Joe Biden, un defensor de la guerra imperialista

La trayectoria del presidente norteamericano.

Joe Biden

La calamitosa presidencia de Donald Trump ha oscurecido hasta cierto punto la trayectoria del nuevo presidente norteamericano. ¿Quién es Joe Biden?

Biden es, antes que nada, un hombre de la “partidocracia” norteamericana. Fue senador de Delaware por el Partido Demócrata entre 1973 y 2009, es decir, por más de 30 años consecutivos. El elogio que recibe por su capacidad de buscar consensos es un embellecimiento de la rosca política entre los dos grandes partidos estadounidenses.

En su paso por el Senado, Biden fue durante mucho tiempo el presidente de la comisión de relaciones exteriores. Desde allí, convalidó los bombardeos de la Otan en la ex Yugoslavia, la invasión de Afganistán y la invasión de Irak en 2003, parte de la infame “guerra contra el terrorismo” que incluyó la instalación de centros de detención y tortura como Guantánamo, Abu Ghraib o Bagram. Más atrás en el tiempo, en 1982, apoyó al Reino Unido en la guerra de Malvinas señalando en una entrevista televisiva que “es claro que el agresor es Argentina y es claro que Inglaterra tiene razón, y debería ser claro para todo el mundo a quién apoya Estados Unidos”.

También fue presidente de la comisión de justicia del Senado. Desde allí, en 1994, impulsó una ley de endurecimiento de penas que provocó un salto extraordinario en las detenciones de negros y migrantes.

Biden probó suerte como precandidato presidencial en 1988, pero no tuvo éxito. Volvió a intentarlo en 2008, pero abandonó tras las primarias del Partido Demócrata de Iowa. Barack Obama, el ganador de aquella interna demócrata, lo sumó como candidato a vicepresidente.

Joe fue el vice de una gestión que se encargó de transferir la factura de la crisis de 2008 sobre las masas, mientras rescataba al capital, y cuyo presidente fue calificado -para envidia de Donald Trump- como “deportador en jefe” debido a las millones de expulsiones de migrantes. Ese gobierno participó de la invasión contra Libia, que condujo a la desintegración del país y a la actual guerra civil.

En simultáneo con la carrera política de Joe, el clan Biden fue desarrollando negocios, algunos de los cuales se mezclan con la Argentina. James, hermano del nuevo presidente, asumió la titularidad de un fondo de cobertura llamado Paradigm Global Advisors. “Ese fondo sirvió para que los Biden amasaran -o intentaran amasar- fortunas. Por ejemplo, al ofrecer sus supuestas influencias a tenedores de la deuda soberana argentina, como el fondo de inversión Gramercy”, informa el periodista Hugo Alconada Mon en La Nación (8/11). James también trabajó junto a José Luis Manzano -empresario y funcionario menemista- en el auxilio de dos empresas locales endeudadas. Algunos de los socios del clan Biden aparecen involucrados en fraudes multimillonarios y uno de ellos en el soborno de un juez (ídem).

En el caso de Hunter, hijo del mandatario, obtuvo un cargo en la dirección de una empresa energética ucraniana (Burisma) desde el que hizo negocios multimillonarios mientras su padre era vicepresidente. Fue designado poco después de que éste ofreciera ayuda para que el país europeo incrementara su producción de gas natural. Los republicanos hicieron una campaña política, denunciando el aprovechamiento de la posición de poder para fines personales. Trump sostuvo una conversación que se hizo pública en que reclamaba insistentemente al presidente ucraniano Volodímir Zelensky que investigara a Hunter, motivo por el cual los demócratas iniciaron el fallido impeachment contra Trump por abuso de poder.

Bien mirado, lo que tiene en común el comportamiento de los Biden y Trump respecto a Ucrania es el modo imperialista de relacionarse con este país. Unos, con el desarrollo de negocios ligados a la restauración capitalista en el este europeo (el propietario de Burisma es un connotado oligarca). El otro, por medio del apriete liso y llano y la injerencia en asuntos internos de ese país.

Biden llega a la presidencia con un fuerte respaldo de Wall Street y será un continuador de la política imperialista que caracteriza a los Estados Unidos, lo que vuelve infundada cualquier expectativa en una mejora de las condiciones de vida del pueblo norteamericano o en una situación más favorable para América Latina.