Grecia: una derrota política


La victoria electoral de Syriza, el pasado 20 de septiembre, ha provocado ríos de tinta. De un modo general, los análisis oscilan entre la denuncia de la ‘traición’ de Syriza, por un lado, y el pronóstico, por el otro, de que esa ‘traición’ tendría patas cortas. Esto porque la aplicación del plan de ajuste impuesto por la Troika es inviable o porque, inevitablemente, deberá provocar luchas más intensas y levantamientos populares. Estos ángulos de balance dejan de lado la cuestión principal. 


 


La victoria de Syriza se distingue porque ha sido el resultado de un malabarismo político pocas veces visto. Pocas semanas antes el electorado griego había votado un rotundo No al paquete de rescate de la Troika, y lo hizo en las condiciones más difíciles que se puedan imaginar -en medio de un ‘corralito’ bancario y un sabotaje financiero abierto por parte del BCE. Esta circunstancia extraordinaria demostró que la masa mayoritaria de votantes era perfectamente consciente del alcance de su voto -la ruptura con la eurozona y la inevitabilidad de la adopción de medidas anticapitalistas. Lo ocurrido con posterioridad es harto conocido: Syriza adoptó el programa de los acreedores, perdió la mayoría parlamentaria, llamó a elecciones anticipadas y las terminó ganando con toda comodidad. 


 


La llamada ‘traición’ de Syriza es tan evidente como relativa. En primer lugar, porque nunca ocultó su posición de apoyo incondicional a la Unión Europea y al sistema euro, y porque se trata de una organización políticamente democratizante, o sea que adopta las condiciones del estado capitalista. A esto hay que agregar la renuncia a formar un gobierno independiente y establecer una coalición con la derecha clerical y militarista. Su gestión de gobierno fue un recule constante ante la presión del eurogrupo, acompañado de los pagos de los vencimientos de deuda externa, incluso al precio de confiscar los saldos líquidos de diversos organismos estatales o paraestatales, y de aceptación en gran parte de las privatizaciones exigidas por la Troika. Finalmente, el propio plebiscito fue claramente una maniobra de alcance limitado, pues exoneraba al gobierno de la responsabilidad de rechazar los planteos del eurogrupo y porque se reducía al rechazo de una propuesta circunstancial. Fue la intensidad de la movilización popular por el No la que dio al plebiscito un carácter excepcional -de ningún modo el planteo de Syriza.


 


Syriza no recogió solamente el apoyo electoral de la masa popular que votó por el No, luego de repudiar sus términos, lo cual es de por sí impresionante. Lo consiguió, además, luego de atravesar una fuerte crisis en su formación política, que fue abandonada por gran parte de su Comité Nacional, que pasó a formar la Unidad Popular con el apoyo incluso de corrientes ajenas a Syriza. Unidad Popular se convirtió en el portavoz del No y del llamado ‘programa original’ de Syriza, votado tres veces: en mayo y junio de 2012 y en enero de 2015. Todas estas credenciales no le alcanzaron para ingresar siquiera al parlamento, pues obtuvo una votación inferior al 3% exigido por ley. En pocas semanas, Syriza fue plebiscitada dos veces: una vez por el No y enseguida por el Sí. Las denuncias de ‘traiciones’, los pronósticos de fracaso no alcanzan para explicar lo ocurrido y caracterizar la relación de fuerzas en presencia.


 


La travesía política de gobierno de Syriza constituye un caso de manual de un gobierno kerenskista. La burguesía no puede gobernar por medio de sus partidos tradicionales, ni el proletariado es capaz de derribar el poder capitalista. Se trata, por cierto, de un fenómeno transicional, pero con una salvedad: su duración y su capacidad de acción puede ser prolongada y relativamente consistente, y puede ser un puente al restablecimiento de una forma tradicional de gobierno burgués -no necesariamente la transición hacia un gobierno de trabajadores. Que ocurra esto último depende de que la clase obrera se convierta en revolucionaria, a partir de su experiencia política. Los resultados electorales muestran que la alternativa obrera y socialista esta lejana. La victoria de Syriza es, por sobre todo, una derrota política contundente de la vanguardia obrera y de la izquierda combativa o revolucionaria. Ninguna recaída en la crisis social puede, por si misma, superar esta crisis de dirección; al contrario, podría reforzar una derechización del kerenskismo griego o su sustitución por la derecha. En el marco de la bancarrota capitalista mundial, lo ocurrido en Grecia anticipa los grandes problemas que esta bancarrota plantea a la izquierda revolucionaria. La derechización ostensible de Podemos, en España, aunque muy lejos de la tragedia griega, es otra muestra del destino de las convulsiones populares que no son interpretadas y conducidas por la izquierda revolucionaria.


 


Todo esto nos lleva al punto crucial del programa de transición, o sea de la travesía que va de la bancarrota capitalista y la reacción popular al poder de los trabajadores. El programa de transición debe ser entendido, por sobre todo, como un programa de poder, y de ningún modo como una colección de consignas aisladas, frecuentemente sindicales. El período que va desde mayo de 2012, cuando se produce el gran giro político de las masas, hasta el plebiscito del No, en julio de 2015, planteó diferentes crisis de poder, desde el planteo de gobierno de izquierda, al inicio de la etapa. El nuevo gobierno de conciliación de clases Syrirza-Anel atravesará con toda seguridad nuevas crisis políticas -algunos medios apuntan a una fracción llamada “De los 53”, como la nueva oposición al interior de este gobierno. Los nuevos recortes sociales del paquete de la Troika acicatearán nuevas luchas.


 


Luego de la convocatoria a las elecciones recientes, la izquierda opositora a Syriza, incluida la propia Unidad Popular, tuvo que improvisar programas políticos, que no pudieron superar sin embargo el punto de qué hacer frente al euro y la eurozona. De un lado, Unidad Popular planteó el retorno al dracma en la perspectiva de suscitar una improbable reactivación capitalista, al estilo de América Latina entre 2003 y 2009. De otro lado, los adversarios al ‘repliegue nacional’ y a la ‘recuperación capitalista’, soslayaron que en ausencia de una revolución simultánea en Europa, un gobierno de trabajadores deberá restablecer una moneda nacional – el tema que más pesa en la conciencia popular. Para salir de la etapa de reflujo que provocará la derrota política sufrida por la vanguardia obrera, y para preparar las condiciones de un ascenso político victorioso, es necesario un programa claro -unas Tesis de Abril para las condiciones griegas.