La crisis amenaza voltear a Cardoso

El viernes pasado, los bancos brasileños ganaron en un solo día entre 4 y 5 mil millones de reales (tres mil millones de dólares) cuando vendieron a 2 reales los dólares que ese mismo día se les había entregado a 1,70 por haberlos comprado “a futuro” dos semanas antes (Gazeta Mercantil, 1/2). El que les vendió esos dólares fue el Banco do Brasil, una especie de Banco Nación vecino, que actuó por cuenta del Banco Central. Entre los bancos privados que se enriquecieron de esta manera figura el Bradesco, el cual en la misma semana había anunciado los beneficios más altos de su historia gracias al rendimiento que les proporcionó la compra de títulos del gobierno brasileño, los cuales rindieron un 50% anual hasta el estallido de la crisis última. Es decir que los mismos bancos que lucraron con el engorde de la deuda pública lucran ahora con la incapacidad del gobierno para pagarla y, como salida al embrollo, proponen que los jubilados paguen impuestos, que los salarios se reduzcan, que la previsión social se privatice y que lo mismo se haga con los rentables pulpos económicos que el Estado aún conserva en su poder (en especial la petrolera Petrobras). Todo esto demuestra que es imposible salir de la crisis brasileña mientras ésta sea manejada por la clase de los grandes capitalistas.


La bancarrota brasileña (800.000 millones de dólares de deuda pública y privada externa conjuntas que no se pueden pagar) fue el objeto central de discusión de la reunión anual de ricachones en Davos, Suiza, la semana pasada. Para el FMI, Brasil tiene que seguir la receta asiática, o sea, tasas de interés muy altas para que la deuda se pueda refinanciar con nuevo capital, sin que importe que en tal caso la producción brasileña pueda caer un 10 o un 15% y la desocupación irse a 20 millones de personas. El tamaño de la crisis quedó en evidencia cuando otro grupo de especuladores internacionales propuso lo contrario, o sea reducir las tasas de interés para reactivar la producción, sin que importe, dijeron, que el real se devalúe por las nubes y se corra el riesgo de una hiperinflación. El diario Folha do Sao Paulo ha iniciado una campaña en favor del control de cambios, que podría ser acompañada por el diario O Globo, cuya deuda externa lo ha puesto al borde de la quiebra. La diferencia de enfoques en Davos puso al desnudo una disputa internacional entre la gran banca de inversión norteamericana, de un lado, y los fondos especulativos no bancarios, del otro, que pugnan por el control del mercado de capitales. George Soros, que representa a estos últimos, denunció, por ejemplo, que el fondo LCTM que quebró el año pasado amenazando hundir a Wall Street, no es más que una pantalla del banco de inversión Smith Barney.


Es claro que Brasil enfrenta la amenaza de una hiperinflación a la argentina o una cesación de pagos de su deuda a la rusa. Pero nada de esto es específicamente local. No podría haber un movimiento de capitales internacionales tan intenso como el que se produjo en la última década sin la contrapartida de una gigantesca deuda mundial. Estados Unidos tiene una deuda pública de 4 billones de dólares, en tanto que la deuda nacional conjunta llega a los 15 billones. Japón tiene una deuda pública que supera al doble de su PBI, o sea que es de 9 billones. La economía capitalista mundial se encuentra en cesación de pagos, no sólo Brasil, por eso es una tontería decir que la Argentina en inmune y por eso todo el mundo está esperando el derrumbe de la Bolsa de Nueva York para que quede al desnudo la bancarrota norteamericana.


Es la incapacidad para ver que las contradicciones inherentes al capitalismo han llegado a un punto de explosión, lo que explica la liviandad de soluciones como la convertibilidad, la flotación de las monedas y la dolarización. Todas y cada una de ellas llevarían a una potenciación de la crisis, incluso a un desenlace en la forma de quiebras masivas de capitales, nunca a una salida.


En este escenario de crisis tiene lugar una fuerte disputa internacional. La burguesía brasileña ha denunciado que la propuesta de convertibilidad tiene un origen norteamericano y apunta “a que los activos brasileños puedan ser adquiridos por extranjeros a una fracción increíble del patrimonio líquidado” (Gazeta Mercantil, 1/2). Otro columnista del mismo diario denuncia que un plan Bonex que congele la deuda del Estado con los bancos brasileños significaría descargar la crisis sobre éstos en beneficio de los acreedores extranjeros (30/1). Esta disputa explica el inmovilismo del gobierno de Cardoso en las últimas semanas, al punto que ya se discute su sobrevivencia. Sectores aliados del gobierno han hecho circular la necesidad de introducir un régimen parlamentario, que significaría un golpe de estado sin derrocar a Cardoso (Folha do Sao Paulo).


La crisis sirvió para poner al desnudo la impotencia del Frente de Izquierda en Brasil, que se ha dividido antes de abrir la boca. Lula pretende llegar a un acuerdo para respaldar a Cardoso y ha repudiado a los gobernadores que han postergado el pago de las deudas de sus estados, lo contrario de la posición adoptada por Brizola, quien impulsa el control de cambios. También la burocracia sindical anda a los tumbos, pretendiendo superar la crisis mediante un plan de canje de automóviles de más de quince años por nuevos. La decisión de los trabajadores automotrices de impulsar la ocupación de las fábricas es la única luz en el panorama brasileño, cuya crisis puede ser el punto de partida de una conmoción popular continental.