Golpe de estado en Israel

El asesinato del primer ministro israelí Yitzhak Rabin a manos de un estudiante ultraderechista judío constituye un virtual golpe de Estado de la derecha sionista que replantea los términos de los acuerdos en curso entre el Estado de Israel y la OLP.


Para los ultraderechistas, aún la miserable “autonomía palestina” que acordaron Rabin, Arafat y el imperialismo mundial —que no establece el retiro de los ‘colonos’ sionistas; que deja en manos del ejército israelí la ‘seguridad externa’ de la Cisjordania y la ‘seguridad’ de los ciudadanos israelíes, aún en las zonas administradas por los palestinos; que instaura una ‘policía palestina’ encargada de perseguir a los opositores al acuerdo; que subordina las decisiones de la ‘Autoridad Nacional Palestina’ al veto del gobierno israelí– es una “traición”. Su programa es, lisa y llanamente, la expulsión de los palestinos más allá de las márgenes del Jordán. Precisamente, Rabin fue asesinado poco después de la firma de la ‘segunda fase’ de estos acuerdos, que establece la “reubicación” del ejército de ocupación sionista en los territorios ocupados y la celebración de elecciones para la ‘Autoridad Nacional Palestina’ a comienzos de 1996. Cuando Rabin y Arafat firmaron esta ‘segunda fase’  de los acuerdos, el portavoz de los ‘colonos’ de Hebrón anunció que “habrá un baño de sangre” (Clarín, 5/11).


El asesinato de Rabin —que fue reivindicado por varias organizaciones sionistas— fue políticamente preparado por la derecha mediante una vasta campaña de agitación política y militar de más de un año de duración que tuvo su centro en las ‘colonias’ de Cisjordania y en los sectores ultraderechistas de Jerusalem. En forma creciente, y bajo el comando de la ultraderecha religiosa, los ‘colonos’ fueron protagonizando manifestaciones de masas, choques con la policía israelí y ataques —incluso mortales— contra los palestinos de la Cisjordania y los israelíes opuestos a las negociaciones con la OLP. Durante más de un año, los derechistas propagandizaron y popularizaron la consigna de ‘Muerte a Rabin’, al punto que se convirtió en el eje de toda su campaña contra el gobierno. Semejante campaña —con consignas criminales y terroristas contra los miembros del gabinete— indicaba un principio de guerra civil en el campo sionista, que la prensa argentina viene a descubrir recién ahora pero que es anterior al atentado —y que aquí sólo el PO puso de relieve (ver aparte).


El asesinato constituye un virtual golpe de estado que va mucho más allá de la ultraderecha religiosa y de los ‘colonos’ y se extiende, incluso, a una parte del aparato estatal —que mantiene lazos orgánicos con la ultraderecha y las organizaciones armadas de los ‘colonos’— y hasta a un sector de la derecha republicana de los Estados Unidos que respalda a los ‘colonos’. El asesinato reveló una impensable ‘falla de seguridad’ en la habitualmente impenetrable seguridad israelí … más aún cuando la derecha venía propagandizando sistemáticamente el asesinato de Rabin, las paredes de las ciudades del país estaban cubiertas de pintadas reclamando la ‘muerte al traidor’ y cuando, cerca de la propia manifestación a la que concurrió Rabin se registró una pequeña ‘contramanifestación’ de los ultraderechistas con pancartas que reclamaban ‘una soga para los traidores’. Las descripciones de cómo un “asesino aislado” pudo atravesar todos los controles de seguridad y llegar a disparar, sin ser molestado, plantean abiertamente la hipótesis de que el asesinato pueda haber sido facilitado por alguna fracción del aparato de inteligencia o del ‘establishment’ militar israelí. No hay que olvidar que los grupos ultraderechistas han sido armados y entrenados por las fuerzas militares y que connotados militares derechistas —como Ariel Sharon— toman parte en los mitines de los ‘colonos’. Tampoco hay que olvidar que la ‘segunda etapa’ de los acuerdos con la OLP son especialmente sensibles para los militares, que deben ‘reubicar’ –es decir, retirar parcialmente– sus tropas de la Cisjordania y que los acuerdos iniciales “estuvieron al borde de la ruptura por las presiones de los mandos militares sobre Rabin, quien llegó a afirmar que ‘los mandos militares ponen palos en la rueda’” (Brecha, 18/2/94).


El asesinato de Rabin priva al partido Laborista de una figura que, por su carácter derechista, podía enfrentar con éxito en las próximas elecciones a la oposición de derecha, el Likud, que plantea el abandono de los acuerdos con la OLP. “Con Rabin, el gobierno derechista pierde la única voz que podía encontrar oyentes –si bien renuentes– en el amplio espectro de la derecha israelí precisamente por aquellas credenciales intachables” (Clarín, 5/11). El editorialista de Clarín se refiere, claro, a la trayectoria de Rabin como terrorista de Estado contra los palestinos y las masas árabes: ‘militar que peleó en todas las guerras de Israel’, ‘héroe’ de la ‘Guerra de los Seis Días’, ardiente defensor de la invasión sionista a El Líbano en 1982 y ex ministro de Defensa de los gobiernos derechistas del Likud que llamó a “romperle los huesos” a los participantes en la Intifada palestina. Este genocida es el ‘amante de la paz’, que ahora lloran Menem y ‘tutti quanti’. Shimon Peres, el sucesor de Rabin, “difícilmente ganará las próximas elecciones” (Página 12,  5/11). El asesinato de Rabin, por lo tanto, altera radicalmente el cuadro político para las próximas elecciones y constituye una puerta abierta hacia una victoria de la derecha y, consecuentemente, un replanteo de los acuerdos con la OLP.


Como consecuencia del asesinato, todo el proceso político de Medio Oriente está en crisis y se plantea la perspectiva de un estallido general: un relanzamiento de la guerra entre Israel y los palestinos … en el cuadro de guerras civiles en cada uno de los campos en lucha. El imperialismo norteamericano —que ha sido el principal inspirador y ‘motor’ de los compromisos entre Rabin y Arafat— estará obligado a lanzar un vasto operativo político para intentar salvar los acuerdos que ha prohijado.


“Lo fundamental para Clinton como para los (dirigentes) israelíes es asegurar la continuidad del proceso de paz” (Clarín, 6/11). El principal destinatario de estos ‘esfuerzos’ es Siria, cuyas ‘negociaciones de paz’ con Israel están empantanadas. Un acuerdo con el régimen sirio –que debería reglar el dominio del Golán y de sus fuentes de agua– serviría para dar un golpe mortal a todas las organizaciones palestinas opositoras de la OLP y los ‘acuerdos de paz’, todas ellas sostenidas política y financieramente por los sirios. Pero no basta, claro, con desarmar al Hamas o a la Jidah Islámica; como un acuerdo con Siria significará, inevitablemente, un retiro —al menos parcial— de los sionistas del Golán, el gobierno sionista deberá, además, desarmar a las organizaciones de los ‘colonos’ que se oponen a cualquier retirada israelí. En las condiciones de una guerra civil más o menos abierta que el asesinato de Rabin pone de manifiesto, el acuerdo con Siria puede ser, también, el ‘camino al desastre’.


Los acuerdos entre Rabin y Arafat —el ‘logro más significativo’ de la política exterior clintoniana— amenaza con hundirse bajo el peso de la ofensiva política y militar de la ultraderecha sionista … que el propio imperialismo ha sostenido durante décadas. Cada día más, la crisis mundial se revela mucho más potente que la capacidad de arbitraje del gendarme imperialista mundial.