Internacionales
18/7/2018|1511
Gran Bretaña: Del Brexit a la crisis política
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El Brexit es una expresión del creciente impasse del capitalismo inglés, que se ha agravado al compás de la crisis mundial
El Brexit forzó el alejamiento del entonces primer ministro conservador David Cameron. Ahora amenaza llevarse puesta a Theresa May, también del mismo partido, quien lo sustituyó en el cargo.
May dio a conocer una propuesta de ley (también llamada Libro Blanco) sobre los términos del Brexit para votar en el Parlamento y luego presentarla a sus socios de la Unión Europea. Ello precipitó la dimisión de dos miembros de su gabinete, David, secretario para el Brexit, y Johnson, ministro de Asuntos Exteriores. El ala representada por David y Johnson acusa a May de haber traicionado al Brexit y capitular ante la Unión Europea, y plantea una negociación dura al punto de una ruptura sin acuerdo, si hiciera falta. May ha tratado de conciliar posiciones entre el ala más intransigente de su partido y el bloque pro-europeo.
Lobby capitalista
El gobierno ha debido hacer frente a una enorme presión de la burguesía del Reino Unido para defender el mayor nexo posible con la zona euro. Existe una gran preocupación en las filas del empresariado sobre los perjuicios de una ruptura.
El sector automotriz de Gran Bretaña, por caso, teme enfrentar aranceles de hasta el 10 por ciento. Los precios de los coches podrían subir porque sus componentes vienen de varios sitios y la producción podría verse afectada por retrasos en las aduanas, si el gobierno no logra una solución al Brexit. Esto vale para otros sectores de la actividad manufacturera. Grandes fabricantes, como Airbus (que emplean a unas 14.000 personas) han declarado que trasladarían sus operaciones fuera del Reino Unido si no había una mayor “claridad” sobre los términos del Brexit. El titular de la central patronal británica, CBI, afirmó que parte del sector manufacturero del Reino Unido podría incluso “extinguirse”. El temor se extiende al sector bancario, que teme por el lugar de Londres como centro financiero de Europa y a escala mundial. Por lo pronto, varias instituciones financieras han anunciado que trasladarán sus sedes a otras plazas. Ya se ha desatado una feroz disputa entre Alemania y Francia sobre quien será el “heredero” de Londres y, por ahora, la carrera la estaría ganando el primero. Según algunas estimaciones, Londres podría perder tras el Brexit hasta 10.000 puestos de trabajo en los bancos y otros 20.000 relacionados con servicios financieros.
La propuesta británica
May aboga por un pacto aduanero de libre circulación de bienes y productos agrícolas, no así los servicios y las personas, en los que se adapta a los planteos del ala dura. Uno de los ejes de la campaña en favor de la salida del Reino Unido de la zona euro consistió en poner un freno a la ola de inmigrantes. Asimismo, la propuesta plantea no hacer ninguna contribución monetaria a la Unión Europea, ni que el Tribunal de Justicia de la UE tenga jurisdicción en el Reino Unido.
De todos modos, un “área de libre comercio de bienes” implica una “armonización permanente con las normas de la Unión Europea sobre bienes”, lo que significa que la manufactura y la agricultura del Reino Unido seguirán estando obligadas, después del Brexit, por las regulaciones de la Unión Europea, por sus normas aduaneras e incluso por las sentencias del Tribunal Europeo de Justicia. Por otra parte, esta propuesta, si fuera aceptada por la Unión Europea, reduciría la capacidad del Reino Unido para concluir acuerdos de libre comercio con países fuera de la UE, como Estados Unidos. Esto explica la reacción intempestiva de Trump, en su reciente gira por Gran Bretaña, al impugnar la propuesta de May y reclamar un Brexit duro. La presión del magnate estadounidense apunta, por un lado, a reforzar la tutela norteamericana sobre la economía británica y por el otro, a asestarle un golpe a la Unión Europea, profundizando las grietas y tendencias a la desintegración ya existentes.
Quizás el punto más conflictivo sea el de la frontera irlandesa. El Brexit supone que Irlanda del Norte, como el resto del Reino Unido, se encuentre fuera de la Unión Europea, mientras que la República de Irlanda se mantendrá en el Mercado Común. El gobierno de Londres no desea volver a los controles militares en el límite entre las Irlandas, eliminados tras los acuerdos de fines de los noventa, bajo del gobierno de Tony Blair. Por su parte, la Unión Europea quiere una frontera estricta entre Irlanda e Irlanda del Norte y sus 500 km podrían volverse en un “colador” ya que, si no hay controles en Irlanda, entonces el Reino Unido podría beneficiarse de las instituciones comunitarias a través de su vecino.
Contradicciones
Esta propuesta híbrida, llena de contradicciones, que procura adaptarse a las presiones de la clase capitalista pero evitando romper con el ala dura de los conservadores, puede terminar siendo rechazada por todas las partes. La Unión Europea acusa a May de escoger lo que le conviene, como la libre circulación de bienes, mientras rechaza las responsabilidades, por ejemplo, las contribuciones a la UE y el seguimiento de sus políticas agrícolas y de medio ambiente, y propone limitar el movimiento de la mano de obra. Ni qué decir que la propuesta de una frontera abierta en Irlanda es inaceptable para la Unión Europea, como ya lo han adelantado varios de sus representantes.
Simultáneamente, May está expuesta al fuego interno de su propia formación política. Bajo las reglas del Partido Conservador, sólo se necesitan 48 diputados para desencadenar un voto de censura, aunque es menos claro si los oponentes de May podrían conseguir los 159 votos necesarios (de 316 diputados conservadores) para tomar el control del partido y, con él, del gobierno. Pero aunque el ala dura pudiera hacerlo, se encontraría en minoría en el Parlamento. Paradójicamente, los más fervientes promotores del Brexit han quedado relegados del escenario político. Esto vale para el ala dura de los torys y en especial para la derecha nacionalista, en franco retroceso. La disputa entre los torys podría terminar precipitando un nuevo adelanto electoral que bien podría catapultar a Jeremy Corbyn, el líder del Parido Laboralista, al poder. El dirigente laborista defiende un Brexit suave, en términos parecidos a los de May, pero, al mismo tiempo, alienta un programa de nacionalizaciones, mejoras sociales e impuestos al capital que despiertan recelo en la clase capitalista.
En las últimas elecciones, el dirigente laborista tuvo un crecimiento meteorítico, y todo indica que esta tendencia se ha reforzado. Por eso, The Economist exhorta a la dirigencia de la Unión Europea a una actitud contemporizadora con el gobierno inglés en terapia intensiva.
La perspectiva de una consagración de Corbyn probablemente actúe como un factor inhibidor dentro de las filas de los conservadores para desplazar a May. Pero el frágil equilibrio dentro del partido gobernante puede romperse en cualquier momento, con más razón, si la Unión Europea se negase a aceptar el acuerdo propuesto por la primer ministra británica.
Giro político
El Brexit es una expresión del creciente impasse del capitalismo inglés, que se ha agravado al compás de la crisis mundial. El Brexit se ha revelado un salvavidas de plomo: lejos de atenuar las contradicciones de la economía del Reino Unido, las ha exacerbado. Este hecho se entrelaza con una enorme crisis social. “La campaña de recorte presupuestario, iniciada en 2010 por el gobierno encabezado por el Partido Conservador, ha provocado un cambio monumental en la vida británica. Muchos indicadores de bienestar social -tasas delictivas, adicción a opioides, mortalidad infantil, pobreza infantil e indigencia- apuntan a un deterioro de la calidad de vida” (The New York Times, 14/7).
Este escenario está en la base de la severa crisis política en desarrollo, cuyos principales capítulos están por venir. El creciente malestar social unido al descrédito del partido gobernante alimenta el giro político de las masas hacia la izquierda del laborismo, que recogió el voto masivo de la clase obrera en las elecciones realizadas en 2017. Una medida del estado del ánimo prevaleciente entre la juventud y los trabajadores la tenemos en las masivas protestas que tuvieron lugar en Londres y en otras localidades del Reino Unido con motivo de la visita de Trump al país.