Internacional Progresista, al rescate del capitalismo

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DiEM25, Frente Europeo de Desobediencia Realista, un movimiento democrático paneuropeo transfronterizo, liderado por Yanis Varoufakis , exministro de Economía griego, cuando Syriza llegó al gobierno, y el Instituto Sanders, fundado en 2017 por Jane Sanders, esposa del senador demócrata Bernie Sanders, acaban de dar a luz la “Internacional Progresista”, una organización avalada por más de 40 intelectuales de todo el mundo, entre los que destacan Noam Chomsky y Naomi Klein, y dirigentes políticos, como Katrín Jakobsdóttir, del Movimiento de Izquierda-Verde y actual primera ministra de Islandia, en cuya capital, Reikiavik, está previsto realizar un primer Congreso del flamante nucleamiento.

 

El grupo Puebla, en su reciente encuentro virtual, que congregó a lo más graneado del progresismo latinoamericano, saludó y decidió sumarse a la iniciativa.

 

La nueva organización advierte que “hay una guerra global en marcha contra los trabajadores, contra el medio ambiente, contra la democracia, contra la decencia”, plantea unir las fuerzas progresistas ante “el avance del autoritarismo”. Y llama a defender y sostener “un Estado de bienestar, los derechos laborales y la cooperación entre países, además de consolidar un mundo más democrático, igualitario, ecologista, pacífico post-capitalista, próspero y pluralista, y en el que prime la economía colaborativa”.

 

Si hay un común denominador en lo que se refiere a este arco tan variado del progresismo mundial es que están lejos de haber logrado promover un rumbo superador respecto de la política neoliberal en la experiencia política que les tocó protagonizar en sus respectivos países. Tampoco lo están haciendo ahora. En la actualidad, tenemos a Bernie Sanders, luego de su frustrada carrera presidencial, llamando a cerrar filas en el Partido Demócrata y promoviendo la candidatura de Joe Biden. Se trata de un callejón sin salida para los millares de trabajadores y jóvenes que abrazaron la postulación del senador socialdemócrata.

 

Lejos de representar una transformación del régimen político y social, el progresismo no saca los pies del plato. Un ejemplo muy elocuente es el de Islandia, donde el Partido Verde de la primer ministra cogobierna el país en coalición con el partido conservador de centro-derecha, que se ha reservado para sí ministerios estratégicos. La centroderecha estuvo en el poder hasta 2017, cuyo gobierno estalló en medio de una gigantesca crisis política, cuando se revelaron actos de corrupción que comprometían al entonces primer ministro. El progresismo ha terminado salvando el sistema político y reconstruyendo la gobernabilidad a través de un pacto con los representantes tradicionales del neoliberalismo.

 

No se puede perder de vista la conducta de Varoufakis de la coalición Syriza, cuyo gobierno capituló ante los dictados de la Unión Europea y su memorándum de ajuste, violentando el mandato popular que rechazó las imposiciones que planteaba la troika. El dirigente griego hoy se arrepiente de esta postura y señala que lo correcto hubiera sido abandonar la UE. ¿Pero cuál sería la salida superadora? Recordemos que Varoufakis en el apogeo de Syriza señaló que la crisis capitalista “no era el mejor ambiente para políticas socialistas radicales. Apuntó que “no estamos preparados para superar el colapso del capitalismo europeo con un sistema socialista que funcione”.

 

El ex ministro de Syriza no ha abandonado esta premisa. El cambio que propone consiste en suplantar su antiguo europeísmo por una variante nacionalista con mayor intervención del Estado, pero siempre en el marco del orden social vigente. Pero el estatismo burgués no es más que una tentativa extrema de rescate del capital, que ha ido siempre acompañado de un ataque en regla contra los trabajadores. Por lo pronto, un retorno al dracma traería aparejado un severo golpe a los salarios, que quedarían nominados en la moneda local depreciada frente al euro, en tanto que las deudas seguirían fijadas en la divisa europea, haciendo todavía más gravosa la hipoteca que pesa sobre el país.

 

¿Poscapitalismo?

 

La Internacional Progresista habla de “postcapitalismo”, de modo de escabullir el bulto. Desterrada la perspectiva del socialismo que excluyen, la salida que se ofrece, aunque se lo pretenda disimular, no es otra que el viejo plato recalentado de la sociedad capitalista, la cual podría regenerarse, según su punto de vista, adaptando formas de mayor equidad social y de democracia política. Se trata de un capitalismo imaginario, pues el capitalismo real, no el que surge de sus cabezas, viene descargando el peso de sus crisis y bancarrota sobre las masas.

 

En oposición al neoliberalismo, la receta que proclaman los promotores de esta iniciativa sería una mayor intervención del Estado. Pero hacen la prevención de que “el tema es si el Estado se utiliza para rescatar al neoliberalismo o para llevar adelante una reforma”. Se presenta como si el Estado fuera una entidad en disputa, por encima de la organización social, cuando es un engranaje e instrumento central del régimen capitalista, que actúa bajo la tutela de la clase dirigente y constituye una maquinaria que oficia de correa de transmisión y vehículo de sus intereses.

 

Grupo Puebla 

 

La Internacional Progresista ha recibido el apoyo del Grupo Puebla, que reúne a los representantes más prominentes del progresismo latinoamericano. Pero no se puede soslayar el hecho de que estas fuerzas políticas han pasado por ser gobierno y conducido el destino de sus países durante décadas. El balance de esta experiencia revela su incapacidad para sacar al país del atraso, la dependencia y la opresión imperialista. Los gobiernos progresistas latinoamericanos han puesto en marcha importantes planes de asistencia social, lo cual ha representado un alivio para la población en una situación desesperante, pero esto está distante de constituir una transformación social. La estructura social se ha mantenido intacta. Hasta la propia ayuda social se fue recortando mientras se procedía a ajustes severos, que dieron pie a protestas y grandes movilizaciones populares.

 

El progresismo latinoamericano ha sido incapaz de enfrentar al neoliberalismo. Ha tratado de salvar su pellejo, adaptándose a las exigencias del capital internacional y aplicando él mismo los ajustes, pero eso no ha sido suficiente para evitar su caída. Dilma Rousseff y luego Evo Morales fueron destituidos por golpes cívico-eclesiástico-militares sin ofrecer resistencia ni convocar a la movilización popular.

El Grupo Puebla, en su corta existencia, ha demostrado sus límites para transformarse en una alternativa. Alberto Fernández, uno de los dos presidentes en ejercicio que integra dicho nucleamiento, permanece en el Grupo Lima, junto a sus pares derechistas de América Latina, que vienen conspirando activamente para tirar abajo a Nicolás Maduro. El gobierno argentino ha reconocido y dado las placas correspondientes al cuerpo diplomático nombrado por el gobierno golpista de Jeanine Añez. La política exterior de nuestro país ha estado subordinada al rescate de la deuda que se viene desarrollando en el marco de las negociaciones con los bonistas y el FMI, y que estaría en los umbrales de un arreglo.

 

Un dato distintivo del gobierno del mejicano López Obrador son las llamativas buenas migas con el autoritario Donald Trump. El presidente mejicano ha renovado el tratado de libre comercio a la medida de las exigencias de Estados Unidos y convirtió a su país en un estado tapón contra las caravanas migratorias que buscan un escape al hambre y a la pobreza que asolan el continente. El combate contra el narcotráfico ha sido utilizado como pantalla, una vez más, para reforzar el corrompido aparato militar y policial.

 

Conclusión 

 

La búsqueda de un punto de equilibrio entre al necesidades populares y el orden social capitalista se ha revelado infundada. Si hay algo que se ha demostrado carecer de “realismo” es la pretensión de revertir las tendencias a la polarización social que se han acentuado como nunca. No existe una estación intermedia entre el neoliberalismo y la revolución social. El tren de la historia, de mano del capitalismo, nos conduce hacia un escenario de barbarie: de guerras y estragos ecológicos, sanitarios, sociales sin precedentes. El tren de la historia sólo puede ir para adelante y abrir un nuevo horizonte para la humanidad de la mano de una salida liderada por los trabajadores.

 

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