Hong Kong: presente y futuro de la rebelión popular

El peligro de un efecto contagio es lo que explica la creciente preocupación del gobierno chino.

Las protestas continuaron por octavo fin de semana consecutivo en Hong Kong. Esta nueva ola de protestas tiene su origen en el rechazo masivo que provocó un proyecto de ley de extradición, que fue ganando en amplitud. Han tenido lugar movilizaciones multitudinarias: en las calles de Hong Kong llegaron a desfilar dos millones de personas de un total de 7 millones. Estamos en presencia de la movilización más importante desde que Hong Kong se integró a China en 1997 bajo el lema de "un país dos sistemas".


La decisión de la gobernadora de la isla de suspender el polémico proyecto no ha logrado poner fin a la movilización popular. Las manifestaciones continúan con la exigencia de su retiro definitivo. Pero a este reclamo se le han empezado a unir otros: desde la denuncia de la violencia policial, la amnistía de todos los arrestados, hasta la renuncia de la gobernadora Carrie Lam y la exigencia de reformas democráticas, incluido el sufragio universal.


Las manifestaciones han tenido lugar en diferentes lugares de la ciudad. Aproximadamente 15.000 personas se concentraron en el Aeropuerto Internacional de Hong Kong. Una de las demandas es que se arreste a una suerte de fuerza choque paraestatal que viene de agredir a los manifestantes.


La intención es utilizar este tipo de actos donde circulan los turistas como caja de resonancia frente a la opinión publica fuera de la isla. Un esfuerzo especial – y esto es algo cada vez más marcado- es llegar con sus reclamos a la población de China continental. Los textos que sacan los manifestantes son en el lenguaje que manejan los millones de habitantes de China continental, de modo de facilitar una llegada a ellos. Los carteles en poder de los manifestantes estaban escritos con caracteres chinos simplificados. Ambos se utilizan en el continente, mientras que los caracteres chinos cantoneses y tradicionales predominan en Hong Kong.


Importa destacar que los auxiliares de la tripulación de a bordo de los aviones al igual que el personal del aeropuerto se sumaron a la concentración. Uno de los sindicatos que pertenece a la aerolínea más grande de Hong Kong, impulsó la protesta, desafiando la conducta de la confederación que lo nuclea que viene dando la espalda al movimiento. También hay muestras de simpatías frente a la protesta en las filas de controladores de tránsito aéreo.


La conducta de los aeronáuticos es un indicador del creciente involucramiento los trabajadores en la protesta. Y esto explica que, a la par de los reclamos de orden político empiecen a emerger las demandas sociales más profundas sobre la pobreza, la falta de bienestar y vivienda, y la carestía. No hay que olvidar la desilusión general en el futuro en una ciudad en que el 20 por ciento de la población vive en la pobreza, la desigualdad social es cada vez más pronunciada e intolerable y hay grandes necesidades insatisfechas.


La agenda contra la austeridad, los bajos salarios y el trabajo precario que se confunden con el cuestionamiento de las instituciones y el poder político se está abriendo paso. Hong Kong se ubica en la misma sintonía de lo que viene ocurriendo en otros rincones del planeta como los "chalecos amarillos" en Francia o rebeliones como las de Puerto Rico. Y empalma con el malestar creciente que se constata en las filas de la clase obrera china que viene levantando cabeza y en especial en su juventud, que viene siendo blanco de la represión por parte del estado chino.


Efecto contagio


El peligro de un efecto contagio es lo que explica la creciente preocupación del gobierno chino. Pekín acaba de lanzar una advertencia inédita, que no tiene precedentes, emplazando a las autoridades de la Ciudad a que ponga “orden” planteando que la ola de movilizaciones compromete "gravemente" la prosperidad y estabilidad de la ciudad “excediendo el límite de lo aceptable”.


Por primera vez, la Oficina para Asuntos de Hong Kong y Macao del Consejo de Estado, la más alta autoridad política para cuestiones relacionadas con ambos territorios, daba una rueda de prensa. Esto ha servido para clarificar el escenario y acentuar el abismo existente entre, por un lado, la mayoría del pueblo hongkonés; del otro, el Partido Comunista chino (PCCh). Hay algunos analistas que asocian este inusitado protagonismo a una velada amenaza de intervención de las fuerzas armadas chinas para doblegar las protestas.


Esta posibilidad, recogida en el artículo 14 de la Ley Básica de Hong Kong, fue insinuada por un portavoz del Ministerio de Defensa la semana pasada, lo que volvió a traer a la memoria las protestas de la plaza de Tiananmen de 1989 y su aplastamiento. Por supuesto, una hipótesis de este calibre es imposible que pase sin crisis no solo interna sino internacional -incluida un reacción popular fuera y dentro de sus fronteras que podría terminar convirtiéndose en un bumeran para el gobierno de Xi Jinping.


Perspectivas


Entre tanto, la movilización sigue abierta. El empresariado y filiales de grandes corporaciones de Hong Kong que inicialmente apoyaron y coquetearon con las protestas contra el proyecto de ley de extradición han retirado su respaldo. La clase capitalista local apoyó la suspensión del proyecto de ley de extradición, por temor a que comprometiera negativamente las operaciones comerciales. El proyecto de ley de extradición abría la rendija a la incautación de activos y condenas por soborno y los grandes inversores “prefieren resolver sus disputas comerciales en la isla antes que en China continental” (La Nación, 13/6). Pero, ahora, existe un temor fundado de que el conflicto quede fuera de control y en especial están preocupados de que la movilización haga que se abran paso demandas sociales más amplias, en especial los reclamos por el salario y por mejoras en las condiciones de trabajo.


Es oportuno destacar, asimismo, que el imperialismo, empezando por la Casa Blanca, ha obrado con suma cautela. Si bien Washington y Londres no se han privado de utilizar las protestas para su propio provecho (en especial Trump agita las aguas en búsqueda de alguna tajada en la guerra comercial con China) no están interesados en que la situación se desmadre. Un estallido político, económico y social en un enclave estratégico como Hong Kong puede tener un carácter explosivo en el tablero internacional.


Si bien van creciendo en envergadura y belicosidad, las protestas en Hong Kong carecen de una perspectiva política clara. La burguesía ha metido la cuchara procurando encapsular su alcance, aunque está lejos de tener bajo su tutela el movimiento. Su orientación se circunscribe a defender mayor autonomía de China continental, ampliando a lo sumo los mecanismos de elección de las autoridades. Existe, asimismo, una derecha nacionalista (Pasión Cívica, Indígenas de Hong Kong) que va más lejos y pregona la independencia de la isla. De todos modos, no pasan de ser solo una corriente política relativamente menor en el marco de un movimiento políticamente heterogéneo y difuso pero cuyo abismo con el régimen del Partido Comunista Chino (PCCh) y la pro-Beijing administración de Hong Kong se agranda cada día que pasa.


La represión en curso del gobierno local que se hace cada más violenta, que viene siendo fogoneada desde Pekín, a lo que se agrega la velada amenaza del gobierno chino de utilizar al ejército para reprimir las protestas, subraya la necesidad de una lucha común de la clase obrera y la juventud de Hong Kong y la del continente, donde los trabajadores también enfrentan grandes penurias y privaciones y una feroz persecución y ataque a los derechos democráticos. La rebelión popular en Hong Kong cuenta como aliados a los explotados de China continental; bajo ningún concepto vale recostarse en el imperialismo y sus agentes económicos y políticos locales, que explotan el actual conflicto en función de sus intereses y negocios. La unidad de los trabajadores de la isla y del continente constituiría un enorme paso adelante en la batalla por una reorganización integral de China sobre nuevas bases políticas y sociales, dirigida a poner fin a la gestión capitalista de Hong Kong y a la burocracia restauracionista de China, abrir paso al poder de la clase obrera y a una planificación socialista de los recursos, dando prioridad a la satisfacción las apremiantes necesidades de los millones de trabajadores y campesinos chinos.