La burocracia de la AFL-CIO apoya la reelección de Clinton

La dirección de la AFL-CIO, la central sindical norteamericana, está metida a fondo en la campaña por la reelección de Clinton. Uno de los sus principales argumentos, que esgrime a favor de esta política, es que el gobierno aumentó el salario mínimo horario de 4,25 a 4,75 dólares por hora (a partir del próximo 1º de octubre) y a 5,15 dólares (a partir del 1º de setiembre de 1997).


Pero para poder presentar a un ‘presidente comprometido con los humildes’, los dirigentes de la AFL-CIO han debido ‘pasar por alto’ varias cosas.


Primero: que el salario mínimo estaba congelado desde 1989, es decir, que Clinton no lo aumentó en los tres años y medio de su mandato. Segundo: que en los propios cálculos oficiales se considera que un ingreso horario inferior a los 7,28 dólares (para una familia de cuatro) está por debajo del nivel de pobreza. Tercero: que el aumento no rige para una amplia franja de trabajadores –como las camareras y los choferes de taxi– y para los menores de 20 años, que cobran salarios de ‘aprendices’. Cuarto: que la misma ley que aumenta el salario mínimo, establece exenciones impositivas para los grandes capitalistas por 21.000 millones de dólares. Quinto: que el aumento del salario mínimo está más que ‘compensado’ por el recorte de la seguridad social, lo que perjudica principalmente a los trabajadores que cobran el salario mínimo.


Bajo Clinton se aceleró el retroceso salarial iniciado bajo Reagan-Bush. En 1995, el ingreso horario promedio de los asalariados cayó un 3%; entre 1990 y 1996, el ingreso horario promedio de los trabajadores masculinos retrocedió un 6,7%, ¡el mismo porcentaje que en toda la década del 80! 


Como consecuencia de esta política, “el aumento en los beneficios del capital de las grandes corporaciones, que muestra la tasa de ganancias más alta de los últimos 30 años, fue mucho más el resultado de cargas salariales relativamente menores que de mejoras en la productividad o de mayores inversiones” (Financial Times, 2/9). ¡Salta a la vista por qué Clinton es el candidato de Wall Sreet!


El Partido de los Trabajadores


El apoyo a la reelección del hombre que ha engordado los beneficios patronales a costa de reducir los salarios caracteriza a la burocracia sindical norteamericana, y destaca las enormes limitaciones de la fracción (minoritaria) que ha formado el Partido de los Trabajadores. En su convención fundacional (ver Prensa Obrera, números 507, 508 y 509), el PT resolvió permitir a cada uno de sus miembros votar –y hacer campaña– por candidatos de otros partidos. A partir de allí, todos los sindicatos que integran el Partido de los Trabajadores se han sumado a la campaña por la reelección de Clinton, aunque no la haga el PT como tal.


La política de esta fracción de la burocracia ha sido explicada por John Sturdevant, presidente de la Federación de Empleados del Gobierno y uno de los dos miembros de la Ejecutiva de la AFL-CIO, afiliado al Partido de los Trabajadores, en los siguientes términos: “la fundación del Partido de los Trabajadores no tiene por objeto crear una alternativa al sistema bipartidista, sino presionar al partido demócrata. Esta organización podría jugar un papel en el movimiento sindical, una suerte de contrapeso del Consejo de Dirección demócrata, que está volcado hacia la derecha” (International Workers Bulletin, 26/8).


Esta política no tiene ninguna posibilidad. En los cuatro años (en particular los dos primeros, en que los demócratas, además, dominaban el Congreso), el numeroso y financieramente muy fuerte ‘lobby’ sindical en Washington fue incapaz de obtener la sanción de una sola de las leyes que propiciaba o de impedir que fueran aprobadas las que rechazaba.


La idea de que mediante la creación de un ‘grupo de presión’  demócrata en el Congreso afín a los sindicatos mediante la elección de algunos representantes, la burocracia logrará recuperar la ‘influencia’ perdida, es una ilusión. La ‘nueva’ burocracia sindical norteamericana enfrenta una perspectiva de crisis mayúscula a corto plazo, como consecuencia del agravamiento de la ofensiva capitalista y de las contradicciones de su propia política.