Internacionales
29/9/1994|428
Invaden para rescatar a la dictadura
Seguir
La invasión programada por el gobierno norteamericano para restablecer la democracia en Haití, se convirtió en una ocupación militar “pacífica” de la isla efectuada en colaboración con la dictadura militar. Prensa Obrera es merecedora de reconocimiento por haber insistido en que la invasión era inminente, precisamente porque existía la posibilidad de que los militares haitianos concluyeran aceptando la exigencia de retirarse del gobierno que les formulara el imperialismo yanqui y la ONU. Dijimos repetidamente que la función de una ocupación militar sería, no restablecer la democracia, sino intentar evitar una desintegración del ejército y la guerra civil.
En efecto, lo fundamental de la ocupación norteamericana es que concurre a la protección militar del gobierno de Cedrás; le otorga a sus principales dirigentes un mes largo para abandonar las funciones de gobierno; les garantiza una amnistía por sus crímenes, calculados en cinco mil víctimas en el último año; no desarma a las fuerzas paramilitares; reconoce a las instituciones políticas creadas por la dictadura; no prevé el retorno del derrocado Arístide, y acepta que el mandato de éste concluye el próximo año, esto a pesar de que no tuvo posibilidad de ejercerlo.
Un elemento esencial para caracterizar a la ocupación militar norteamericana es el número de 20.000 efectivos que ha comprometido. Tamaña movilización hace prever que los norteamericanos tienen la intención de hacerse cargo de la dirección política del país; sólo en esas circunstancias admitirían un regreso de Arístide, en calidad de figura decorativa. El ex presidente y su movimiento, Lavalás, se tendrán que tomar el remedio que ellos mismos se medicaron cuando reclamaron la intervención “democrática” del imperialismo.
La ocupación militar tuvo lugar apenas Clinton logró armar el frente único mínimo indispensable para viabilizarla: el acuerdo con los opositores internos a la invasión, que fueron enviados a la negociación de último momento a Puerto Príncipe, y el acuerdo con Cuba sobre los balseros, que despejó el mar Caribe para el traslado de los invasores.
Mucho se ha discutido en Estados Unidos si una invasión de Haití correspondía a los intereses fundamentales del país, tal como los entiende su burguesía. Esto viene ocurriendo desde hace tres años, cuando se produjo la guerra del golfo Pérsico. Existe una deliberación política más general en el conjunto de la burguesía mundial, que va desde el rearme japonés hasta la intención de Alemania de formar un bloque colonial con los países de Europa central. Lo que está claro es que el Caribe asiste a una crisis descomunal, como consecuencia del fracaso de todos los tratados de libre comercio puestos en marcha hace cinco años, y que la crisis cubana se transforma en extremadamente peligrosa en un contexto de estas características. Lo que los opositores a la invasión han querido evitar es la exposición de las tropas norteamericanas a los violentos conflictos de clase que no dejarán de producirse en las próximas semanas y meses. El abismo entre la oligarquía haitiana y las masas nativas es demasiado brutal como para erigir sobre esa base siquiera un remedo de democracia. El imperialismo deberá encontrar la solución a su rompecabezas en el contexto caribeño y latinoamericano. La invasión a Haití expresa la irrefrenable tendencia del imperialismo yanqui a convertir a América Latina toda en un peón completamente sometido, al servicio de la lucha por doblegar a los imperialismos rivales, que están empezando a formular sus propias exigencias planetarias y militares.