Haití: Un acuerdo “made in USA”

Afirmar que el retorno de Aristide a la presidencia de Haití —de la que fuera derrocado por un sangriento golpe militar en setiembre de 1991— constituiría “un triunfo de la democracia” es simplemente ridículo. Baste decir que entre las condiciones de su retorno figuran la amnistía de los golpistas (responsables de más de 5.000 asesinatos desde que tomaron el poder) y la intangibilidad del alto mando militar (ya que los relevos en la cúpula militar se harán “respetando los reglamentos militares”).


“Una buena parte del crédito por el acuerdo —dice The Wall Street Journal (7/7)— pertenece al gobierno de Clinton”. En verdad, el imperialismo ha sido el autor intelectual y material del pacto Cedrás-Aristide. La presión del imperialismo, tanto sobre los golpistas como sobre Aristide, para obtener el acuerdo ha sido simplemente brutal. Clinton impuso al Consejo de Seguridad de la ONU el bloqueo económico total contra el régimen golpista para llevarlo a la mesa de negociaciones. En medio de las negociaciones … amenazó a Aristide con levantar todas las sanciones contra los golpistas si el “presidente” no firmaba el acuerdo.


El acuerdo que establece el retorno de Aristide a la presidencia es un triunfo del imperialismo norteamericano, que ha convertido a Haití en un protectorado de la ONU y a sus “instituciones” en una dependencia de su Consejo de Seguridad. Aristide no retorna a la presidencia como el representante de la voluntad popular expresada en el voto sino como un funcionario supervisado por la ONU y la OEA y cuyas facultades y políticas han sido objeto de un acuerdo con los golpistas. El primer ministro, por ejemplo, deberá ser ratificado por el parlamento, es decir, … por los partidarios civiles del golpe.


La vigencia del acuerdo Aristide-Cedrás será vigilada por una “fuerza de paz de la ONU”, integrada por unos mil efectivos norteamericanos, que será la verdadera fuerza armada del nuevo régimen. El canciller norteamericano, Warren Christopher, señaló que la función de los efectivos norteamericanos sería “reorganizar la policía”. Se trata de una afirmación particularmente cínica ya que las actuales fuerzas armadas y policiales de Haití —genocidas históricas de los explotados haitianos— han sido organizadas, armadas, financiadas y entrenadas por el Pentágono.


Para el imperialismo norteamericano, el acuerdo Aristide-Cedrás era imprescindible para cerrar una crisis potencialmente explosiva: a pesar de la brutal represión, los militares nunca lograron estabilizarse en el poder. La  renuncia del primer ministro derechista Marc Bazin, a principios de junio, era otro “síntoma de (la) enorme debilidad” del régimen golpista (La Nación, 15/6). Después de la rápida caída de los golpistas guatemaltecos, la brutal presión norteamericana por la “institucionalización” de Haití revela que, para el imperialismo, los regímenes democratizantes son, por ahora, insustituibles a la hora de contener las explosivas contradicciones creadas por la opresión imperialista y la crisis mundial.


El acuerdo de Haití, finalmente, ha servido para poner de relieve el carácter proimperialista de la izquierda democratizante continental, que ha puesto al imperialismo yanqui como garante de su permanencia en el gobierno.