Guerra de Ucrania: entre el motín mercenario y la nueva escalada de la Otan

Escribe Pablo Heller

Habrá una intensificación de las hostilidades en la guerra

Transcurridas más de dos semanas del alzamiento de las fuerzas mercenarias, se incrementa la incertidumbre sobre la situación reinante en Rusia. Yevgeny Prigozhin, el líder del grupo mercenario Wagner, apareció en la capital rusa tras abandonar Bielorrusia, donde había negociado retirarse luego del frustrado motín que había protagonizado.

Pero lo que añade más misterio a lo que está sucediendo es que ahora ha tomado estado público que Putin se reunió el pasado 29 de junio con Prigozhin, en un encuentro al que asistieron también todos los comandantes de la compañía de mercenarios y que se prolongó durante tres horas. Si bien el Kremlin pretendió exhibir el cónclave como una señal de que la situación estaba bajo control, el relato oficial deja un sinfín de interrogantes.

No están claros los acuerdos alcanzados en la reunión. El hecho de que Prigozhin y sus acólitos estén circulando libremente con total impunidad y asistan a una reunión pacifica con el jefe de Estado ruso da cuenta de la fortaleza que ha adquirido el grupo Wagner. Al mismo tiempo, aunque se pretenda disimularlo, expresa la debilidad de Putin y el deterioro del régimen. Por mucho menos, otros adversarios y opositores han sido encarcelados o asesinados, apelando a muchos medios, entre ellos, el tristemente conocido recurso del envenenamiento.

La información que se ha venido conociendo confirma que el jefe de las fuerzas mercenarias Wagner no actuaba solo sino que tenía conexiones con miembros del alto mando militar ruso y otros estamentos del poder. El general Surovikin, el “general Armagedón”, como le dicen sus compañeros de armas, o “el carnicero de Alepo”, como lo bautizaron en Siria, habría alentado la sublevación.

Tanto Prigozhin como Surovikin compartían los mismos enemigos a quienes pretendían desplazar: el ministro de Defensa, Sergei Shoigú, y el comandante de las Fuerzas Armadas, Valery Gerásimov. Ya resultaba obvio que las acusaciones que el jefe mercenario venía lanzando con total desparpajo contra las autoridades máximas de las fuerzas armadas solo se explican por la existencia de un sostén por detrás en la propias entrañas del poder que lo apañaba.

Las fuerzas leales a Putin también supieron que había preparativos anormales en varias unidades militares dentro del país, indicando que el complot era mucho más grande de lo que apareció en el primer momento. Los organismos de seguridad se movieron en las sombras y dejaron que Prigozhin se confiara y continuara con sus planes.

El apoyo civil no es menor. Una medida lo da el hecho de que una veintena de gobernadores no condenaron la asonada. Pero, además, es necesario tener en cuenta que el jefe mercenario era una figura con ascendiente popular. Incluso su capital político subió en el curso de la propia guerra, en especial con la toma de Bajmut.

Importa destacar que Prigozhin, de acuerdo a las crónicas, fue recibido calurosamente por parte de la población. Putin ha terminado siendo víctima de una fuerza paramilitar paralela, al margen de la estructura oficial del ejército, que fue una creación suya, que se desarrolló bajo su alero y que, deliberadamente, le dio aliento como un contrapeso frente a las presiones que pudiera recibir desde otros círculos de poder y de altas esferas del Estado.

Nada será como antes

Entramos en una cuenta regresiva que ha puesto en jaque al corazón del poder del Kremlin. El malestar en Rusia se va expandiendo en forma proporcional a su fracaso en la guerra. Esto ha roto la imagen de superioridad de la fuerza militar rusa. El atrevimiento de Prigozhin de levantarse en armas contra Moscú ha sido, a su turno, un golpe demoledor a la infalibilidad y liderazgo de Putin que venía ejerciendo el poder con mano de hierro.

Los acontecimientos del último año y medio han expuesto la vulnerabilidad del régimen. En este contexto ha empezado a surgir el interrogante, del cual se han hecho eco los medios internacionales, sobre la capacidad de Putin de mantener el poder y resistir las tensiones de un conflicto cada vez más cruento y que todo indica que se extenderá en el tiempo.

Esta perspectiva, por cierto nada alentadora en el estado de ánimo de la población, va unida a las crecientes bajas en el campo de batalla. A esto habría que agregar el costo de la guerra, no solo los gastos que vienen creciendo en forma sideral para bancar la maquinaria bélica, sino de todo el aparato productivo, acorralado por las sanciones económicas.

La economía está soportando la escasez de insumos importados imprescindibles para la producción local, al mismo tiempo que una merma de sus ingresos por exportaciones, en especial de gas y petróleo. Estas restricciones afectan seriamente los ingresos fiscales y han provocado un retroceso del PBI, han reducido la competitividad y eficiencia del tejido económico, y han obligado a Rusia a incrementar su dependencia respecto de China -que no se priva de sacar una tajada leonina en sus vínculos con Moscú, aprovechando el nuevo escenario creado por la guerra.

Nadie escapa del impacto de la guerra y, por supuesto, tampoco la burguesía rusa, que ve con recelo y preocupación cómo el conflicto bélico está poniendo en juego la continuidad y expansión de sus negocios. Habrá que ver cuáles son los vasos comunicantes que unen el motín con el poder económico, pero no olvidemos que Prigozhin es un multimillonario que forma parte de la nueva oligarquía rusa.

En lo inmediato, es necesario seguir de cerca cuál es el destino que tendrán las fuerzas mercenarias. La intención del Kremlin es asimilarlas al Ejército regular, pero ya los analistas advierten que es una empresa de difícil cumplimiento. El presidente de Bielorrusia, Aleksandr G. Lukashenko, que intervino como mediador en el motín, señaló que, al menos parte de la fuerza de combate de Wagner podría permanecer intacta.

El grupo Wagner se ha convertido en una suerte de imperio con ramificaciones en una multitud de esferas. Aunque el Kremlin afirma que mantiene la tutela del cuerpo, no está clara su capacidad de control de la red empresarial. Una de las operaciones centrales y más lucrativas ha sido el armado de un ejército privado. Antes de desembarcar en Ucrania, esa fuerza mercenaria ha venido actuando en diferentes países.

Desde Libia en el norte hasta Mozambique en el sur, el grupo ha desplegado tropas en cinco países africanos, proporcionando seguridad a presidentes, apuntalando a gobiernos y jefes de Estado, luchando contra grupos armados rebeldes, a menudo con un alto coste para la población civil. Y, en particular, ha tenido un rol clave en Siria para sostener al gobierno de Al Assad.

Las conexiones y compromisos establecidos, en definitiva, son muy extendidos geográficamente, incluso en la Venezuela chavista. Habrá que ver cómo se reconfiguran estos vínculos y cuál es la predisposición del jefe del grupo Wagner de respetar lo pactado con el Kremlin.

La reacción de Occidente

Los medios de prensa coinciden que las potencias de la Otan conocían con anticipación los movimientos del grupo Wagner y el alzamiento que preparaba el jefe mercenario. La esperanza de Washington y la Unión Europea era aprovecharse del motín para lograr un vuelco favorable en la contraofensiva que hasta ahora tiene magros resultados. Esta expectativa no se ha cumplido.

A pesar de la caótica situación en Rusia, el ejército ucraniano solo avanzó 17 kilómetros cuadrados (6,6 millas cuadradas) en comparación con la semana anterior. La cacareada contraofensiva ucraniana solo ha ‘liberado’ 130 kilómetros cuadrados de territorio en tres semanas, al precio de una enorme sangría. El cálculo es que vienen muriendo 1.000 soldados ucranianos por día.

Para compensar las bajas masivas en el frente, y en un intento desesperado por mitigar el problema cada vez mayor de la falta de mano de obra, el gobierno de Zelensky está llevando a cabo una nueva oleada de movilizaciones en al menos tres provincias. Según Volodymyr Arap, jefe de las oficinas de reclutamiento de la región de Járkov, el ejército reclutará durante todo el mes de julio a hombres de 18 a 60 años, independientemente de su experiencia militar o de su deseo de luchar en la guerra (SWS, 29/6).

Teniendo en cuenta este panorama, lo más probable ante la falta de avances serios en la contraofensiva es que se apueste a un nuevo salto en la escalada bélica. Esto es lo que estará en debate en la cumbre de la Otan en Vilna, Lituania, que tendrá lugar en estos días. Sin esperar sus deliberaciones, Biden ha autorizado la utilización de bombas de racimo, cuyo uso es admitido por Estados Unidos, pero que ha sido prohibido por Francia y Gran Bretaña. Una de los puntos centrales en la agenda es la entrega de los caza bombardeos que, en caso de confirmarse, implicaría un agravamiento de la guerra y el riesgo de una conflagración más generalizada, con un involucramiento mayor de las potencias occidentales.

Comentario final

Vamos a una intensificación de las hostilidades. Ninguno de los bandos ha quedado indemne y todo parece indicar que ese panorama se va a acentuar cuando no hay una finalización del conflicto a la vista. En el caso específico de Rusia, el desenlace del motín augura nuevas sacudidas. Lejos de cerrarse la crisis política del régimen, marchamos a su profundización. En términos inmediatos, quien está en mejores condiciones de usufructuar la situación es un ala de la propia burocracia nacionalista de derecha, que reviste en el aparato de seguridad.

De todos modos, cualquiera sea la transición que se abra, será cruenta y está llamada a pasar por sucesivas crisis. El desafío fundamental en Rusia es cómo se estructura una fuerza revolucionaria que ayude a que la clase obrera irrumpa como un factor independiente en la crisis política y abra paso a una alternativa de los trabajadores. A la lucha fratricida que promueven los regímenes reaccionarios de ambos bandos, es necesario oponerle la lucha estratégica por gobiernos de trabajadores y el socialismo.

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