Harry, Meghan y la crisis de la Corona

Las estatuas de Harry y Meghan fueron retiradas del museo de cera de Londres.

La prensa británica bautizó con el nombre de “Megxit” la crisis abierta en la Corona por la decisión del príncipe Harry y su esposa Meghan Clarke de abandonar sus funciones en la familia real y buscar su “independencia económica”. La denominación, un juego de palabras entre el nombre de la princesa y la palabra “salida”, establece a la vez una analogía con el “Brexit” –la salida del Reino Unido de la Unión Europea- que sacude la política internacional.


Indudablemente, existe una conexión entre las tendencias disgregadoras que se ponen de manifiesto en el Brexit (que amenaza con un desmembramiento territorial a partir de la salida de Escocia y el resurgimiento del conflicto irlandés) y la crisis de una monarquía que funge como espíritu de aquel proyecto imperial. Son manifestaciones de una crisis de conjunto en el Reino Unido.


La salida de Harry y Meghan está marcada por una sórdida lucha de poder. Harry, sexto en la línea de sucesión, aparece enfrentado a su hermano William, príncipe heredero. Los últimos cambios políticos en la familia real, que se replegó sobre el círculo más íntimo, habrían arrojado un desplazamiento –entre otros- de los duques de Sussex. Este rediseño ocurrió luego de la traumática salida del príncipe Andrés, involucrado en el escándalo de pedofilia de Jeffrey Epstein. En el marco de todas estas disputas, Harry denunció un hostigamiento contra él y su esposa por parte de los medios y periodistas que trabajan para algunos de los miembros de la realeza.


La corona británica ha perdido potestades políticas, pero sigue siendo un emporio económico. La fortuna personal de la reina Isabel ascendía el año pasado a los 470 millones de dólares (CNN en Español, 9/5/18). Recibe ingresos del Ducado de Lancaster, que cuenta con espacios comerciales, agrícolas y residenciales. También posee ingentes propiedades inmobiliarias y una cartera de acciones. Los Paradise Papers revelaron que el Ducado invirtió 13 millones de dólares en las islas Caimán y las Bermudas, o sea, en paraísos fiscales. Por su parte, el príncipe Carlos posee todo tipo de terrenos y propiedades inmobiliarias que son parte de la disputa actual, toda vez que parte del arreglo de salida que negocian los duques de Sussex incluye percibir parte de esas rentas.


Sumado a todo esto, la Corona es financiada en forma compulsiva por el pueblo británico, a través de un Fondo Soberano que percibe del gobierno (en 2016-2017 Isabel recibió 58 millones de dólares en este concepto).


La “transición” en curso sobre la salida de Harry y Meghan incluye el debate sobre si ambos seguirán desarrollando algún tipo de colaboración, si mantendrán los títulos nobiliarios y si seguirán recibiendo fondos por parte del príncipe Carlos. De todos modos, el apartamiento de los duques deja abierta la posibilidad de todo tipo de negocios, empezando por la consolidación de su marca personal Sussex Royal. Asimismo, ingresos por reportajes, documentales, libros, etc.


La familia real no experimentaba una crisis semejante a la actual desde la muerte de la princesa Diana en 1997, en un accidente automovilístico, poco después de un traumático divorcio con el príncipe Carlos. Tras aquel episodio, la Corona, fuertemente desprestigiada, había tratado de emprender una regeneración. La mezquina disputa real de estos días, para muchos, quema una carta de recambio. “Harry y Meghan eran la pareja de la realeza que iba a modernizar la monarquía (…) estaban ayudando a rejuvenecer la entrañable pero anquilosada marca real británica” (Washington Post, reproducido por La Nación, 10/1).


Si bien en los últimos días hubo algunos planteos aislados de un referéndum sobre la continuidad de la monarquía, en las últimas elecciones en el Reino Unido ninguno de los partidos colocó la cuestión de la abolición de la monarquía en su programa, ni siquiera Jeremy Corbyn.


Es una tarea del proletariado darle un golpe de gracia a esta institución decadente. Ni reyes ni patrones.