Hong Kong: una rebelión que recién comienza

La movilización ha incorporado en su agenda el retiro de los cargos y procesos contra los manifestantes y la renuncia de la gobernadora.

Hong Kong vive, desde hace tres meses, su mayor conmoción política desde su integración a China en 1997 bajo el lema de “un país, dos sistemas”.


La gobernadora de la isla, Carrie Lam, acaba de retirar la ley de extradición que fue la que detonó la protesta. Pero esta decisión fue tardía e insuficiente para satisfacer y contener el movimiento popular que ha ampliado sus demandas. 


La ley de extradición dispuesta por las autoridades mereció una repulsa generalizada, pues constituía un arma discrecional para perseguir y expulsar opositores y disidentes, así como reprimir la protesta que viene creciendo en el territorio. Los condenados por la nueva legislación podrían quedar a merced de las autoridades de China continental y sometidos a procesos y represalias incluso más severas.


La movilización ha incorporado en su agenda el retiro de los cargos y procesos contra los manifestantes, la investigación y el castigo de los responsables de violencia policial, la renuncia de la gobernadora y elecciones libres basadas en el sufragio universal. Lam ha declarado que está dispuesta al “diálogo”, pero no tiene intenciones de ceder a los reclamos, lo cual ha hecho crecer la efervescencia popular. 


Las autoridades estarían barajando el uso de la Ordenanza de Regulaciones de Emergencia del territorio. Esta legislación proveniente de la era colonial faculta a la gobernadora a declarar un estado de emergencia, lo que le daría un gran alcance para la represión.


Esto se complementa con la amenaza de una intervención directa de China continental. La administración de Hong Kong, si bien goza de autonomía, tiene fuertes vasos comunicantes con el régimen chino. Pekín viene respaldando a la gobernadora y hasta ha amenazado con el envío de tropas en caso de que hiciera falta para aplastar la rebelión popular hasta el punto que ha comenzado a hablarse del riesgo de un nuevo Tiananmen. 


Huelgas 


A medida que pasan las semanas, el movimiento ha ido ganando en extensión e intensidad. Luego de las manifestaciones que se vienen realizando ininterrumpidamente los fines de semana, la semana pasada tuvo lugar una huelga de dos días de carácter activo con actos y protestas callejeras. 


La huelga coincidió con el reinicio del ciclo lectivo. Los estudiantes secundarios y universitarios, que paralizaron las clases fueron uno de los protagonistas de las movilizaciones. Miles de estudiantes formaron cadenas humanas ante diferentes escuelas de Hong Kong para expresar su solidaridad con las protestas. 


La huelga involucró a decenas de miles de trabajadores, quienes desafiaron las amenazas y represalias de la patronal por participar de la medida de fuerza. Eso explica que la huelga no tuvo una masividad similar a la de un mes atrás, el pasado 5 de agosto. Las empresas, presionadas por el gobierno, se mostraron más inflexibles ante la hulega.


La convulsión política, sin embargo, ha ido contagiando a los trabajadores, quienes han empezado a intervenir. Estamos en presencia de las primeras huelgas luego de décadas. Como telón de fondo está presente el descontento y la necesidad de mejoras en salarios y condiciones de trabajo, el acceso a la vivienda y servicios de asistencia social, del cual están excluidos una franja importante de familias trabajadoras, en el marco de una creciente desigualdad. 


Junto a los derechos democráticos, asoma la cabeza esta agenda social de demandas. La situación social se potencia, pues Hong Kong no ha estado inmune al desarrollo de la crisis capitalista mundial. La isla está al borde de una recesión, afectada por los coletazos de la guerra comercial entre Estados Unidos y China. El sector privado atraviesa su mayor declinación desde febrero de 2009.


La élite empresaria en un primer momento coqueteó con el movimiento, incluso por sus propios motivos, pues la ley de extradición podría ser utilizada para confiscar activos y patrimonios y facilitar la intromisión de Pekín en sus negocios. A medida que pasan las semanas, el empresariado le ha ido soltando la mano a la protesta. Empresas multinacionales, como la cadena de ropa Zara, se empeñaron para abrir sus puertas del mismo modo que aerolíneas comerciales, que amenazaron con despidos a quienes no se presentaran a trabajar. 


Oposición


No se nos puede escapar que el liderazgo político de este movimiento está en manos de una coalición moderada: el Frente Civil de Derechos Humanos, integrado por una serie de ONG vinculadas con las potencias occidentales, así como partidos políticos y grupos asociados con la oposición oficial en el Consejo Legislativo, la denominada agrupación pandemócrata.


Las demandas del Frente Civil se circunscriben a los derechos democráticos. Las demandas sociales están ausentes, lo cual da cuenta de su carácter patronal. Más aún, hay un especial empeño de sus dirigentes por evitar que se cuelen las reivindicaciones obreras. 


La central obrera, la Confederación de Sindicatos de Hong Kong (HKCTU), forma parte de esta coalición opositora. Esta perspectiva política ha quedado en evidencia en los actos organizados por el HKCTU que ha cedido un lugar protagónico a los líderes opositores, mientras no organizan la resistencia en los lugares de trabajo. Los dirigentes sindicales dejaron librados a su propia suerte el acatamiento de la huelga, de modo tal que dejó expuestos a los trabajadores a la arbitrariedad patronal. 


Lo más relevante de las últimas semanas es el alineamiento mayor que viene alentando la cabeza del movimiento con el imperialismo. Los manifestantes marcharon al Consulado estadounidense para pedir la intervención del presidente Trump y el Congreso estadounidense. Reclaman que el gobierno norteamericano ponga en marcha la ley de Derechos Humanos y Democracia en Hong Kong, que plantea sanciones económicas y multas a autoridades chinas y hongkonesas cuando se determine que socavan la democracia y los derechos humanos en la ciudad.


La línea que predomina en la oposición es tomar distancia de Pekín, reforzar la autonomía de Hong Kong y hasta hay quienes abogan por una independencia. Tal soberanía y separatismo que se proclama, sin embargo, no sería más que una ficción, pues la isla pasaría a ser un protectorado del imperialismo -volvería a su viejo status colonial-, pero ya no con las ventajas de una onda ascendente de la economía mundial, sino bajo las tendencias disolventes de la bancarrota capitalista en curso. En este marco, es necesario desenmascarar la demagogia nacionalista, incluida la promovida por nucleamientos de derecha, como Civic Passion y Hong Kong Indigenous, que intentan convertir en chivos expiatorios a los chinos "continentales", a los que hacen responsables por la crisis social en Hong Kong.


Importa señalar que Trump, acostumbrado a las declaraciones estridentes, en el caso actual y a pesar que tenía el plato servido, ha actuado con extrema cautela. “Trump ha indicado que los disturbios son una cuestión que debe manejar China, aunque también ha dicho que no debe emplearse la violencia. Analistas políticos señalan que sus comentarios podrían haber sido discretos porque no quiere interferir en las conversaciones con China sobre su guerra arancelaria” (El Mundo, 9/9).


La Casa Blanca sabe que la rebelión de Hong Kong puede tener un efecto contagio en China continental y poner en movimiento al proletariado chino, que ya viene levantando cabeza. Esto pondría en jaque no sólo la estabilidad de la burocracia china sino el conjunto del proceso de restauración capitalista, y sería un factor, por lo tanto, de desestabilización política de alcance internacional. No olvidemos que entre los trabajadores del continente anida un creciente descontento y sufren el mismo ataque a sus condiciones de vida y derechos democráticos como lo viene soportando la clase obrera de la isla.


Perspectiva


La defensa de los derechos democráticos de Hong Kong no va a venir de la mano del imperialismo, que apoyó a los regímenes más sanguinarios y promovió compromisos de los más espurios, colocando en primer lugar la defensa de sus propios intereses. Washington, como lo indica su conducta actual, tampoco es un escudo protector contra una eventual incursión militar de Pekín.


Por el contrario, esta tentativa de alinear el movimiento de protesta junto con los yanquis le viene como anillo al dedo a los líderes chinos para hacer demagogia y enarbolar banderas nacionalistas contra la injerencia extranjera en los asuntos internos de China, con más razón cuando estamos en medio de una nueva escalada de la guerra comercial. 


La crisis política en Hong Kong pone sobre el tapete la necesidad de la unidad y una acción común de los trabajadores de la isla y el continente en defensa de las libertades democráticas, incluidos plenos derechos políticos y sindicales para la clase obrera y la satisfacción del conjunto de las reivindicaciones sociales y populares planteadas. Esta acción común sería el punto de partida para una movilización política para poner fin a la administración capitalista de la isla y el régimen restauracionista de China continental con el establecimiento de un gobierno de trabajadores y proceder a una reorganización integral del país mediante una planificación socialista de la economía y de los recursos existentes.