Japón: nuevo gobierno, profundización de la crisis y de las tendencias bélicas

El trasfondo de la renuncia de Shinzo Abe.

El agravamiento de la colitis ulcerosa que Shinzo Abe, primer ministro de Japón desde el 2012 al 2020, arrastra desde hace años, fue el disparador de la renuncia a su cargo. Si bien en la prensa internacional no existieron dudas acerca del diagnóstico médico que motivó la salida de Abe, oficializada el día 16 de septiembre, ese empeoramiento en su salud constituye toda una metonimia respecto de la situación de su gobierno y de la del país. Abe se retira cuando el apoyo a su gobierno se redujo a tan solo un 32% en los sondeos de opinión pública y en el marco de la peor crisis económica que el país nipón atravesara desde 1955. Sin embargo, el nuevo primer ministro, Yoshihide Suga, se ha comprometido a continuar con las líneas generales establecidas por su predecesor.

“Abenomics”: retrato de un fracaso

La asunción de Abe en 2012 generó importantes expectativas en el mundo de los negocios y en la población de su país en general ya que su paquete de estrategias económicas, conocido como “Abenomics”, fue anunciado como la forma, largamente esperada, mediante la cual Japón saldría del letargo por el que atravesaba su economía. Desde finales de la década de 1980, cuando incluso no se descartaba la idea de que en un futuro cercano Japón desplazaría a los Estados Unidos como principal potencia económica, la economía del país del sol naciente se caracteriza por un estancamiento en el crecimiento de su PBI (que año tras año se ubica entre los que menos crecen de entre los países ‘desarrollados’), de la población, de la productividad del trabajo y de la tasa de ganancia empresarial.

Con lo que el objetivo de Abe era revertir estas tendencias y asegurar el lugar de Japón como la tercera economía mundial. La “Abeconomía” fue caracterizada como una combinación de medidas keynesianas y neoliberales, haciendo alusión en el primer caso a una política de estímulo mediante la ampliación de la base monetaria y el gasto y, en relación a la segunda denominación, a la aplicación de reformas estructurales anti obreras. Así, al día de la fecha, Japón ostenta la mayor deuda pública del mundo en relación a su PBI, orillando una ratio del 240%.

Detrás de una cifra de bajo desempleo (2,5%), se esconde una realidad crítica para la clase obrera, acicateada por las reformas consistentes en una desregularización del mercado laboral y en una reducción de las cargas sociales que debían pagar las patronales. Entre los trabajadores conviven realidades diversas, por un lado, un tercio de la masa laboral se encuentra subempleada, especialmente las mujeres y las personas mayores que deben recurrir a los trabajos más precarios y con los peores salarios. Por el otro, la mayoría de la clase obrera trabaja 70 o más horas por semana, encontrándose entre las que más tiempo a nivel internacional debe dedicarle a su empleo. Sin embargo, el poder adquisitivo de los salarios está en caída, así, los trabajadores deben trabajar en la actualidad un 11% más de tiempo para obtener una retribución similar a la que percibían hace veinte años (Michael Roberts en Sinpermiso.info, 8/9)

A pesar de esta furiosa política anti obrera, la economía japonesa cerró el 2019 con una recesión, que se profundizó con la pandemia con una caída interanual del 27,8%. La tasa de inversión empresaria se encuentra en el 24,2%, un nivel menor al existente en el periodo previo al estallido de la crisis en 2008 y la tasa de ganancia se redujo en un 20% entre 2008 y 2020 (Roberts, ídem). De conjunto, estamos ante un completo fracaso en la tentativa de revitalizar a una de las principales economías del globo en el marco de la crisis capitalista mundial. Los trabajadores deben tomar nota de estos resultados, en la medida en la cual la combinación del rescate estatal a la burguesía en quiebra junto con la aplicación de reformas ajustadoras aparece como una de las principales estrategias con las que la clase capitalista pretende afrontar esta etapa de la crisis en todo el mundo.

Los choques políticos y el resurgimiento del belicismo

La asunción de Yoshihide Suga está marcada no solo por el derrumbe económico sino también por los choques políticos que se dan en la región, que tienen su origen en la crisis capitalista y la guerra comercial adyacente. En el propio Japón, la elección del nuevo primer ministro, quien oficiara previamente como jefe de gabinete con un perfil marcadamente técnico, reflejó el impasse por el que atraviesa la dirigencia política nipona. Suga no proviene de ninguna de las fracciones del oficialista y conservador Partido Democrático Liberal (PDL), el cual domina de manera casi ininterrumpida el país desde hace décadas, apareciendo como un candidato de compromiso entre las mismas para asegurar un cambio para que nada cambie, lo que, habida cuenta el panorama descripto augura una profundización de la crisis en el corto plazo.

A nivel internacional Japón se encuentra en una encrucijada entre varios frentes. Al mismo tiempo que es uno de los principales aliados políticos y militares de Estados Unidos en la región como parte de la ofensiva contra China, el país tiene en su gigante vecino a su principal socio comercial, con lo que una profundización de los choques políticos entre EEUU y China podría afectar severamente a la economía japonesa. A la vez, en el último periodo se han intensificado los enfrentamientos diplomáticos entre Japón y Corea del Sur, que tienen su origen en la exigencia por parte de los surcoreanos de que Japón realice un resarcimiento a las miles de personas esclavizadas sexual y laboralmente por el imperialismo japonés mientras duró la ocupación de la península coreana (1910 – 1945). Esta disputa se suma a la guerra comercial, dado que ya existen amenazas de restricciones en el comercio entre ambos países de no arribar a un acuerdo.

A estos conflictos deben sumárseles otros que hacen que el extremo oriente sea uno de los principales focos de las tendencias bélicas internacionales, como las reiteradas crisis alrededor de Corea del Norte, la continuidad del enfrentamiento entre Taiwán y China, o la disputa a varias bandas sobre el mar de China Meridional. Japón sostiene también un litigio territorial con Rusia por las islas Kuriles. En este contexto, Suga se comprometió a avanzar en la reforma del artículo 9 de la Constitución, vigente desde el fin de la segunda guerra mundial, que les impide a las fuerzas armadas japonesas cualquier tipo de intervención en el extranjero. Con esta reforma, Japón se alista para la posibilidad de que los choques económicos y políticos den un salto hacia un escenario de guerras.

Los trabajadores deben intervenir

La continuidad respecto de Abe que representa Suga solo tiene para ofrecer nuevos ataques a los trabajadores y una profundización de la tendencia a la guerra. La clase obrera le debe oponer una salida política propia.