Irak: asalto a la embajada yanqui en Bagdad

Crece la tensión entre Estados Unidos e Irán en Medio Oriente.

El ataque que cientos de manifestantes iraquíes protagonizaron contra la embajada estadounidense ubicada en la ciudad de Bagdad, ha vuelto a colocar de relieve la crisis latente en la región.


El asedio a la fortaleza norteamericana -símbolo de la incursión yanqui tras la invasión a Irak en 2003 que depuso a Saddam Hussein- duró hasta el miércoles bien entrada la tarde, generando destrozos en parte de las instalaciones y atizando el conflicto que envuelve a Estados Unidos, Irán y otros países de la región.


Los hechos comenzaron el pasado viernes cuando un ataque con cohetes a una base iraquí terminó con la vida de un “contratista” norteamericano. Si bien ningún grupo se adjudicó esta agresión, desde Washington responsabilizaron a las fuerzas de Hezbollah y ordenaron el bombardeo de cinco localizaciones de esa organización en Irak y Siria, dejando unos 25 muertos y más del doble de heridos.


El ataque a la embajada norteamericana se encuadra en una respuesta de las milicias chiítas proiraníes. Estas han logrado protagonizar un “día de furia” irrumpiendo en la Zona Verde, que representaba desde la invasión del 2003 hasta la fecha una zona de exclusión norteamericana con fuerte presencia militar. Luego realizaron un acampe que fue levantado por la tarde del miércoles, tras las indicaciones de los líderes de las organizaciones chiítas.


Rebeliones y crisis


Irak atraviesa por estos días una de sus mayores crisis políticas, mientras soporta a la vez las presiones del imperialismo norteamericano y del gobierno iraní. Adel Abdul Mahdi, el primer ministro, se encuentra “renunciado” tras la rebelión popular que se desató desde principios de octubre, cuya represión dejo más de 500 muertos y 19.000 heridos –y en donde las milicias chiítas jugaron un papel reaccionario, reprimiendo las movilizaciones. Aun así, continúa al frente del gobierno debido a que todavía no se ha alcanzado el consenso necesario para reemplazarlo en su cargo.



El gobierno de Mahdi daba cuenta tanto del acuerdo precario entre las dirigencias sectarias propio del régimen iraquí (conforme a la Constitución de 2005, el primer ministro debe ser chiíta –más del 60% de la población pertenece a esta rama del islam-, el presidente del parlamento sunita y el presidente kurdo), al tiempo que contó para su designación con el respaldo tanto de EE.UU. como de Irán. Cuando Trump ya venía de romper los acuerdos de Viena y de restablecer las sanciones económicas contra Irán -medida que endureció estos últimos meses-, la rebelión en Irak contra el conjunto del régimen y las dirigencias corruptas y la situación de aguda crisis social del país ha amenazado el statu quo en el país, aportando a que se termine de quebrar la tensa relación entre la administración Trump y la de su homónimo iraní Hasán Rouhaní. Es en este cuadro en el que se enmarca la acción de las milicias chíitas ante la embajada yanqui.


El gobierno iraní ha aprovechado estas escaramuzas para salirse por un momento de su propia crisis con las masas, explotando el ángulo de choque con el imperialismo yanqui. Hace menos de un mes tuvo que enfrentar masivas movilizaciones desatadas por el aumento en los precios del combustible, que llevaron al incendio de varios bancos, piquetes y distintos procesos huelguísticos.



Las primeras declaraciones del mandatario norteamericano fueron dirigidas a Teherán, para quienes manifestó: “Irán mató a un contratista estadounidense e hirió a muchos. Respondimos fuertemente y siempre lo haremos. Ahora Irán está organizando un ataque contra la embajada de Estados Unidos en Irak. Serán completamente responsables”. Acompañando su mensaje, Trump movilizó unos 120 marines asentados en Kuwait y resolvió el envío de un refuerzo de 750 soldados para la zona.


Y nuevas rebeliones


Una de las mayores preocupaciones del imperialismo norteamericano es que los choques por el control de la región amplifiquen las tendencias a la rebelión popular que se han expresado con fuerza en los últimos meses. El Líbano, Irak e Irán han sido conmocionados por procesos de movilización popular, donde el componente dominante ha sido el enfrentamiento contra gobiernos con predominancia del nacionalismo islámico en lugares, donde el imperialismo ha hecho estragos.


La bancarrota capitalista ha puesto en cuestión la sustentabilidad de los distintos regímenes haciendo de la nota de la etapa la enorme volatilidad política de los sucesivos gobiernos. La crisis en Medio Oriente, a la par que recrudece las pujas entre el nacionalismo islámico y el imperialismo, actúa como un factor de impulso de la irrupción popular de las masas. Es el camino a transitar para que se desarrolle una alternativa política de la clase obrera en la región, que luche por barrer al imperialismo y avanzar en el camino de un gobierno propio.