Internacionales
19/10/1989|284
La crisis en la URSS: Moscú reprime las huelgas
"Conservadores" y "Reformistas" unidos
Seguir
El Soviet Supremo de la URSS acaba de votar una ley propuesta por Gorbachov que somete a las huelgas al arbitraje del Estado y que las prohíbe directamente en el transporte, la producción energética y las comunicaciones o cuando son de carácter político o de reivindicación nacional.
La “Ley de huelgas" fue votada por todas las fracciones del Soviet Supremo. Esto revela las enormes limitaciones y aún el carácter reaccionario de la izquierda reformista cuando se enfrenta a un movimiento obrero o nacional con tendencias independientes de la burocracia o a la posibilidad de una crisis revolucionaria.
Gorbachov sustituye de este modo la represión terrorista de las huelgas impuesta por Stalin por la represión “legal” y establece al mismo tiempo una reglamentación que obliga a los trabajadores a declarar la huelga en los marcos de los sindicatos oficiales. Es indudable que esta ley constituye una tentativa desesperada de hacer frente a la clase obrera y a los movimientos nacionales, en las condiciones del agotamiento del régimen burocrático.
Mineros y Armenia
Esta reacción gorbachiana comenzó a plantearse a partir de la huelga minera de julio pasado. Es así como la ley pretende destruir también los nacientes comités de huelga mineros y otros que han florecido en todo el país (subtes de Moscú, ferroviarios) en oposición a los sindicatos estatizados.
Un objetivo mayor de la ley es reprimir los reclamos nacionales de los pueblos de la URSS —que se expresan en la forma de huelgas generales— y derrotar en particular la lucha del pueblo armenio. En los últimos meses la burocracia rusa ha hecho la vista gorda a la represión desatada contra Armenia desde la República de Azerbaiyán, que ha incluido el bloqueo del transporte y alimentos, ante la pasividad del ejército ruso. Es posible que ahora Gorbachov pretenda imponer un "arbitraje’’ entre las dos Repúblicas mediante la prohibición de las huelgas nacionales, con lo que lograría frenar la lucha nacional armenia y “disciplinar” a sus huestes descontroladas de Azerbaiyán.
A esto hay que agregar que el gobierno soviético a duras penas ha logrado evitar una huelga del transporte ferroviario nacional y del subterráneo de Moscú, donde se formaron comités de huelga. Los mineros, por su parte, también volverían a ir a la huelga por el cumplimiento de los acuerdos de julio y asimismo han convocado a un congreso nacional de mineros independiente del sindicato oficial.
Para los gorbachovianos las medidas de excepción son una cuestión de “vida o muerte”. “SI no paramos este proceso —señaló Leonid Abalkin, diputado y primer ministro, no habrá poder soviético, será el fin de la perestroika” (New York Times, 3/10). Sin embargo, si se considera que la remuneración de los asalariados soviéticos equivale, apenas, al 35% del ingreso nacional (Le Monde, 30/9) (una cifra apenas superior a la de la Argentina de los Bunge y Born con el agravante de que en la URSS no existen capitalistas) y que los reclamos nacionales sacuden a ocho de las catorce repúblicas soviéticas, la ley antihuelgas constituye un recurso represivo desesperado para evitar el desenvolvimiento de una crisis revolucionaria
Un giro en la situación política
La adopción de esta medida de excepción traduce un giro en la política gorbachoviana y en la propia situación política de la URSS.
Las masas soviéticas se han desarrollado, no por los carriles esperados por los gorbachovianos sino por otros creados por ellas. Este movimiento ha superado el marco político de la perestroika gorbachoviana, para poner en cuestión la propia existencia de la burocracia En el caso de los mineros y de Armenia, esto ha sido planteado de un modo directo El corresponsal de Le Monde en Moscú concluye, por eso, que "los riesgos de una explosión social se tornan extremadamente serios” (27/9).
“Las cosas han ido demasiado lejos”, expresó el propio Gorbachov al término de un pleno del CC del PCUS. La vía represiva —que pronto se extenderá a otros terrenos, comenzando por la prensa— es la confesión de las limitaciones insuperables de la demagogia gorbachoviana frente al ascenso de la revolución política.
El propio imperialismo norteamericano aconsejó elípticamente a los gorbachovianos adoptar este camino. Graham Fuller, ex-subdirector de la CIA, al evaluar que “la descomposición del orden social, las manifestaciones descontroladas y una economía paralizada por huelgas salvajes pueden desembocar fácilmente en la aplicación de la ley marcial o aún en un golpe al estilo del de Jaruzelski”, saca la conclusión, sin embargo, que “Occidente tendrá relativamente poco que temer... (si) los fundamentos para el largo plazo del cambio permanecen intactos” (Washington Post, 29/9).
Esto significa que para los hombres del Estado norteamericano, la “glasnost” necesita de una enérgica "corrección" represiva para salvar la "perestroika”, es decir a la política capitalista de la burocracia.