La crisis norteamericana

“La gente pensaba que la fiesta iba a durar para siempre, pero se terminó”: así define The New York Times (23/1) el cuadro de la economía norteamericana.


En diciembre pasado, la producción industrial cayó por quinto mes consecutivo. La demanda se contrae, las ventas retroceden y los despidos suman decenas de miles.


La Bolsa de Wall Street viene cayendo desde marzo del 2000, lo que significa una pérdida de valor de varios billones de dólares. Afecta también a la clase media, que llevó sus ahorros a la Bolsa y es un factor adicional de contracción de la demanda.


En sectores enteros, el endeudamiento está produciendo cesaciones de pago, quiebras y convocatorias de acreedores. Ha ocurrido con Globalstar (telecomunicaciones), LTV (la segunda acería de los Estados Unidos) o Montgomery Ward (uno de los más antiguos minoristas). Un diario financiero pronostica un “inminente boom de quiebras” (Financial Times, 28/12).


Existe una sistemática caída de los beneficios de los grandes grupos capitalistas en toda la economía norteamericana, con independencia de la rama o del desempeño particular de una empresa. La caída de los beneficios ha puesto de manifiesto una enorme sobreinversión de capitales. Las industrias más afectadas son precisamente aquellas que tuvieron un crecimiento explosivo en la última década: telecomunicaciones, informática, automotriz, Internet.


Automotriz


En la industria automotriz seis empresas dominan el 80% de la producción mundial. Pero “las alianzas, fusiones y adquisiciones *dice un especialista* no resolvieron el problema central: hay demasiadas fábricas y demasiados fabricantes en Estados Unidos y Europa” (Financial Times, 14/12). La capacidad excedente equivale al 20% de la producción mundial.


El exceso de inversiones es particularmente agudo en la producción de camionetas deportivas, el renglón de mayor crecimiento en la última década. “La capacidad de producción superó al crecimiento de la demanda (lo que provocó) una declinación general de la rentabilidad en el mercado norteamericano de camionetas” (ídem). Ha caído la utilización de la capacidad instalada y caerá todavía más, con lo que “el margen de ganancia bajará a la mitad” (The Wall Street Journal, 5/12).


Para mantener la utilización de la capacidad instalada, se lanzaron nuevos modelos y se otorgaron crecientes rebajas de precios, lo que aceleró aún más la caída de los beneficios. Ford y General Motors anunciaron sustanciales reducciones de sus ganancias; pero la más golpeada fue Chrysler (adquirida en el ‘98 por la alemana Daimler), que obtiene el 70% de sus ingresos en el sector de camionetas. En la segunda mitad del año pasado perdió 1.800 millones de dólares y no se espera que tenga ganancias en los próximos dos años. Los alemanes anunciaron que cerrarán 6 plantas en los Estados Unidos y despedirán a 21.000 trabajadores, casi el 20% de su fuerza laboral. A pesar del carácter brutal de esta racionalización, hay quienes sostienen que “no alcanzará” (Financial Times, 28/11).


El “desastre Chrysler” golpeó severamente a Daimler. En 1998, el valor accionario de Daimler era de 48.000 millones de dólares, pero luego de pagar 36.000 por Chrysler, su valor accionario es hoy de apenas 41.000 millones. La fusión ha significado la evaporación de 43.000 millones… y la reducción del valor accionario de Chrysler a cero (Financial Times, 28/12). Los problemas de la Daimler son todavía mayores: su expansión en Asia, donde adquirió el 34% de la deficitaria Mitsubishi y el 10% de la quebrada Hyundai, es “incierta” (Le Monde, 21/1). Todo esto la ha llevado a sufrir una hasta hace poco impensada “crisis de liquidez” (Corriere della Sera, 23/11) y a la posibilidad de que desaparezca a manos de otro pulpo.


El derrumbe de Daimler Benz significa un duro golpe para las ambiciones del capitalismo europeo de conquistar el mercado norteamericano.


Telecomunicaciones


El panorama es todavía más desalentador en las telecomunicaciones. Las acciones de tres de los cu atro grandes operadores de larga distancia de los Estados Unidos cayeron, en promedio, el 65% desde marzo; las de la AT&T, el mayor operador, cayeron el 82% en apenas ocho meses. La situación se repite al otro lado del Atlántico: el gigante British Telecom (privatizado) perdió el 50% de su valor accionario en menos de un año.


La causa de este “colapso”, según The New York Times (28/11), es “un problema sistémico”: “las compañías se están golpeando unas a otras sin sentido” en una “guerra de precios” que ha derrumbado sus ingresos y sus beneficios a pesar de que el tráfico crece a un ritmo del 20% anual. Las empresas están obligadas a ir a la guerra porque “invirtieron demasiado capital” en la adquisición de empresas rivales y en la construcción de redes de fibra óptica.


Otro mercado “saturado” es el de la telefonía móvil. La sueca Ericsson, uno de los gigantes del sector, anunció que tercerizará la fabricación de teléfonos celulares, lo que ha sido visto como un anticipo de su retiro total del mercado.


“El colapso de las empresas de telecomunicaciones despierta preocupaciones sobre los bancos que realizaron grandes préstamos para financiar sus adquisiciones” (Financial Times, 23/12). La situación es tan delicada que no son pocos los que sostienen que la reciente baja de las tasas dictada por la Reserva Federal (banco central) tiene por objeto aliviar la situación de algunos grandes bancos “atrapados” con la deuda telefónica.


Internet e informática


“Mágica” hace apenas un año, hoy “la sola mención de la palabra Internet causa náuseas a los inversores” (Financial Times, 28/12).


Desde principios de año, cuando se hizo evidente que las “empresas Internet” jamás obtendrían beneficios acordes con sus infladas valuaciones accionarias, comenzó un derrumbe que no se ha detenido. Muchas grandes compañías, como Microsoft o AOL, perdieron más del 60% de su valor accionario. Miles de empresas quebraron y el 80% de las que todavía sobreviven quebrarán (ídem).


Las quiebras han puesto en evidencia el carácter ficticio de la expansión de las “empresas Internet”, que compraban rivales o iniciaban sus operaciones con préstamos bancarios de corto plazo que luego pagaban con la emisión de acciones sobrevaluadas (International Herald Tribune, 9/11). La caída de las acciones terminó con esta “bicicleta” y ha dejado un tendal de acreedores.


La caída de los ingresos y los beneficios en otros sectores de la economía provocó “una reducción significativa del gasto en infraestructura para Internet e informática por parte de las grandes compañías” (Financial Times, 3/1). Xerox, que tuvo fuertes pérdidas en la segunda mitad del año pasado, enfrenta serios rumores de quiebra. Incluso algunos grandes fabricantes, como Dell, Apple o Hewlett-Packard, vieron sus cotizaciones derrumbarse a pesar de que en los últimos trimestres aumentaron sus ventas (y en algunos casos, hasta sus beneficios brutos). Es que esos resultados constituyen un “techo” que no se volverá a alcanzar en un futuro previsible.


La caída de las ventas, sin embargo, es apenas un aspecto de la catástrofe que amenaza a esta industria. Los grandes del sector, como Intel, Microsoft o Gateway, compraron masivamente acciones de pequeñas compañías informáticas para trasformarlas en sus clientes. La valorización de éstas les permitió mejorar sus ingresos y beneficios, e incluso (como en el caso de Microsoft) ocultar el debilitamiento de sus actividades fundamentales. También mejoraron sus resultados sustituyendo el pago en dinero de una parte de los salarios de sus empleados por “opciones” (es decir, el derecho a la compra de acciones que cuenta la propia compañía). Con la caída de la Bolsa sus empleados ya no aceptan las “opciones” y las companías deben pagar los salarios con dinero que no les entra. Además, las quiebras y cesaciones de pago de miles de las pequeñas compañías clientes financiadas por las grandes, es otro factor de quiebra para éstas.


Convulsión social


La caída de los beneficios obliga a los capitalistas a desatar una amplia ofensiva contra la clase obrera. Pero esto tampoco garantiza una salida. Ahí está el ejemplo del estancamiento japonés, que ya dura una década. Por eso es muy significativo lo que declara un banquero de inversiones norteamericano: “Los focos de exceso de capacidad surgen cada semana (…) El tema suena inquietantemente parecido a lo ocurrido en Japón” (The Wall Street Journal, 5/12).