Kirguistán o la descomposición de Rusia


Una “rebelión popular” respaldada por la Embajada norteamericana produjo la caída del presidente de Kirguistán, Askar Akayev. Las instituciones parecieron disolverse en el aire: ni la Policía ni el Ejército realizaron el mínimo esfuerzo por defenderlo, y el Parlamento designó al líder de la oposición como primer ministro. Con importantes yacimientos de gas, oro y uranio, la importancia de Kirguistán radica, principalmente, en que se encuentra en la ruta del petróleo del Mar Caspio a China y en la del opio de Afganistán a Europa.


 


Como antes en Georgia y en Ucrania, las ONG financiadas por el capital imperialista jugaron un papel decisivo. También, como en Georgia y en Ucrania antes, los “opositores” surgieron de las propias entrañas del régimen. Esto deja en claro que la mentada “revolución” no es tal: un clan burocrático (ligado a Estados Unidos) ha desplazado a otro (ligado a Moscú). Aunque con distintas caras y aliados, la misma capa social, saqueadora y parasitaria, sigue en el poder.


 


Akayev había llegado al poder antes de la disolución de la URSS y llevó adelante un vasto programa de privatizaciones que puso en manos de las camarillas aliadas los principales recursos del país. Kirguistán fue la primera república ex soviética en ser aceptada en la Organización Mundial de Comercio. Los “opositores” también fueron parte del “festín”.


 


Pero la población trabajadora fue condenada al hambre: más del 50% de los kirguizes vive por debajo de la línea de miseria, especialmente en el sur, donde se originó la rebelión. En esa región, las “reformas de mercado” provocaron el cierre de decenas de plantas y un desempleo creciente. Las mafias del tráfico de opio, cuya producción se multiplicó en la vecina Afganistán después de la caída de los talibanes (y bajo el “cuidado” de las tropas de ocupación norteamericanas), pasaron a dominar el sur de Kirguistán y se convirtieron en los principales “empleadores” de la empobrecida población.


 


Akayev permitió el establecimiento de bases y soldados norteamericanos en su territorio, con la excusa de la “guerra contra el terrorismo”. Hoy, Kirguistán tiene bases militares norteamericanas y rusas.


 


Descomposición


 


“El embajador de EE.UU., Stephen Young, virtualmente celebró el levantamiento. ‘EE.UU. está orgulloso de tener un rol de apoyo’ a la oposición, festejó” (Clarín, 25/3). Pero, a diferencia de Georgia y Ucrania, Putin no hizo ningún esfuerzo para defender a Akayev. Sergei Markov, director del Instituto de Investigaciones Políticas de Moscú, afirma que la caída de Akayev es “un golpe colosal para Rusia (porque) demuestra su incapacidad para defender a sus aliados” (Corriere della Sera, 25/3).


 


El investigador atribuye la rebelión a “la impotencia política de la clase dirigente rusa”. Es que Rusia pretendió jugar un papel dominante en los regímenes nacidos de la disolución de la URSS.


 


La propia Rusia, como Estado nacional, se encuentra en un proceso de descomposición, una consecuencia necesaria del proceso de la restauración capitalista. Los distintos componentes de su economía se encuentran bajo la presión desintegradora del mercado mundial. Putin ha intentado superar la descomposición del Estado ruso por vías administrativas: designando directamente a los gobernadores provinciales, redistribuyendo la propiedad en favor de los grupos “amigos” y, sobre todo, desarrollando una guerra genocida en Chechenia. Los gobernantes de las ex repúblicas soviéticas no tienen esos recursos y Rusia carece de los “atractivos” y la fuerza económica y política para convertirse en el “centro” de esta “periferia”. Ya han comenzado las especulaciones acerca de cuáles serán las siguientes piezas del “dominó”: ya se menciona a Bielorrusia, Kazajistán y Armenia. Las dos primeras, por su ubicación y sus recursos, son importantísimas posiciones estratégicas para Moscú.