La absolución de Mubarak


Con una plaza Tahrir rodeada de tanques, la Justicia egipcia ha absuelto a Mubarak, el dictador egipcio depuesto por el levantamiento de la “primavera árabe”. El mismo día se daba a conocer la sentencia a pena de muerte a 188 manifestantes acusados de matar a 13 policías durante una pueblada en las afueras del Cairo, contra la comisaría local. Estos juicios masivos, sin pruebas ni testigos y en muchos casos con los mismos imputados ausentes, son moneda corriente de un régimen dispuesto a exterminar a la oposición. La absolución de todo el grupo, y principalmente la de Mubarak -símbolo máximo de la contrarrevolución-, busca poner un punto final al PROCESO revolucionario iniciado por las masas hace tres años.


La política represiva de Al Sisi busca consumar el ajuste que reclaman el imperialismo y las monarquías del Golfo. Los recortes multimillonarios a los subsidios alimenticios y energéticos implicaron un duro golpe al bolsillo de los trabajadores, con aumentos de hasta el 175% en el precio del gas y del 70% en el diesel y la nafta. Los salarios son la variable de ajuste. En marzo hubo huelgas que involucraron unos 100.000 trabajadores de correos, conductores, empleados del gobierno, trabajadores de la limpieza y profesionales médicos motorizados por un aumento del salario mínimo (Al Manar, 19/3), que paralizaron el país durante tres semanas, pero no lograron detener el avance sobre las condiciones de vida. Sin embargo, el ajuste recién ha dado sus primeros pasos: el imperialismo reclama una liberalización completa de la economía y la privatización total de los sectores que siguen en manos del Estado, cuyo paradigma es el Canal de Suez. Pero con cautela. Conciente de la explosividad de la situación social, el Banco Mundial aconseja que “la quita de subsidios debe ir acompañada de una expansión de la red de seguridad para la pobreza… para evitar la inestabilidad” (Bloomberg, 9/12). El país africano cuenta con 24 millones de pobres (26%).


Por todo esto, Al Sisi ha aprobado por decreto la restauración de la justicia militar a todo acusado de atacar o sabotear el funcionamiento de los servicios públicos, transporte, instalaciones petroleras y energéticas. En las universidades también se avanzó con la represión; éstas se encuentran fuertemente militarizadas.


 


Perspectivas


Las protestas contra la absolución de Mubarak han sido motorizadas principalmente por un movimiento estudiantil que engloba sectores islamistas moderados, sectores laicos y hasta de izquierda. Inicialmente, el progresismo apoyó el golpe militar en nombre de que había que desalojar, como fuere, al régimen de los Hermanos Musulmanes del poder. Ahora, estamos asistiendo a un giro. Tamarod, la organización juvenil que lideró el segundo levantamiento egipcio, empieza a ser repudiada por los estudiantes por el respaldo que le sigue dando a Al Sisi. Pero el hecho de que “no haya sacado los pies del plato” no ha impedido que el gobierno le revocara la petición para conformar un partido que participe de las próximas elecciones parlamentarias. Los militares quieren asegurarse un control monolítico de la estructura de gobierno.


Mientras tanto, el movimiento obrero egipcio desarrolla luchas de carácter parcial, pero extremadamente importantes, como la de los trabajadores de la salud pública de Alejandría o la de los trabajadores metalúrgicos de la histórica acería de Helwan (que engloba más de 11 mil empleados que reclaman la reinstalación de activistas despedidos, el pago de un bono para sus trabajadores y denuncian el vaciamiento con vistas a la privatización), y que expresan reservas de lucha, que, se harán sentir en la próxima etapa frente a un ajuste que recién ha comenzado. Se apresuran en cantar victoria aquéllos que señalan a la absolución de Mubarak como el golpe final a la primavera egipcia.