo el comienzo.