Gambeta china

Desde hace dos años se han estado incrementando las presiones para que China revalúe su moneda, el yuan. El argumento es la necesidad de un reequilibrio de la economía mundial que permita exportar más a los países que tienen un déficit comercial estructural y forzar a una importación mayor a los que tienen excedentes –como es el caso de China principalmente, pero también el de Alemania y Japón. Este ‘rebalanceo’ permitiría a los países deficitarios pagar la deuda externa que han acumulado para financiar ese desequilibrio, y los que tienen excedentes podrán gastar sus reservas en mayores importaciones, sean para consumo o inversión; o sea, que elevaría la demanda mundial. Una revaluación podría ayudar a superar lo que constituye uno de los problemas estratégicos de la crisis, como es el enorme excedente de dólares que circula por la economía mundial y que amenaza con derribar el status del dólar como moneda de reserva internacional. El reequilibrio económico absorbería esos dólares excedentes, que se estiman en varios billones.

En los últimos meses, Estados Unidos incrementó las presiones a favor de esta revaluación del yuan, e incluso se han presentado en el Congreso de ese país proyectos de leyes para bloquear la entrada de productos chinos como represalia por el rechazo o la dilación de China en revaluar su moneda. También se incrementaron esas presiones de parte de países que, como Brasil, sufren una invasión de productos chinos que compiten con la producción local y que dependen mucho también de las exportaciones a ese país. En Argentina, la cuestión del comercio con China se ha convertido en un conflicto abierto (e incluso en una crisis política interna con la renuncia del canciller Taiana), que se manifiesta en el bloqueo de las ventas de China por parte de Argentina y de las de Argentina (aceite de soja) por parte de China. La revaluación amortiguaría la crisis: por un lado, porque encarecería las importaciones desde China hacia estos países, debilitando de este modo la presión de la competencia de China contra la producción local y, por el otro, porque abarataría las exportaciones a China –algo que a ésta le interesa especialmente, dada la enorme suba de precios registrada por las materias primas en los últimos años.

Del euro al yuan

La semana pasada, China pareció ceder a estas presiones. Despegó al yuan del dólar, al cual estaba atado desde 2008, lo que ofrece la posibilidad de una revaluación. Sin embargo, enseguida quedó claro que no se trataba de la esperada revaluación sino de la sustitución de un régimen de cambio fijo frente al dólar por uno flotante –que puede subir o bajar, de acuerdo con lo que decidan las autoridades chinas. La cotización del yuan será acomodada de aquí en más, sobre una base diaria, a una canasta de monedas, ya no solamente frente al dólar.

China acabó convirtiendo a las presiones para que revalúe su moneda en un recurso a su favor, como enseñan las artes marciales asiáticas. Ocurre que, en medio de tantas presiones, sucedió algo que los contrincantes no previeron: la devaluación espectacular del euro. Si frente a la devaluación de su principal mercado de exportación (que es la Unión Europea; Estados Unidos ocupa el segundo lugar), China revaluara su moneda, el resultado que obtendría sería una devaluación del euro al cuadrado o, lo que es lo mismo, una revaluación al cuadrado del yuan. La devaluación del euro postergó una revaluación del yuan. China ha salido a neutralizar los desequilibrios monetarios que le ocasiona la crisis mundial (la tendencia a la dislocación de la Unión Europea) y los subsidios a los bancos y a las economías nacionales por parte de los Estados respectivos. China descarga ahora la responsabilidad de un futuro reequilibrio monetario en Estados Unidos, Europa y Japón, que deberán ocuparse de estabilizar sus propias monedas en lugar de delegar esa tarea a una revaluación del yuan. Se ha creado, de este modo, un principio de guerra monetaria –que es precisamente el arma de destrucción masiva de una guerra comercial. En toda la crisis ha prevalecido un proteccionismo atenuado y hasta la intención de preservar las corrientes de comercio previas a la crisis. La presión para revaluar el yuan se manifiesta en el aumento del ingreso de capitales golondrinas a China, que apuestan, precisamente, a ello, ‘puenteando’ un régimen de control cambiario y financiero severo. Esta en marcha un ataque especulativo para que los países asiáticos asociados a China en términos comerciales e industriales, revalúen sus monedas y, por esta vía, imponer una revaluación del yuan. Los especuladores internacionales parecen haber dado un precario respiro al euro para lanzarse a la aventura de China.

Falacia

Obviamente, es necesario dejar claro que la teoría del reequilibrio mundial, como vía de salida a la crisis, es una falacia. Ocurre que la sobrecapacidad de producción es mundial: asola tanto a las economías con déficit comercial como a las que tienen excedente. Más aún: afectan más a éstas que a aquéllas. China sufre de una sobrecapacidad de producción que supera a la de Estados Unidos. Lejos de ser potencialmente una salida para el capital que opera más allá de sus fronteras, China es la que más necesita de una salida para su sobreproducción (no es casual que el programa de estímulo del gobierno de Obama suponga gastos por el 5% del PBI, mientras el de China equivale al 25% de su PBI). Debido a esta sobrecapacidad, las autoridades chinas se enfrentan a la necesidad de liquidar su propia industria excedente, por ejemplo en la siderurgia, que está operando ya sin rentabilidad, sostenida por el gasto estatal o por préstamos que equivalen a subsidios. China, además, ha acumulado últimamente enormes inventarios de materias primas, con la intención de posicionarse mejor para una futura discusión de los precios, de modo que ha creado una sobreproducción en este rubro. Cuando se tiene en cuenta que el crecimiento ‘chino’ comporta una acumulación de sobrecapacidad de producción, resulta entonces que, en términos capitalistas, ese crecimiento (medido como productor de beneficio) es ficticio, pues se le adjudica un valor que el mercado no podrá convalidar. Por otro lado, las exportaciones representan, en China, entre el 60 y 70% del PBI, frente al 25% de Norteamérica –es decir que China depende más de los mercados extranjeros.

Del mismo modo, la inversión representa un 70%, frente a un 30% del consumo interno –una manifestación indirecta pero clara de creación de sobreproducción. Antes que reequilibrar la economía mundial, China necesita reequilibrar su propia economía. Para ello necesita del desarrollo del mercado interior, que en China significa, antes que nada, determinar el destino de su masa agraria, el principal componente de este mercado potencial. O se la proletariza mediante sucesivas expropiaciones y la creación de un capitalismo rural dominado por el capital financiero, o una revolución social procede a industrializar el campo y a elevar el nivel de vida de las masas agrarias. El destino de China, en el marco de la bancarrota capitalista, se conjuga entre grandes crisis sucesivas, que impongan por completo la vigencia de las relaciones capitalistas en el campo, y nuevas revoluciones que enfrenten el destino de miseria social que le promete este proceso de confiscaciones capitalistas.

Revaluar no resuelve

En términos inmediatos, una revaluación significaría para China un perjuicio sustancial, dependiendo del nivel de la revaluación. Claramente, significaría una desvalorización de sus tenencias de dólares –que suman más de dos billones, entre colocaciones en bonos del Tesoro norteamericano y otras inversiones en Estados Unidos. Las naciones importadoras de China terminarían pagando por esas importaciones un valor inferior al que se obligaron en el momento de comprarlas. Pero la revaluación significaría igualmente una valorización en dólares de las deudas contraídas en el interior de China –en yuanes. Esta valorización (en dólares) de las deudas aumentaría la cartera de incobrables de los bancos chinos, que ya es de las más altas del mundo. También golpearía al Banco Central de China, que tiene una deuda elevada con los bancos privados y estatales que operan en China, por los bonos que les ha entregado con el tiempo para absorber los yuanes que ha emitido para comprar los excedentes de divisas de su comercio exterior y de la entrada de capitales. Por último pero para nada menos importante, la revaluación del yuan llevaría los valores de la propiedad inmobiliaria a nuevas alturas, en momentos en que se procesa una enorme especulación en este campo (el inventario de propiedades ociosas de alto precio es enorme) y cuando numerosos observadores vaticinan el estallido de una crisis hipotecaria de grandes proporciones.

Pero incluso aceptando estos resultados confiscatorios, la revaluación del yuan no resolvería ningún problema de la crisis, como no los resolvió en el pasado, cuando revaluó su moneda entre 2005 y 2008: China seguiría acumulando excedentes comerciales. Por un lado, porque su productividad crece más rápido que la de sus competidores y que los aumentos de salarios en China, acentuando de este modo su sobrecapacidad y, en consecuencia, debilitando sus márgenes de rentabilidad. Por otro lado, porque para ‘rebalancear’ el comercio con China no alcanza que ésta importe más –es necesario que Estados Unidos, por ejemplo, reduzca su propia demanda internacional, o sea su demanda en conjunto, que es exactamente lo contrario de lo que está buscando con sus programas de estímulo y su tasa de interés cercana a cero. Un debilitamiento mayor de la demanda en Estados Unidos significaría convertir la recesión en depresión. Lo que se concluye de aquí es que no puede haber, ni habrá, una “salida coordinada” de la bancarrota capitalista, o sea una ‘ingeniería’ financiera programada –con revaluaciones y devaluaciones concertadas. Los capitalistas y sus Estados buscan su salida de la crisis empíricamente, o sea por medio de presiones y de la fuerza. Ahora mismo, Obama está enfrentando a Merkel, porque Alemania no quiere abrir su mercado a la competencia extranjera, mediante el gasto fiscal, y en cambio se aferra a una política de austeridad para cerrar el mercado alemán a la competencia y para evitar el pago del rescate de los países en quiebra de la zona euro.

También para Estados Unidos, por caso, el efecto sería contradictorio, porque significaría alejar a China del financiamiento del déficit fiscal norteamericano, cada vez más alto.

Las contradicciones que los Estados procuran superar con sus políticas crean contradicciones aún mayores, simplemente porque ninguna crisis puede superarse sin una reestructuración en gran escala, lo cual supone quiebras, confiscaciones y concentración de capitales. Un ejemplo lo da la propia China, cuyo programa de estímulo del consumo se realiza en condiciones que lo reducen al mismo tiempo o potencialmente. Por ejemplo: para financiar ese estímulo y sus préstamos baratos o de remate se vale del pago de intereses muy bajos a los depositantes de los bancos, lo cual obliga a la población a destinar al ahorro una parte creciente de sus ingresos si quiere asegurarse, mediante ese ahorro, el acceso a la salud, al retiro jubilatorio o a la vivienda, que el Estado no garantiza desde que se puso en marcha la restauración capitalista. El ahorro creciente se hace a expensas del consumo, mientras el estímulo estatal alimenta la sobrecapacidad y la especulación inmobiliaria.

El proletariado

La decisión de flotar el tipo de cambio sin ceder a la presión de una revaluación inmediata constituye, sin embargo, una potencial concesión de grandes dimensiones al capital internacional. Es que la flotación es un paso necesario para una liberación del mercado de cambios y para el acceso del capital extranjero al mercado financiero de China. La revaluación es una presión que ejercen los capitales industriales; la liberación cambiaria es demandada por el capital financiero. Una sustitución de los controles estatales por el capital financiero significaría el comienzo de una colonización capitalista en gran escala de China; sería la parte conclusiva de la restauración capitalista y estaría preñada de grandes crisis sociales y nacionales. En oposición a esta presión, es necesario tener en cuenta que la tendencia a la desvalorización generalizada de las monedas, en especial del dólar, como se manifiesta por sobre todo en la imparable subida del oro, desorganiza al capital financiero internacional y plantea su reestructuración (quiebras) en las propias metrópolis imperialistas. La desvalorización del dólar y del euro neutralizaría cualquier presión para la revaluación de la moneda china. La misma dirección desorganizadora tendría la caída de Estados Unidos en un nuevo pozo recesivo, como pronostican analistas de relieve, debido a la crisis financiera de los estados norteamericanos, el crecimiento de la desocupación y, por sobre todo, una nueva crisis hipotecaria. Por otra parte, si la revaluación del yuan es significativa (o sea que también lo es la devaluación del dólar frente al yuan), el Estado norteamericano se vería privado de un financista de su deuda pública, con la consecuente depreciación mayor del dólar.

Las recientes huelgas en grandes empresas extranjeras, en China, constituyen una respuesta social a estas tremendas contradicciones. Por sus características, es la reacción más profunda de los trabajadores a la bancarrota capitalista –a nivel mundial. No es, para empezar, un fenómeno episódico, ni podría serlo, dado el poder político que debe enfrentar la clase obrera, y el poder de las corporaciones. Por eso fue largamente preparada, como se manifestó: 1) en la emergencia de representantes electos, ya organizados previamente, al margen del sindicalismo oficial; 2) en la cohesión de la masa de miles de huelguistas con esa dirección; 3) en la calidad de los planteos clasistas de la vanguardia de las huelgas. Por eso, también el poder prefirió recular por primera vez en muchísimos años, un signo descomunal de debilidad política, por temor a inaugurar una etapa de rebelión de la clase obrera de las grandes empresas, y para evitar su generalización. En un país sin derechos políticos, los obreros chinos han avanzado décadas en el camino para conquistar el convenio colectivo de trabajo (hasta ahora las condiciones laborales eran fijadas por el Estado o unilateralmente por las patronales). En varias empresas en huelga, la vanguardia de las luchas se presenta como portavoz “del proletariado” (no “de los trabajadores”, como deforma Jorge Castro en Clarín) para enfrentar “al capital”. El lenguaje de los representantes obreros es la expresión de su conciencia política. La crisis mundial ya ha generado en China la oposición revolucionaria potencial de la clase obrera.

La gambeta cambiaria de las autoridades chinas (neutralizar la presión extranjera para revaluar el yuan y abrir el mercado) no obedece solamente al desquicio monetario internacional –en primer lugar el derrumbe del euro. Debe ser vista también como una respuesta empírica a la presión obrera, que exige convenios colectivos, sindicatos independientes (lo cual significa libertad política) y la restauración de derechos sociales.