Internacionales
8/7/2010|1136
La clase obrera y la crisis mundial: estado de situación
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Desde hace ya varias semanas las noticias sobre la crisis mundial se han visto obligadas a recuperar, en pleno siglo XXI, el lenguaje de la “vieja” lucha de clases. La irrupción de la clase obrera ha cambiado el panorama. Las huelgas que sacuden al corazón industrial de China –y el levantamiento masivo de los trabajadores textiles de Bangladesh, hace dos semanas– son los acontecimientos más importantes de la respuesta obrera a la crisis mundial, en tanto muestran la explosión de la fuerza elemental del proletariado en el marco de la bancarrota del capital. El proceso huelguístico generalizado que tiene lugar en Europa y la respuesta de los trabajadores de ese continente a los planes de ajuste de las patronales y sus gobiernos evidencian también un proceso de desarrollo que, con la huelga “salvaje” de los trabajadores del Metro de Madrid, parece haber ingresado en una nueva etapa. La lucha de los trabajadores griegos presenta un equilibrio muy frágil que puede romperse en cualquier momento como consecuencia del completo impasse económico y de las vacilaciones políticas dentro del partido del gobierno. La desigualdad del desarrollo de la lucha de los trabajadores contra la bancarrota capitalista en distintos lugares del planeta muestra todos los matices de una maduración política que está en pleno desarrollo.
China: ya nada será como antes
La reciente ola de huelgas obreras en China ha recibido más atención y mejor tratamiento en la prensa financiera de la gran burguesía internacional que en las publicaciones de la izquierda, con la excepción de Prensa Obrera. Los apologistas del capital no se equivocan cuando advierten la trascendencia de las huelgas que estallaron en el corazón industrial de China. Su perspicacia se redujo notablemente, eso sí, cuando intentaron explicar este ascenso obrero como una consecuencia de la disminución relativa de la población de jóvenes que ingresa el mercado de trabajo –producto de las políticas oficiales de control de natalidad– luego de los planes de “estímulo” oficiales de los últimos años. “En conjunto, estos efectos han llevado la oferta de trabajo por debajo de la demanda por primera vez”, dice el Financial Times (2/6). Estas explicaciones “sociológicas”, más allá de su importancia, no alcanzan a advertir que el elemento decisivo de las huelgas actuales es la irrupción de la fuerza elemental de las masas que rompen todas las estructuras existentes para contenerlas y cambian el cuadro de las relaciones entre las clases.
Se trata de millones de jóvenes que trabajan para empresas contratistas de las principales multinacionales del mundo. En las plantas donde se ensamblan las flamantes PlayStation 3 de Sony y los sofisticados iPhones de la “progresista” Apple, los trabajadores cumplen turnos de doce horas, sin poder sentarse ni hablar entre ellos y con un régimen carcelario hasta para ir al baño. Como en su gran mayoría se trata de migrantes de zonas rurales, viven en dormitorios colectivos provistos por las propias empresas. En una de ellas, la Foxconn, que es la principal fabricante de electrónica del mundo, la noticia de los últimos meses ha sido la ola de suicidios de jóvenes empleados, ante la desesperación provocada por larguísimas y monótonas jornadas de trabajo y el impasse de una vida sin sentido.
La crisis de los últimos años ha sido el laboratorio acelerado en el cual se procesó aceleradamente la experiencia de esta nueva generación de trabajadores chinos. “Vienen produciéndose protestas obreras a lo largo del delta del río Pearl y el Yangtze desde principios de año” (Financial Times, 11/6); no se dieron a conocer por su carácter localizado y por la decisión de las empresas y el gobierno de no difundirlos, para evitar “mala prensa”. Otros van aún más lejos: “De hecho, China ha conocido una considerable agitación industrial en las últimas décadas, en su mayor parte localizada y poco conocida” (Financial Times, 10/6).
“Chang Kai, profesor de Relaciones Laborales y Derecho en la Universidad de Renmin, dijo que el número de huelgas se incrementó a razón de un 30% anual” (The Guardian, 17/6). Cuando los conflictos salieron a la luz, el mes pasado, fueron varias las empresas multinacionales que informaron que en sus plantas chinas se habían producido huelgas en los últimos meses. Entre la multiplicación de los “incidentes” industriales –tal como los define el gobierno chino– y la actual ola de huelgas, sin embargo, hay un salto cualitativo. No se equivocaron los que señalaron que la novedad de las huelgas del mes pasado fue su “interconexión”: cada conflicto fue la inspiración del siguiente. “Los trabajadores se mantienen al tanto de las acciones huelguísticas a través de los teléfonos celulares y otros dispositivos de mensajería instantánea” (Financial Times, 11/6).
En varias de las recientes huelgas, los trabajadores se enfrentaron con la burocracia sindical oficial y reclamaron la formación de sindicatos independientes, basados en representaciones electas, a partir de la experiencia que realizaron durante el conflicto. El Wall Street Journal (14/6) se alarmó ante el fenómeno: “El hecho de que los trabajadores estén reclamando el derecho de formar sindicatos independientes”, señaló, “le da una dimensión política a la conflictividad laboral. Si los trabajadores pudieran elegir democráticamente sus líderes sindicales, sería un antes y un después en la historia del movimiento obrero chino”.
La burocracia del PCCh guardó un prudente silencio durante el desarrollo de las huelgas, aunque hacia mediados del mes pasado echó lastre y declaró que “los trabajadores han recibido la menor parte de la prosperidad económica” y que las huelgas “ponen de manifiesto la necesidad de una protección organizada del trabajo en las fábricas chinas”. Los que plantean que el gobierno chino no ve con malos ojos que las empresas extranjeras aumenten los salarios, toda vez que contribuiría a “fomentar el consumo” en el contexto de la crisis, observan sólo una parte de la película, porque la burocracia le teme como la peste a la posibilidad de una intervención obrera, la cual necesariamente rebalsaría los canales de sus aparatos sindicales controlados desde el Estado y abriría el camino a una crisis del régimen.
“Los expertos creen que los líderes del PCCh están muy preocupados ante la posibilidad de un escenario como el Polonia de la década de 1980, en el cual un movimiento sindical independiente llevó a la caída del régimen” (Wall Street Journal, 14/6). La implementación de negociaciones colectivas de trabajo significaría un abierto descalabro para el régimen político chino –a la elección de representantes por parte de los trabajadores seguiría el reclamo por sindicatos independientes y luego por la libertad de expresión y el derecho de huelga. Jorge Castro, en Clarín, advirtió la magnitud del problema cuando editorializó que “el problema de los trabajadores migrantes no es salarial, sino político”. Su pronóstico de que el régimen chino logrará hacer un cambio de frente para adaptarse a las nuevas circunstancias, no obstante, refleja menos la realidad que sus deseos y en cualquier caso pone en evidencia un error de método: cualquier “adaptación” de estas características sólo podría procesarse en el marco de crisis sin precedentes.
También miran sólo una parte del film los que concluyen que la consecuencia de la insurgencia obrera china será un aritmético aumento de los “costes laborales” y el fin del trabajo barato que proveían las masas de ese país. Las declaraciones de la joven de 21 años que dirigió la huelga de Honda (“nuestra lucha no es por los 1.800 trabajadores sino que se trata de defender los derechos de todo el proletariado chino”) ponen de manifiesto el elevado nivel de complejidad de las discusiones que se procesan entre los trabajadores y muestran que la maduración de esa vanguardia se desarrolla al ritmo acelerado que marca la crisis mundial. Al mismo tiempo evidencian la profundidad de los debates que están en juego: si, por una parte, la “defensa del proletariado contra el capital” implica una lucha contra la restauración capitalista y el apoyo a algún sector del PCCh, y la consolidación de una oposición clasista frente a un desarrollo capitalista, o, por otro lado, significa una lucha por la revolución social, que debe derribar en primer lugar a la dictadura restauracionista del PCCh y establecer una auténtica dictadura del proletariado.
Bangladesh: huelga de masas
Los obreros “peor pagos del mundo”
Ante la ola de huelgas obreras en China no faltaron los que señalaron que la consecuencia sería el traslado de muchas empresas a otros países asiáticos, como Bangladesh. Pensaban sin dudas en la industria textil de ese país, donde una fuerza de trabajo de más de cuatro millones de trabajadores, mujeres en un 85%, es empleada por contratistas que producen para las más sofisticadas marcas de indumentaria del mundo, en condiciones dantescas de explotación: con un salario mínimo de 25 dólares son, según el Financial Times, “los peor pagos del mundo”.
La ocurrencia de los analistas pecó de inoportuna, porque precisamente esa capa superexplotada de la clase obrera acaba de protagonizar una auténtica explosión huelguística de masas. Desde el 13 de junio y durante más de una semana, decenas de miles de trabajadores textiles abandonaron las fábricas y ocuparon calles y carreteras: el 21 hubo una masiva demostración de más de 50.000 personas ocupando las rutas que fue respondida con una brutal represión que dejó más de cien heridos. Los choques con la policía se extendieron por varios días y se transformaron en auténticas puebladas en los barrios obreros. La patronal intentó pasar a la ofensiva con un lock out masivo de más de 250 fábricas y todas las zonas fabriles fueron militarizadas. El 23, sin embargo, el gobierno debió ceder: el ministro de trabajo reconoció que el salario mínimo “ya no se correspondía con la situación actual” y prometió revisarlo en los próximos meses. Ante la presión de las órdenes incumplidas a sus clientes extranjeros, las empresas levantaron el lock-out y los trabajadores volvieron a las fábricas con una constante vigilancia policial y en medio de plantas destrozadas por los enfrentamientos de los días previos.
“Tenemos que evitar la violencia porque estamos en presencia de una recuperación económica y la agitación obrera pone en riesgo las órdenes de nuestros clientes”, advirtió un think-tank de los empresarios textiles. Junto a las huelgas de los trabajadores chinos, el levantamiento obrero de los textiles de Bangladesh marca un salto en la respuesta del proletariado a la crisis capitalista: que provenga de los sectores más explotados de la clase obrera mundial es un dato que debería ser registrado por todos los que creyeron que la bancarrota económica era un asunto de pura estadística.
Italia: la extorsión de la Fiat y la respuesta de los trabajadores
Para los lectores de Prensa Obrera no es una novedad que la pulseada que mantienen la Fiat y sus trabajadores es la madre de todas las batallas de la lucha de clases italiana en el marco de la crisis mundial. Mientras está en pleno desarrollo la lucha contra el anunciado cierre de la fábrica ubicada en la isla de Sicilia, se abrió un nuevo capítulo en este conflicto cuando la empresa dio a conocer una “oferta” para “mantener en funcionamiento” su planta de Pomigliano, cerca de Nápoles, que está desde hace años trabajando al 25% de su capacidad, con la mayor parte de su personal suspendido. El plan de la Fiat es, lisa y llanamente, una extorsión: su ofrecimiento fue invertir 700 millones de euros en la planta para fabricar allí su modelo Panda, que actualmente se produce en Polonia, a cambio de acordar un nuevo régimen de flexibilización laboral que establece reducción de los descansos, horas extras compulsivas, sanciones contra lo que Fiat considera licencias por enfermedad “inaceptables” y restricciones al derecho de huelga-un paquete que en conjunto implica la liquidación de conquistas históricas del proletariado italiano e incluso va en contra de disposiciones de la Constitución de la República, sancionada después de la derrota del fascismo.
El “acuerdo” comenzó a complicarse cuando se hizo evidente que el principal sindicato metalúrgico (la Fiom) se oponía a firmarlo. Sergio Marchionne, el gerente de la Fiat, advirtió que la firma de un convenio con los restantes sindicatos podía transformarse en un mero papel pintado y contraatacó con una nueva extorsión: estableció que el acuerdo debía ser refrendado en un plebiscito por los trabajadores de la fábrica napolitana, anunciando que cerraría la planta, dejando en la calle a sus 5.300 trabajadores si el acuerdo no alcanzaba un “consenso suficiente” (sic) en el plebiscito.
La pulseada de la Fiat contra los trabajadores se convirtió en un caso testigo y todo el arco patronal italiano advirtió la trascendencia de lo que estaba en juego: el principal diario lo definió como “un episodio crucial en la historia de las relaciones sindicales del país” (Corriere della Sera, 21/6). Los berlusconianos se jugaron a reproducir en el plano sindical la desarticulación del centroizquierda que han logrado en los últimos años en el terreno político; es decir, darle un golpe a la Fiom, la CGIL y la izquierda sindical. Los opositores del Partido Democrático, en cualquier caso, dejaron a un lado sus diferencias con el gobierno y se sumaron, junto a la patronal y la burocracia sindical, al coro de los que exigían el voto por el “sí”. Llegaron a realizar una manifestación callejera, encabezada por los sindicatos amarillos y el personal jerárquico de la Fiat, que alcanzó la singular proeza de lograr que el informe de la policía contabilizara el doble de manifestantes que el de los propios organizadores. La lucha por el “no” quedó en manos de la izquierda política y sindical, pero contó también con el apoyo de los trabajadores de la planta polaca de la Fiat, que enviaron una carta que revela una madurez política notable y reclama la unidad internacional de los trabajadores (ver la carta completa en la versión digital de Prensa Obrera).
El día anterior al plebiscito, realizado el 22 de junio, el Corriere della Sera ya se curaba en salud, cuando admitía que “el triunfo del sí está descontado, pero el problema es por cuánto margen”. Al día siguiente, los titulares de los diarios no dejaron lugar a dudas, cuando plantearon que el plan de Marchionne estaba ahora “puesto en cuestión”. Ocurre que tan sólo el 62% de los trabajadores votó a favor – según los diarios, Fiat esperaba por lo menos un 80%. Todo el plan ha entrado ahora en un impasse, porque sin ser un “catastrofista” Marchionne advirtió claramente la trascendencia de que un 40% de trabajadores haya votado “no” en un plebiscito cuya única opción era aceptar el ajuste o quedarse en la calle.
A la patronal italiana le preocupa que el acuerdo de “paz social” se transforme en un papel sin valor, porque, al no haberlo firmado, la Fiom no tiene ahora impedimentos legales para impulsar medidas de fuerza a las que podrían sumarse los trabajadores afiliados a los sindicatos que sí lo hicieron. Rápido de reflejos –y mostrando que cuando se trata de atacar a los trabajadores el centroizquierda no le va en zaga a Berlusconi– un senador del Partido Democrático acaba de proponer que se promulgue una ley que impediría que los trabajadores afiliados a un sindicato que firmó una “paz social” se adhieran a una huelga convocada por un sindicato que no lo haya hecho.
Pero Marchionne ha dado a entender que no le cierran las salidas legislativas: para ser tal, el acuerdo tiene que contar con la firma de la Fiom. La posibilidad de la reapertura de una negociación con este sindicato es una confesión de que su extorsión ha fracasado, y la disposición de la Fiom a aceptar esa negociación, por su lado, es también un síntoma de que no pretende llevar hasta el fondo una resistencia a los planes de la patronal –como, después de todo, nunca lo ha hecho, ya que han sido sus concesiones las que vienen permitiendo los avances de la Fiat en los últimos años.
Como se ve, la patronal italiana es consciente de que está metida en un entuerto y resulta bastante irónico que sea el mismo sistema de representación sindical múltiple, impulsado por la burguesía para dividir a los trabajadores, el que ahora sea visto como la causa de todos los problemas. Los chupamedias de la Fiat deberían tener presente que las maniobras legales y las extorsiones en forma de plebiscito agotarán su utilidad en cuanto la fuerza de los trabajadores se ponga abiertamente en movimiento, y que la crisis mundial creada por su propio régimen social está haciendo todo lo posible para que eso suceda.