La actualidad del movimiento obrero norteamericano

La injerencia de Biden, la "gran renuncia" y las tasas de sindicalización

Enfermeras de Minnesota en lucha

El gobierno de Joe Biden intervino esta semana para evitar una huelga ferroviaria en demanda de mejores salarios. En medio de una negociación colectiva que no avanzaba, algunos de los doce sindicatos del sector -con ingresos congelados desde tres años atrás- habían planteado la posibilidad de una medida de fuerza que iba a tener gran impacto tanto en el transporte de carga como de pasajeros. Pero el presidente incidió personalmente para imponer un aumento del 24% en el período 2020-2024. Nancy Pelosi, la titular de la Cámara de Representantes, había amenazado a su vez con laudar desde el Congreso entre las patronales y los sindicatos.

La injerencia oficial muestra la preocupación del gobierno por la conflictividad obrera. Por estos días se desarrolla otra negociación clave, la de los portuarios, centro neurálgico de las importaciones. En las escuelas públicas de Seattle, los docentes culminaron 37 días de huelga que se cerraron con el compromiso de mejoras educativas y un 13% de incremento para los próximos cuatro años (The National Desk, 15/9), lo que sabe a poco a la luz de la elevada inflación. En tanto, 15 mil enfermeras del estado de Minnesota hicieron esta semana un paro de 72 horas, con piquetes, en demanda de un 30% de aumento para los próximos tres años. La patronal oferta un 12% y contrató personal de reemplazo durante la medida. El sector de salud, que cumplió un rol heroico en los momentos más crudos de la pandemia, sigue siendo vapuleado y superexplotado. Vale señalar que las jornadas de trabajo en el área se extienden a 12 horas diarias (CBS Minnesota, 13/9).

La precarización de las condiciones laborales es una de las razones que está detrás de lo que se ha dado en llamar “la gran renuncia”, un proceso de deserción masiva en los lugares de trabajo que comenzó desde la irrupción del Covid-19. La fuerza laboral ha decaído un punto por debajo de febrero de 2020, según la Oficina de Estadísticas Laborales (BBC News, reproducido por La Nación.com, 15/9).

Los bajos salarios, la falta de estabilidad y de respeto aparecen como los motivos más señalados por los renunciantes. Las bajas se concentran en los sectores más expuestos al Covid, de menores sueldos y de mayor rotación laboral.

La situación ha despertado la alarma de las patronales, que en muchos casos tienen dificultades para hallar mano de obra. La jubilación de los “baby boomers” y la reducción de la migración (tanto por la pandemia como por las políticas represivas) también contribuyen a este cuadro.

Las empresas están recurriendo a tácticas de incentivo como el pago de las entrevistas laborales y los bonos de contratación. Amazon ofrece uno de 1.000 dólares para almacenes y transporte, y los hoteles Hilton uno de 500. Nada de esto, claro, vuelve atractivos los empleos.

En los últimos años se ha desarrollado un proceso de organización en los sectores más explotados de la clase trabajadora. El primer semestre de 2021 arroja -según la Oficina de Estadísticas Laborales- un 57% de aumento en la petición de elecciones sindicales.

Los casos más notables son los de Amazon y Starbucks, que han logrado poner en pie sus primeros sindicatos, a pesar de la despiadada campaña patronal en contrario. Ya son más de 100 las tiendas cafeteras sindicalizadas, en tanto que una de las plantas más importantes de la compañía tecnológica en Nueva York siguió el mismo camino.

No obstante, la sindicalización en Estados Unidos sigue siendo baja y desigual. Apenas alrededor del 10% de la fuerza laboral está afiliada a alguna organización. En el sector público, la cifra trepa al 34,8% (con un importante nivel en el sector educativo y el de seguridad), y en el privado decae al 6,3% (con pisos de tan solo el 4% en la ganadería).

A nivel regional también existen disparidades. En estados como Nueva York y Hawai el promedio de afiliación es del 20%. Los estados de la costa oeste también están por encima del promedio. En California, por ejemplo, es del 16%. En cambio, en lugares como Utah, Texas y Arkansas es solo del 4% (los datos son de El Orden Mundial, 11/9). Las leyes que en algunos estados limitan la organización sindical ayudan a explicar, en parte, estas diferencias.

En las últimas décadas, las reconversiones tecnológicas, los ataques de gobiernos y patronales, y el desprestigio de la burocracia sindical han tenido su impacto tanto en la tasa de sindicalización como en el tamaño de la fuerza laboral. En los ferrocarriles, aludidos al comienzo de esta nota, se recortó un 30% de la fuerza de trabajo en los últimos seis años, a la par que las compañías hacían fabulosas ganancias. Si se observa la situación en perspectiva, de 600.000 trabajadores en los años ’70, los trenes bajaron a 150 mil empleados en la actualidad (Reuters, 15/9).

Las luchas de estos meses indican una recomposición del movimiento obrero norteamericano, que se da en simultáneo con la ola de huelgas en el Reino Unido y otros procesos huelguísticos importantes en el viejo continente.

El supuesto apoyo de Biden al movimiento obrero es la coartada que usó el dirigente de la CGT, Pablo Moyano, para justificar su reunión -junto a otros jerarcas sindicales- del mes pasado con el embajador estadounidense, Marc Stanley -estos días también hubo un encuentro del diplomático con los dirigentes de la CTA, Hugo Yasky y Roberto Baradel. El líder de la Casa Blanca se presenta a sí mismo como el presidente más “prosindical” de la historia, pero lo que busca en realidad es la colaboración de la burocracia de la AFL-CIO para contener la lucha de los trabajadores, en un período de alta inflación y descontento. La conducción de la central sindical yanqui lo invitó como orador destacado a su convención del mes de agosto.

La clase trabajadora necesita una independencia política de los gobiernos de turno para abrirse camino.