Guerra bacteriológica: Sólo pueden los yanquis

A quince días de la primera infección con ántrax en Florida y mientras centenares de cartas con esporas de ántrax, con supuestas esporas o simplemente ‘sospechosas’ llegan a prácticamente todos los lugares del mundo, ninguna autoridad ha podido determinar su origen ni quién está detrás de los ataques.


Por sus características, los ataques pueden ser obra de un amplio grupo de organizaciones, de las cuales se sabe que tienen en su poder cepas de ántrax o que tienen posibilidades, técnicas y financieras, de obtenerlas. La especialista en “bioterrorismo” Amy Smithson clasifica entre las primeras a la organización racista blanca de Larry Wayne Harris, al grupo religioso que utilizó gas sarín en el subte de Tokio o al grupo norteamericano Rise (Página/12, 20/10). Todavía más numerosos son los grupos que podrían tenerlas en su poder: la misma experta informa que “una forma sencilla de obtener cultivos letales es ordenar cultivos ya preparados de colecciones científicas, gobiernos, universidades, laboratorios y algunas compañías privadas. Incluso los cultivos más peligrosos pueden conseguirse simplemente con un pedido escrito. A mediados de los ’90, por ejemplo, uno podía comprar un cultivo de ántrax de una compañía norteamericana por 45 dólares (…) (Más tarde) el marco regulatorio se endureció (…) pero hasta ahora sólo el Reino Unido y Alemania adoptaron restricciones similares” (ídem). Por otra parte, como “el equipo necesario para procesar los cultivos es simple y relativamente barato” y “el entrenamiento que se necesita para dirigir un programa de tóxicos biológicos puede conseguirse en las facultades o en las industrias farmacéuticas y biológicas”, el abanico de organizaciones que podría estar detrás de estos ataques es muy amplio. Entre éstas tampoco hay que descartar a las “milicias” ultraderechistas norteamericanas: Le Monde (14/10) informa que una de las primeras cartas con “polvo sospechoso” recibida en un periódico de Florida estaba acompañada por una nota de reivindicación del atentado de Oklahoma, cometido por la ultraderecha norteamericana.


Cualquiera sea la organización que se encuentre detrás, incluso si se tratara de Bin Laden o de otro grupo fundamentalista islámico, los ataques con ántrax revisten el carácter de un incidente policial, es decir delictivo, y de ninguna manera se trata de un acto de “guerra bacteriológica”, lo que significaría que detrás de los envíos se encuentra el interés nacional de algún Estado, algo que no ha sido probado. Incluso el método de su distribución *la correspondencia* recuerda otro incidente policial relativamente reciente en los Estados Unidos: el caso del “Unabomber”, que tuvo en jaque al FBI por varios años enviando correspondencia con explosivos a todos los rincones del país. Como todo acto terrorista, los ataques con ántrax han creado una enorme confusión *incluso en las propias filas del Estado y de sus aparatos represivos*, pero eso no desmiente sino que, por el contrario, confirma su carácter de acción aislada y limitada.


Sólo Estados Unidos puede desatar una guerra bacteriológica


Los ataques le han servido al imperialismo norteamericano para presentarse como víctima y hasta adjudicar a otros una amenaza para la humanidad que sólo representa él mismo: Estados Unidos tiene un virtual monopolio de los arsenales de armas bacteriológicas y es la única potencia que puede lanzar efectivamente una guerra de esta naturaleza.


Aunque existen países ‘hostiles’ que podrían poseer armas bacteriológicas -Irak, Irán, Libia o Corea del Norte entre ellos-, ninguno está en condiciones de lanzar un ataque bacteriológico contra Estados Unidos por la misma razón que, aunque posean armas atómicas, no podrían lanzar un ataque nuclear: serían destruidos de inmediato.


Estados Unidos argumenta que sus investigaciones sobre virus y bacterias de ántrax, peste bubónica, viruela y botulismo tienen un carácter “defensivo”. Pero, como señala el norteamericano Jeremy Rifkin, “en este campo es prácticamente imposible distinguir entre investigación defensiva y ofensiva” e incluso “no hay ningún modo adecuado de distinguir entre usos pacíficos y usos militares de las toxinas” (El País, 6/10). El Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación Pacífica llega a la misma conclusión: “Algunas formas comunes de producción de vacunas están técnicamente muy cerca de la producción de agentes de guerra biológica, por lo que se ofrece la posibilidad de convertirlas fácilmente” (ídem). El desarrollo de la ingeniería genética y el desciframiento del genoma *una rama en la que Estados Unidos tiene una innegable ventaja sobre el resto del planeta* han hecho que “la guerra biológica sea viable por primera vez (…) que puede ser utilizada para destruir determinadas cepas o especies de plantas agrícolas o animales domésticos (…), operaciones contra insurrecciones hasta la guerra en gran escala dirigida contra poblaciones completas ” (ídem). El ‘plan Colombia’ es un ejemplo práctico del desarrollo de la guerra bacteriológica: los cultivos de coca no son bombardeados con venenos (inorgánicos) sino con organismos vivos, que se reproducen y se extienden territorialmente.


El imperialismo norteamericano se niega a que se ponga la menor restricción a su capacidad de crear arsenales biológicos cada vez más destructivos. Por eso, en medio de los ataques con ántrax, “la Casa Blanca sorprendió a la comunidad mundial al rechazar las nuevas propuestas para reforzar la Convención sobre Armas Biológicas. El escollo principal eran los procedimientos de verificación que permitirían a los gobiernos inspeccionar los laboratorios de las empresas estadounidenses de tecnología. El 40% de las compañías farmacéuticas y biotecnológicas están domiciliadas en Estados Unidos y dejaron en claro a los negociadores estadounidenses que no tolerarían el control de sus instalaciones” (ídem). Hay que recordar que por negarse al control de sus instalaciones, Irak fue bombardeado y se le impusieron sanciones económicas y comerciales que han matado a medio millón de niños por falta de alimentos y medicamentos.


Las negociaciones para la nueva Convención de Armas Biológicas se han roto y el futuro de la reunión que se celebrará en noviembre próximo en Ginebra se encuentra gravemente comprometido, porque el imperialismo norteamericano no está dispuesto a tolerar que se pongan límites a su capacidad de acumular armas biológicas que asesinen a millones de personas.


Los ataques con ántrax en la correspondencia son, no cabe duda, un acto de barbarie, pero que palidece ante la verdadera barbarie: el imperialismo, que con sus arsenales nucleares y biológicos amenaza con hacer desaparecer a la humanidad de la faz de la Tierra para sostener su régimen de explotación, de saqueo y de opresión.