La clase obrera de Sudáfrica irrumpe en la crisis mundial

La huelga en Lonmin -minera británica, con 28 mil trabajadores, la tercera mayor productora de platino en el mundo- se mantiene en pie luego de la masacre que se cobró la vida de cincuenta obreros. Ahora se ha extendido a las minas de oro. El 29 de agosto, una cuarta parte de los 46.000 obreros que integran el corazón de la fuerza de trabajo de los Campos de Oro -la cuarta mina de oro más grande del mundo- se movilizó fuera de la mina KDC, al oeste de Johannesburgo. La huelga en Lonmin se había iniciado el 9 de agosto y tuvo su centro en Marikana, para reclamar un aumento del salario de 4.000 rands (482 dólares) por mes a 12.500 (1.506). Es una versión unánime que la decisión de utilizar fuego real contra los mineros en huelga sólo pudo ser producto de una decisión coordinada y autorizada desde el más alto nivel del gobierno.


La acción de Estado para quebrar la huelga contó con la complicidad de la burocracia sindical de mineros (NUM, en sus siglas en inglés). El secretario general de la NUM declaró, en la misma mañana de la masacre, que todos los miembros del sindicato “están más que dispuestos a volver al trabajo”. Luego de la matanza, el vocero de la NUM condenó “la violencia”, pero se declaró satisfecho con la acción de la policía contra “los elementos criminales”.


La crisis, presente


En los últimos años, la producción de platino tuvo un crecimiento vertiginoso, en especial por la demanda para los tubos de escape en los coches fabricados en Estados Unidos y Europa. Su precio aumentó espectacularmente a lo largo de la década del ’90. En 2011, Lonmin tuvo beneficios del orden de los 1.900 millones de dólares (un 25,7% más que el año anterior). Este escenario, sin embargo, varió abruptamente como reflejo retrasado de la crisis mundial.


A fines de 2011 e inicios de 2012, por el despido de 1.300 trabajadores, estalló una violenta huelga de seis semanas en Impala Platinum (en Rustenburg), la mayor productora de platino del mundo, donde cayeron tres trabajadores bajo las balas de la policía. En 2011 hubo 113 conflictos, la cifra más alta desde 2004.


La quiebra de la burocracia sindical


La huelga fue impulsada por la AMCU, un sindicato rival al de la burocracia creado en 1998. Cyril Ramaphosa, primer líder de la NUM, es hoy director no ejecutivo y gerente del comité de transformación en Lonmin (donde gana 25 veces el salario de un perforador de roca).


La minería, en Sudáfrica, depende de la mano de obra barata y flexible que proviene de los países vecinos. Un estudio reciente destaca la inseguridad laboral (doble de muertos a partir de 2011), la extrema miseria y un proceso infernal de tercerización. Un tercio de los trabajadores de Lonmin proviene de contratistas que traen mano de obra del exterior, con el visto bueno de la burocracia de la NUM (http://bench-marks.org.za/).


Este proceso de precarización laboral, sin parangón en una industria de las proporciones y prosperidad de la minería, fue creado bajo el Apartheid y preservado íntegramente por el gobierno “negro” del CNA. En Sudáfrica sigue en vigencia el régimen de desplazamiento de los africanos de sus tierras para obtener una mano de obra inéditamente barata y desechable.


Nacionalismo y clase obrera


Las huelgas expresan la irrupción de la clase obrera frente a la crisis y el derrumbe político y social de lo que el nacionalismo burgués negro, organizado en el CNA, presentó como una “revolución en paz”. A casi dos décadas del ascenso de Nelson Mandela al poder, el 80% de las tierras permanece en manos de los blancos; la riqueza minera está en poder de viejos y nuevos pulpos; 15 millones de habitantes, sobre un total de 45, sobreviven con una mísera asignación del Estado; el 50% de la población laboral activa gana menos de 350 dólares; la cantidad de homicidios por año (50.000) es una de las más altas del mundo.


El nacionalismo burgués “negro” preservó al régimen social existente en manos de los blancos. Las huelgas en Sudáfrica le han dado un mentís rotundo a la propaganda sobre “el fin del racismo”; el ‘apartheid’ fue instaurado hace tres cuartos de siglo para satisfacer la necesidad de la minería de explotar una fuerza de trabajo barata.


Siendo uno de los países que se destaca por sus reservas, Sudáfrica no aparece entre las potencias mineras. Existe una situación de colapso en materia de infraestructura y electricidad, al punto que el propio Estado ha alentado a las firmas mineras a limitar la producción para evitar cortes en el flujo eléctrico, lo que se suma a la existencia de minas antiguas -de más de cien años, con niveles de productividad estancados- y a una rebelión obrera en desarrollo.


“Pero los inversores están paralizados, por sobre todas las cosas, por la imprevisibilidad de la política minera” (The Economist, 25/8). Un plan armado entre el gobierno, los dueños de las empresas y la burocracia sindical hace cuatro años (para volver a colocar la industria en un punto expectante a escala mundial, con inversiones del Estado en infraestructura y minas) no avanzó un centímetro. Julius Malema, uno de los antiguos líderes de la Liga de la Juventud de la ANC, apoyó la reciente huelga minera y la Liga se ha pronunciado por la nacionalización de las minas.


Sudáfrica, de la mano de los mineros, ha entrado en el escenario de la crisis mundial.