Internacionales

18/11/2020

PANORAMA MUNDIAL

Kissinger advierte sobre el peligro de una situación similar a la I Guerra Mundial

La llegada de Biden y las tensiones EE.UU.-China.

Henry Kissinger es una de las voces más autorizadas en lo que se refiere a la política exterior norteamericana. Recordemos que en su condición de secretario de Estado de Richard Nixon, fue en su momento el artífice del acercamiento entre Estados y China, lo que abrió paso a la integración del gigante asiático al proceso de acumulación capitalista mundial.

Su pronóstico apocalíptico acerca de una situación similar a la de la Primera Guerra Mundial, a raíz de las tensiones entre Estados Unidos y China, fue ratificado apenas un mes atrás, cuando estábamos en la recta final de la campaña presidencial de EE.UU., al advertir que “si se permite que el conflicto se desarrolle sin restricciones, el resultado podría ser aún peor de lo que fue en Europa. La Primera Guerra Mundial estalló debido a una crisis relativamente menor…, y hoy las armas son más poderosas” (HispanTV, 8/10).

John Mearsheimer, otro de los analistas internacionales más reconocidos junto con el ex secretario de Estado, advierte también sobre ese riesgo: “es una posibilidad real. No creo que sea inevitable. Hay que recordar que Estados Unidos y la Unión Soviética tuvieron una intensa competición de seguridad durante 45 años en la Guerra Fría. Y estuvieron cerca de enfrentarse en la crisis de los misiles cubanos. Pero nunca hubo una guerra caliente en la que estuvieran directamente involucrados. Hubo guerras a través de proxies (…) Pero es posible que haya un conflicto armado, mucho más entre EE.UU. y China que entre EE.UU. y la URSS en la Guerra Fría” (ídem).

Mearsheimer no descarta un guerra limitada. “Si partimos de los puntos más elevados de fricción son el Mar del Sur de China, el Mar de China Oriental, Taiwán, y la península coreana. Allí es más fácil imaginar una guerra limitada entre China y Estados Unidos. No me sorprendería si se involucraran en un conflicto armado en algún momento del año que viene. No digo que sea probable que suceda, digo que es un escenario posible, porque implicaría una guerra en el agua que no llevaría a una escalada automática”.

Ambos analistas coinciden que bajo Joe Biden no se va a alterar la política de confrontación estadounidense con China. Mearsheimer llama la atención que, en realidad, la escalada yanqui no arrancó con Trump sino en 2011 cuando Barack Obama era presidente y Hillary Clinton secretaria de Estado. Los demócratas consideran a China como una amenaza seria que debe ser contenida.

El militarismo y la guerra comercial obedecen a una tendencia de fondo y responde a un interés común de la clase capitalista norteamericana.

La política exterior de Biden

La llegada de Biden al gobierno ha reavivado la deliberación interna de la burguesía sobre la hoja de ruta a seguir.

Los cuatro años de Trump indican un fracaso, de un modo general, del objetivo del por devolver a EE.UU. la vitalidad y el liderazgo perdido, sintetizada en la premisa de “America first”. La intensificación de la guerra comercial no redundó en el crecimiento de la participación de EE.UU. en la economía y comercio mundial. La escaldada diplomática y militar con Corea del Norte no logró hacer retroceder al régimen norcoreano en su plan nuclear. EE.UU. tampoco pudo reconquistar una hegemonía en Medio Oriente. Tanto Rusia como Irán siguen manteniendo un protagonismo en la región. Un alineamiento mayor con Arabia Saudita e Israel, apostando a que jueguen un papel más determinante en Medio Oriente, no pudo compensar la pérdida de presencia con el retiro de sus tropas de Siria y su aislamiento en Irak, con el retiro de tropas aliadas europeas y el pedido del parlamento de ese país de que EE.UU. retire sus bases. No ha logrado avances significativos en la política de colonización económica y restauración capitalista en Rusia y China. Por el contrario, la escalda comercial terminó convirtiéndose en un bumerán, y convirtiéndose en un factor de fractura y división interna de la burguesía norteamericana.

Su política en Latinoamérica tampoco ha tenido avances. No lograron consumar el golpe en Venezuela a partir de la promoción internacional de Juan Guaidó y en Bolivia, el golpe consumado a fines de 2019 con apoyo de Bolsonaro y de la Casa Blanca no pudo consolidarse y tuvo que convocar elecciones, en las cuales fueron derrotados.

La agenda que empieza a discutirse apunta a revertir esta situación. Una de las apuestas es tratar de recauchutar una alianza con sus socios europeos y revitalizar la Otan, seriamente deteriorada bajo el gobierno de Trump. “Estados Unidos básicamente tiene que formar una coalición balanceadora para contener a China, muy parecida a lo que hizo en la Guerra Fría para contener a la Unión Soviética. Necesita una alianza militar en Asia similar a la Otan para contener el ascenso de China. La administración de Donald Trump hizo un trabajo pésimo al tratar que nuestros aliados se integrasen en una formidable alianza militar” (ídem).

De todos modos, es muy difícil restablecer un equilibrio en momentos en que avanza la depresión y por lo tanto la competencia entre los estados y las corporaciones por la sobrevivencia, lo cual solamente puede abrirse paso a expensas de sus rivales, trasladándole los costos de la crisis. Es una ilusión infundada restablecer un status anterior -una normalización, como la que proclama la administración demócrata entrante- en medio de un mundo convulsionado y la evolución que ha tenido la bancarrota capitalista.

En cuanto a Rusia, la política de Biden de retomar confrontaciones en los puntos de cruce de intereses entre ambos (Libia, Venezuela, Siria) podría forzar a Moscú a un alineamiento más decidido hacia China.

Nuevo bloque comercial y el desafío norteamericano

La segunda cuestión que está en debate es dar pasos más determinantes para neutralizar la incursión y desarrollo de China en las tecnologías más sofisticadas, en particular en Inteligencia Artificial, y 5G, lo cual implicaría que bajo Biden, marchamos a una política más agresiva.

Acaba de conformarse, bajo la égida de China, el mayor bloque comercial a escala global. El acuerdo, que lleva el nombre de RCEP (siglas en inglés de Regional Comprehensive Economic Partnership, Alianza Integradora Económica Regional), será mayor que el de T-MEC (Estados Unidos, México y Canadá) y que la Unión Europea. Incluye a los diez miembros de la Asociación de Países del Sudeste Asiático (Asean) además de China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Entre todos los miembros suman casi un tercio de la población mundial y el 29% del Producto Interno Bruto del planeta.

El RCEP eliminará aranceles a las importaciones por los próximos 20 años e incluye provisiones respecto a propiedad intelectual, telecomunicaciones, servicios financieros, comercio electrónico y servicios profesionales. El RCEP fue concebido por China como una forma de contrarrestar la influencia que Estados Unidos estaba tomando en Asia-Pacífico bajo el gobierno de Barack Obama. El mismo había promovido el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (Trans-Pacific Partnership o TPP), del que formaban parte México, Chile y Perú, y no China. Trump, una vez asumida la presidencia, se retiró del TPP, haciendo que entre en agonía. Ahora se invierten los papeles y EE.UU. es el que ha quedado excluido, lo cual constituye un golpe a Washington.

Todavía no está claro cuál va ser la política de Biden, aunque ya hay voces que descartan que se vuelva a relanzar el TPP. El presidente entrante choca con tendencias existentes en sindicatos y sectores que respaldaron la elección de Biden y que están presentes en su equipo de transición que han expresado su recelo sobre los acuerdos de libre comercio. Entre esas tendencias proteccionistas figuran industrias vulnerables como el acero y el aluminio.

Crisis política y rebelión popular

Pero, además, no se nos puede escapar que la capacidad del gobierno demócrata para implementar esta ofensiva está condicionada por la crisis política interna, que ha pegado un nuevo salto con el conflicto que estalló en el desarrollo de las elecciones y el cuestionamiento de Trump de los resultados. La política exterior –como suele decirse- es una prolongación de la política interna. Desde un punto de vista general, la derrota de Trump revela el fracaso de una tentativa bonapartista por forjar un régimen fuerte de poder personal, que permita pilotear la crisis dictada por la decadencia histórica de Estados Unidos y el impacto de la bancarrota capitalista en desarrollo.

El revés del magnate constituye un golpe a los esfuerzos del imperialismo por apuntalar su lugar de gendarme mundial. Es necesario, por otra parte, tener presente que la rebelión popular norteamericana ha estremecido los cimientos del sistema político norteamericano, sus partidos y sus instituciones y ha abierto un nuevo escenario internacional. No sólo ha terminado por acelerar el derrumbe de Trump, que ya andaba a los tumbos, sino que está llamada a condicionar la gestión de su sucesor.

Estamos frente a un escenario contradictorio: la guerra comercial y las tendencias a la guerra misma, obedecen a una necesidad estratégica pero van a tener que pasar por la prueba y el filtro de la lucha de clases dentro de las fronteras de EE.UU. y a escala internacional.

Las depresiones anteriores condujeron a la Primera y Segunda Guerra Mundial, pero también a crisis y levantamientos revolucionarios. La guerra no es un accidente, al igual que la revolución, son dos manifestaciones extremas del estallido de las contradicciones irreprimibles e insuperables del orden social vigente.