Haití: Aristides y Perón

Hace ya tres semanas que el presidente haitiano Jean Bertrand Aristide fue derrocado por un sangriento golpe militar y que la OEA prometió reponerlo en el gobierno por medio de una acción concertada.

En estas tres semanas, sin embargo, el régimen militar lejos de desplomarse por la “presión internacional” se ha estabilizado. Ha obtenido la "aprobación” del parlamento (sitio militar del Congreso mediante) al nombramiento de un miembro de la Corte Suprema, Joseph Nerette, como presidente, y de un colaborador de la dictadura del general Avril como primer ministro. Mientras tanto, “del bloqueo económico —explica el corresponsal de La Nación (14/10) en Puerto Príncipe— casi nada se sabe y nada se ve. El abastecimiento se va regularizando tras un primer signo de ahorcamiento el jueves, cuando los precios saltaron bruscamente (en algunos casos un 1000%), desapareció el azúcar y hubo algunas colas por combustibles, todo a raíz del acaparamiento preventivo y especulativo de los proveedores y de la psicosis de la población. En el puerto el número de buques en descarga aumenta en vez de mermar y lo extraño es que Haití no tiene flota mercante”.

En resumen, “pasó la cresta de la ola y el tiempo, cómplice del olvido, va haciéndole el juego al gobierno de facto que sigue dando con gran tranquilidad los pasos formales hacia su aprobación parlamentaria y amenaza seguir consolidándose” (La Nación, 14/10). En otras palabras, “la protesta (de la OEA) contra el golpe amenaza con quedar reducida a la categoría de una mera expresión de deseos, carente de fuerza...” (La Nación, 12/10).

¿Cómo explicar el fortalecimiento del gobierno que derrocó a un presidente que subió con “no menos del 75% de los votos”? (La Nación, 12/10).

Las maniobras del Imperialismo

La brutalidad del terror desatado por la dictadura (“la armada ametralló indiscriminadamente los barrios pobres”, Le Monde, 6/10) no alcanza para explicar la estabilización del régimen militar. Tampoco alcanza el apoyo de “todos los partidarios y autores de la asonada, es decir, todas las fuerzas políticas, el empresariado, sectores de la Iglesia y la plana mayor del Ejército” (La Nación, 13/10).

La verdadera razón es que Aristide ha puesto su confianza en que el imperialismo lo devolvería al poder. Pero esa no es la orientación de Bush, que está muy lejos de proponerse una defensa de la democracia por medio de una guerra civil contra el capital local e internacional y contra el Estado duvalierista. En efecto “una fuente del Departamento de Estado (norteamericano) confió que el imperativo de Washington es restablecer el orden constitucional en el país, ‘y hay muchas maneras de hacerlo, con Aristide o sin él’ y agregó: ‘dar ciegamente nuestro apoyo a Aristide haría la tarea mucho más difícil por la oposición que tiene en Haití”" (La Nación, 13/10).

“¿Cómo puede Washington favorecer a un dirigente político que promueve una justicia brutal y sumaria contra sus enemigos políticos?”—reclamaba “The Wall Street Jornal” (11/10), distorsionado la realidad. Aristide apenas había intentado crear una policía independiente del ejército en acuerdo con lo establecido por la constitución. Los “desbordes demagógicos” que la derecha le ha adjudicado al sacerdote-presidente no fueron otra cosa que intentos por desviar la cólera de las masas ante la impotencia del “gobierno popular” para enfrentar al capitalismo duvalierista.

El “tercermundista” Aristide confió su retorno a la misión de la OEA y se convirtió, con ello, en un juguete de las maniobras norteamericanas y ayudó a desarmar la resistencia popular al golpe

El régimen de los golpistas inmediatamente “sintonizó" la onda que emitía la Casa Blanca y envió al ahora primer ministro Honorat a “Washington como enlace de una misión reservada para intentar moderar los ánimos de la OEA en nombre de los conservadores golpistas” (La Nación, 13/10). Pocos días después, el hombre de la “misión reservada" fue nombrado primer ministro y “presentado al mundo como un defensor de los derechos humanos, en un indiscreto guiño a Washington” (Página 12, 13/10). El propio jefe de los golpistas, Raoul Cedras, confesó que “el nuevo gobierno debe negociar con la OEA y con la comunidad internacional... el ejército no se quedará en el poder... (hemos) dejado una puerta abierta para la negociación” (Página 12, 17/10).

En este cuadro de “entendimiento” entre los golpistas y los yankis se entiende que “prácticamente todo el empresariado y el abanico político, incluido Rene Theodore, el prestigioso líder del comunismo haitiano (sic) parecían dispuestos a ocupar los ministerios de transición hacia las proyectadas elecciones y un dato que no puede perderse de vista a juzgar por lo que así sucede: ninguno de ellos está siendo obligado a punta de pistola” (La Nación, 11/10).

Las alternativas que se barajan son la convocatoria a nuevas elecciones o “el regreso de Aristide bajo condiciones negociadas” — según afirmó la Asociación de Industriales (Brecha, 15/10). Entre esas condiciones figura la ratificación del actual primer ministro, Jean Jac-ques Hanorat, una amnistía a los duvalististas y el mantenimiento de la estructura castrense. El “paquete” sería garantizado por “un cuerpo civil de 500 hombres de la OEA, que pondrá a funcionar el sistema judicial, las instituciones democráticas y el respeto a los derechos humanos”(sic)(Brecha). El corresponsal en Costa Rica del semanario montevideano concluye de todo esto que “para los uniformados y la burguesía deja una enseñanza, la pobreza de Haití ya no es gobernable fuera de la ruta institucional”. Asombrosa, por lo cínica, esta conclusión destaca el marco de convulsión revolucionaria en que se desenvuelve la crisis y la necesidad que el imperialismo tiene de Aristide para contenerla. El sacerdote-salesiano, como un Perón , espera su momento junto al pro-imperialista Andrés Perez.